Capítulo 14.

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Zack se levantó de la cama con sutileza y se sentó en el borde. Apoyó los codos en las piernas y fijó la mirada en la madera del suelo, pensativo. A su espalda, Debby se revolvía entre las sábanas para acostarse boca abajo. Estaba despierta, con el rostro en dirección a la pared.

Ninguno de los dos sabía qué decir, o qué hacer. No entendían los sentimientos que el acto les había dejado. Tenían tanto tiempo sin experimentar una emoción tan intensa como aquella que les era difícil expresar con palabras alguna frase romántica, de agradecimiento o una opinión.

El silencio los cubrió hasta que Zack paseó su mirada por la habitación y divisó la fotografía que se hallaba sobre la mesita de noche.

—¿De dónde sacaste esto? —le preguntó con el ceño fruncido. La tomó para detallarla, al tiempo que Debby se incorporaba para ver a qué se refería.

—La encontré entre los troncos de la chimenea.

Zack quedó inmóvil. Observaba fijamente la imagen del niño sentado en el columpio.

—¿Sabes quién es? —indagó ella. Lo vio dudar y a sus ojos brillar por la nostalgia. Iba a preguntarle si podía apreciar la sombra en el balancín vacío, pero el sonido de un auto estacionándose en la parte trasera de la casa la interrumpió.

Zack se levantó de un salto, se enfundó con rapidez los pantalones y salió a las carreras. Debby se alarmó por su reacción. Con velocidad se vistió y se calzó unas sandalias mientras se apresuraba a alcanzarlo. La adrenalina le corría desbocada por las venas.

Afuera, lo encontró escondido tras una de las ventanas del comedor asomado por una rendija, con el rostro apretado por la ira. Él le hizo señas con una mano para que se acercara,pero ella dudó un instante, aunque la curiosidad pudo vencerla.

Al llegar a su lado, Zack la tomó por el brazo para hablarle cerca del oído.

—Sal y pregunta quiénes son. No digas que estoy aquí, ni siquiera me nombres.

Ella lo observó con las cejas arqueadas y los ojos abiertos como platos.

—¿Por qué?

—Confía en mí. No me nombres. Di que estás sola en la casa. Que siempre lo has estado.

Zack volvió a asomarse. Estaba enfurecido. Ella no comprendía a qué se debía tanto misterio.

–Vete. ¡Rápido! —le ordenó, pero Debby no estaba segura de querer obedecerlo.

—Pero...

—¡Haz que se vayan! No pueden saber qué estoy aquí —gruñó entre dientes.

El miedo comenzó a apoderarse de ella. La reacción de Zack le daba a entender que el hombre no se hallaba en la casa por estar contratado por los Kerrigan. Se escondía por alguna razón. Era un invasor.

Eso le complicaba la situación, sus alarmas se dispararon, aunque la profunda mirada de él se apoderó de su atención. Estaban tan cerca, que ella pudo detallar la forma de sus ojos: las motas verdes se le difuminaban en los iris color chocolate. No podía creer que el hombre que la había amado con tanto frenesí minutos antes, de pronto, se transformara en un sujeto peligroso.

—Confía en mí.

Ella se alejó recelosa, pero asintió con la cabeza. Se estiró la camisa y se dirigió a la puerta de la cabaña. Al salir, se topó con dos hombres que subían los escalones del pórtico. Uno de ellos era canoso y bajo, el otro, un rubio alto de piel bronceada.

—Buenos días —les dijo y cerró la puerta tras ella.

—¿Señora Deborah Adams? —preguntó el hombre canoso y se adelantó a su compañero para llegar antes a ella y estrechar su mano. El otro se quedó rezagado, intentaba mirar con disimulo por una de las ventanas al interior de la cabaña, pero la gruesa cortina se lo impedía.

—Sí. ¿Quiénes son ustedes?

—Soy James Lewis y este es mi sobrino, Bradley Donovan. —Una ancha sonrisa se estiró en el rostro del sujeto, marcándole las arrugas alrededor de los ojos—. Venimos a conocer la cabaña. Hablamos con el señor Kerrigan porque estamos interesados en comprarla.

Debby entrelazó las manos para que no notaran su nerviosismo y paseaba la mirada de un hombre al otro, sin saber cómo impedirles el paso.

—No me notificaron que vendrían.

El tal James aumentó la sonrisa y se guardó las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Tenemos algunos negocios en la zona y como nos quedó un poco de tiempo libre, hablamos con Jhon. Él nos informó que usted estaba alojada aquí y nos podía enseñar la casa.

Debby podía notar como el tal Bradley hacía un esfuerzo por mirar al interior. Su rostro de pocos amigos, porte de rufián y puños apretados le daban mala espina.

—Lo siento. Tendré que comunicarme con el señor Kerrigan. No puedo darle entrada a la casa sin tener plena seguridad. Por ahora, es mi responsabilidad.

James emitió una risa forzada y Bradley la traspasó con una mirada tosca.

—Señora Adams...

—Espero me entienda, señor Lewis. Si usted habló con el señor Kerrigan sabrá que estoy sola en la casa, no puedo permitir la entrada a dos hombres desconocidos sin una autorización. —Ella notó que Bradley retrocedía, sin apartar la mirada de la ventana. Cruzó los brazos en el pecho y alzó el mentón para trasmitir una apariencia de enfado.

James volvió a reír con nerviosismo y se frotó el mentón con una mano.

—La entendemos, señora Adams. Lamento que tengamos que perder nuestro tiempo. Somos dos hombres muy ocupados, el señor Kerrigan lo sabe.

—El señor Kerrigan sabe que le alquilé la casa para descansar en soledad y ustedes interrumpieron mi sección de yoga —les mintió. Esperaba que esa mala excusa le sirviera de algo.

—Nos iremos..., pero volveremos —aseguró James con una mirada amenazante. La sangre de Debby se heló de forma instantánea—. Después de que el señor Kerrigan se comunique con usted, por supuesto —completó con jovialidad para aligerar el momento de tensión.

El hombre le dio la espalda y regresó a su auto. Bradley, antes de seguirlo, observó a Debby de pies a cabeza con rencor. Ella se quedó allí hasta que se marcharon. Su cuerpo se estremecía lleno de temores.

Cuando el auto se había alejado, ella entró en la cabaña y encontró a Zack escondido junto a la puerta. La espalda y la cabeza las tenía apoyadas en la pared y la mirada en dirección al techo.

Debby respiró hondo y esperó por una explicación con las manos cruzadas en el pecho. Zack bajó la cabeza y la observó por unos segundos en silencio.

—¿Qué haces ahí? Uno de ellos trataba de mirar al interior de la cabaña. Te podía haber descubierto.

—Mienten. Tenía que estar preparado.

Un cúmulo de sensaciones se alborotó en el vientre de Debby, que le sonrojaron las mejillas. Saber que él estaba ahí dispuesto a protegerla, le derretía la determinación. En dos pasos Zack se acercó a ella y le encerró el rostro entre las manos exigiéndole toda su atención.

—Ayer, cuando fuiste al pueblo, llamaste a tu amiga, ¿cierto? Y le dijiste que yo estaba aquí. —Los pulgares del hombre le acariciaron con dulzura las mejillas y su rostro se detuvo a escasos centímetros del de ella. Lo único que Debby pudo hacer fue asentir con la cabeza—. No vuelvas a hacerlo. —A pesar de utilizar un tono de voz bajo y condescendiente, aquellas palabras sonaron como una orden impregnada de reproche.

Ella quería alejarse para dejarle en claro algunas cosas, pero su cercanía, su olor, el calor de su aliento y su mirada abrasadora, la tenían dominada.

—Jhon Kerrigan está muerto —continuó Zack—. Falleció a causa de un paro respiratorio hace seis meses. Es imposible que esos hombres hayan hablado con él. Si saben tu nombre y por qué estás aquí, entonces, alguien les está pasando información. —Le dio un beso en los labios. Debby estaba pálida, petrificada y excitada. Había perdido por completo el control sobre su organismo—. Te puedo jurar que no vinieron con buenas intenciones.

Él la miró unos segundos con el ardor reflejado en las pupilas. Luego se marchó hacia las habitaciones, tan tenso como una cuerda de guitarra. Era consciente del debate que se producía en la cabeza de Debby. Lo mejor, era dejarla asimilar en soledad la noticia.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora