Debby abrió la puerta de la habitación de Zack y lo halló sentado en la cama, calzándose unas botas deportivas, y aún sin camisa. Él amplió las órbitas de sus ojos al verla entrar sin anunciarse, pero no dijo nada.
—¿Es cierto lo que me dijiste de Jhon Kerrigan? —preguntó mientras apoyaba medio cuerpo en el marco de la puerta y cruzaba los brazos en el pecho.
—Deberías interrogar a tu amiga, no a mí —le respondió sin mirarla. Ocupado en terminar de vestirse.
—No lograrás que desconfíe de Jimena, es mi amiga y socia. Jamás me ocultaría nada.
Zack se levantó con arrogancia y comenzó a cerrar el cinto de su pantalón mientras se acercaba a ella con una mirada hambrienta.
—Eres una chica muy dulce y hermosa, pero también, ingenua.
El rubor se le arremolinó a Debby en las mejillas. Sus palabras despertaron intensas emociones en su interior. Entre ellas, la cólera.
—¿Ingenua? Conozco muy bien a Jimena. Desde hace cuatro años hemos estado juntas.
—Imagino que la encontraste cruzando la calle y ella te tomó de la mano para evitar que algún peligro te amenace —dijo con sarcasmo, al tiempo que se dirigía a la cama para tomar la camisa de franela que estaba sobre ella.
—No, la conocí en una reunión de negocios. Es hermana de un compañero de trabajo de mi esposo.
Zack se giró con la camisa en la mano. En su rostro se reflejaba la decepción.
—Hay un esposo. —Ella se puso pálida al darse cuenta de su error. Había hablado de más—. ¿Ese es el idiota por el que lloras todas las noches?
—Eso no te importa.
—Tampoco mi vida le importa, señora Adams —escupió Zack con rencor. Su mirada se llenó de reprimendas. El corazón de Debby se arrugó.
Terminó de vestirse con movimientos toscos y apurados, tomó su teléfono móvil y las llaves que se encontraban sobre una cómoda y pasó a su lado sin dirigirle alguna palabra. Debby lo escuchó marcharse cerrando de un portazo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las reprimió. No volvería a llorar, mucho menos, por un hombre al que no conocía.
Una hora después se hallaba sumida en sus pensamientos con la cabeza anclada en sus manos, sentada en el sillón de la sala. Zack no llegaba y ella no tenía medios para comunicarse con Jimena, ni con nadie. Tendría que salir en auto hasta el pueblo, pero no se sentía de ánimo para alejarse de la cabaña.
Afuera, la brisa aumentaba su poder, se podía pronosticar la llegada de una tormenta. Salió a la terraza para mirar el cielo, oscuras nubes se acercaban con lentitud, acompañadas de un fuerte viento. Se cubrió el cuerpo con los brazos y escuchó el chirriar de un objeto metálico. Dirigió la mirada al techo de la cabaña. En una esquina, las agitadas corrientes de aire obligaban a una veleta con forma de gallo a girar con dificultad por el óxido de sus partes. La visión le permitió percatarse que las ventanas del ático habían quedado abiertas. Si no las cerraba, la lluvia entraría en la habitación y humedecería los muebles y objetos que allí se encontraban.
Respiró hondo y con una mueca de fastidio entró a la casa y se dirigió a las escaleras. Ella abrió las ventanas, era su responsabilidad cerrarlas. El recuerdo de la confusión vivida unas horas antes en ese lugar le erizó la piel, pero no podía temer a los fantasmas que creaba su mente, tenía preocupaciones más reales qué atender.
Con una valentía que no se conocía entró en el ático y oteó los alrededores para descartar la posible presencia de algún animal. Al darse cuenta que estaba sola, se encargó de cerrar todas las ventanas y pasarles seguro. Finalmente se sacudió las manos dispuesta a regresar a la planta baja y cerrar las ventanas de esa área, pero al ver el desorden que quedó después de su aventura, se enfureció. No podía dejar el lugar en esas condiciones.
Tomó una caja vacía y se arrodilló en el suelo para comenzar a recoger todo. Levantaba juguetes, adornos, páginas sueltas de libros y prendas de bisutería, entre muchos otros objetos. A pocos metros, encontró un grupo de papeles y sobres cerrados que comenzó a apilar controlando la curiosidad. Esas debían ser cartas y documentos personales de los Kerrigan, nada de lo que estaba allí le debía interesar.
Sin embargo, no pudo controlar su ansiedad al encontrar dos fotografías que retrataban al mismo niño del columpio. En una, estaba solo, con la mirada triste clavada en un avión de juguete que pintaba con un pincel. Era el avión de madera de balsa que adornaba la repisa de la chimenea. En la otra, lo abrazaba un hombre de edad avanzada, que sonreía con poco ánimo. El niño seguía manteniendo un rostro acongojado.
Tras la pareja, se podía notar la silueta de una sombra. De nuevo, el temor invadió a Debby, que para evitar imaginar cosas extrañas lanzó las fotografías dentro de la caja e intentó olvidarse del asunto.
Continuó su labor con la piel erizada. Sentía una presencia junto a ella, pero no quería permitir que su cerebro sugestionable dominara su vida.
Con brusquedad guardó los papeles , pero la imagen impresa en una tarjeta la inmovilizó. Era el rostro de un chico, cuyos ojos oscuros parecían observarla. Se estremeció mientras leía las letras grabadas bajo la foto: "En recuerdo a la memoria de mi amado Zack". El resto no pudo leerlo, sintió una caricia helada en su hombro izquierdo que le alteró los nervios y la obligó a levantarse y salir del ático a toda velocidad.
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Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)
RomanceDeborah Adams, al huír de su casa por una traición de su marido, se refugia en una cabaña, descubriendo que no estaba tan abandonada como le habían asegurado. Adentro, encuentra a un hombre atractivo pero de muy mal caracter, que no piensa dejar su...