Capítulo 13.

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A la mañana siguiente, Debby se levantó algo cansada. Fueron muchas las vueltas que tuvo que dar en la cama antes de conciliar el sueño. No podía continuar asimilando el problema con Brian de esa manera. Era una mujer adulta, tenía que enfrentar el dolor y sosegarlo, no darle más rienda a las lágrimas.

Se dirigió a la cocina pensando en ello y divisó por la ventana a Zack, hablando por su teléfono móvil en la terraza trasera. Caminaba de un lado a otro mientras gesticulaba con energía con una mano. Se dirigió al refrigerador y sacó un envase de yogur, para finalmente tomar una cucharilla de la primera gaveta ubicada bajo la encimera.

Se sentó en el sillón a comer su desayuno frente a la chimenea. El día apenas iniciaba y ya estaba aburrida, algo tenía que hacer. No le provocaba dar un paseo por el pueblo, ni estaba de ánimo para una caminata por el lago. Eso no le distraería la mente, más limpieza era lo indicado. Lo único que quedaba por asear era el ático. Allí pasaría unas buenas horas ocupada. El lugar estaba bastante descuidado.

Terminó con rapidez el yogur y después de desechar el envase y lavar el cubierto, subió las escaleras llevando consigo un cubo de agua con desinfectante, el trapeador y un par de paños de limpieza.

Volvió a observar el área con admiración, le fascinaba ese lugar. Con una buena limpieza y una adecuada distribución de los muebles, lograría crear un cuarto acogedor. Dejó los instrumentos de limpieza cerca de la puerta y abrió todas las ventanas. La brisa hizo volar algo de polvo y le provocó estornudos, pero eso permitió que el espacio se inundara con aire renovado. Sin más dilataciones comenzó a arrimar los muebles que estaban arrumados en una esquina, para facilitar la limpieza. Notó que en la ventana por la que había intentado mover la antena de televisión se hallaba un pájaro amarillo. El ave la miraba con la cabeza ladeada y daba algunos saltos de una esquina a otra, como si estuviera indeciso de irse o no.

Ella sonrió y continuó su labor sin prestarle atención. Recordó el nido abandonado al pie de la antena. Quizás, el ave lo había habitado y no esperaba su presencia en el ático.

Movió un pesado estante para apoyarlo contra una de las paredes, pero en el movimiento se abrieron las puertas. Al dejarlo en el lugar que quería tomó las láminas de madera para cerrarlas de nuevo. Un objeto dentro del mueble llamó su atención.

Se trataba de un precioso carrusel guardado en el fondo, junto a un grupo de cajas. Ella había tenido uno similar de niña y no pudo resistirse a sacarlo para observarlo de cerca.

Al retirar el juguete, una caja chata cayó de la pila, en el preciso instante en que el pájaro emitió un fuerte chillido. Pegó un respingo y se giró con el ceño fruncido para maldecir al animal. El ave ni siquiera se inmutó con sus palabras.

Al regresar su atención al carrusel notó que el contenido de la caja estaba desparramado por el suelo, lo recogió con rapidez con una mano y la regresó a su lugar, ansiosa por evaluar el juguete.

Finalmente se sentó en el suelo para detallar los caballitos de plástico atornillados a unas varillas de colores, que por el tiempo y la suciedad no podían moverse. Un golpe sordo la obligó a alzar la cabeza, en el instante en que la caja chata le caía en el rostro cómo si alguien se la hubiera lanzado. En medio de una exclamación soltó el juguete para protegerse, todo el contenido le había caído encima mientras el pájaro revoloteaba con violencia a su alrededor.

Debby comenzó a gritar despavorida. Cerró los ojos para evitar que el animal le pinchara los ojos y sacudió las manos sobre su cabeza para alejarlo de ella.

Una a una fueron cayendo las cajas, generando un torbellino de papeles y objetos a su alrededor.

El miedo y la confusión la desesperaron. Los gritos aumentaron y se mezclaban con los chillidos del pájaro y su vigoroso aleteo.

—¡Deborah! ¡Deborah! —gritaba Zack mientras corría escaleras arriba.

Ella se levantó del suelo y se apresuró a dirigirse hacia él, con el ave aún dando vueltas sobre su cabeza.

—¡Zack! ¡Auxilio!

Cuando él llegó al ático, ella se le lanzó encima. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para atajarla y no caer juntos por la escalera. El lugar estaba más desordenado que antes, cajas y otros objetos caían del estante, pero no podía divisar otro tipo de peligro.

Sin embargo, la mujer estaba hecha un manojo de nervios, temblaba y lloraba sobre él, aferrada a su cuello como si hubieran intentado ahogarla.

Él la abrazó y la calmaba con caricias y palabras tiernas, al tiempo que repasaba la habitación en busca de algún ladrón, un oso, o un ser de otro planeta.

—Tranquila, tranquila... —le susurraba. La despegó de su cuerpo y le tomó el rostro entre las manos para mirarla a los ojos—. Ya pasó, todo está bien.

—El pájaro... el pájaro... —repetía Debby hipando por el llanto.

Zack besó su fría frente y le aseguraba que todo estaba bien mientras oteaba la habitación para encontrar a la maldita bestia que la había puesto en ese estado.

La abrazó con fuerza y le llenó la cabeza con cientos de besos. Ella le rodeó el torso con sus brazos y se hundió en su pecho. Su calor y aroma la aliviaban.

—No hay nada, Deborah, todo está bien. Te lo juro.

Ella alzó el rostro sin poder detener las lágrimas. Zack la observó con ternura y con sus pulgares le limpió las mejillas y los pómulos. La visión de sus ojos oscuros le produjo una emoción indescifrable en el cuerpo. Se estremeció y bajó la cabeza en busca de su boca.

El beso fue inminente, ansioso y penetrante. Los abrazos y las caricias aumentaron la llama que los calcinaba por dentro.

Ambos demostraron la creciente necesidad de cariño y atenciones que habían soportado durante años.

Con dificultad, Zack detuvo el beso y apoyó la frente en la de Debby. Con los ojos cerrados y la espiración agitada esperaba que el ímpetu de sus sentimientos se asentara. Al darse cuenta que eso no sucedía, la alzó y con agilidad bajó las escaleras con la mujer en brazos para dirigirse a las habitaciones.

Ella se enganchó a su cuello y le llenaba la mandíbula de besos mientras él avanzaba. La primera habitación era la de ella, aunque en su cuarto había una cama más amplia él no podía esperar más. Abrió la puerta con una patada y la depositó en la cama más cercana.

En las venas, la pasión entró en ebullición. Ambos se devoraron con besos y caricias mientras la ropa desaparecía y los cuerpos se unían en una alianza perfecta. Debby lloraba por la explosión de sensaciones que se aglomeraban en su pecho y en su vientre. Aquello era más de lo que recordaba. Tenía la piel erizada y sentía la de Zack cómo seda entre sus manos.

Los gemidos se intensificaron, a la par que las embestidas. Un líquido frío comenzó a recorrerles el cuerpo, llevándolos a un estado de paz que jamás habían experimentado.

Minutos después, el silencio se hizo eco en la cabaña. Ni siquiera el romper de las olas era capaz de estorbar la armonía.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora