Capítulo 41

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Capítulo 41 | "Jaula de cristal"

Maratón 1/2

Madison Blackwolf

Mi cuerpo duele, respirar duele, si no me muevo me duele, pero si lo hago duele aún más, estoy hecha un auténtico desastre.

Mi espalda tira del dolor, siento mi piel palpitar en espasmos dolorosos y si me muevo mucho las heridas vuelven a sangrar.

Ha pasado un día desde que sufrí a manos de mi padre y sus hombres, no he logrado dormir porque apenas mi cuerpo empieza a relajarse escucho el sonido de los latigazos impactando contra mi piel y el ardor esparcirse por todo mi cuerpo, escucho los gritos de Alek suplicando que se detengan, que dejen de lastimarme, Alek cargándome entre sus brazos mientras él mismo sangraba sin importarle nada más que mi seguridad.

Me encuentro en esta maldita celda improvisada con la espalda totalmente descubierta mientras estoy acostada boca abajo en este suelo de mierda, Alek ha intentado acomodar las miserables mantas que nos han brindado para hacerme una especie de cama, pero ha sido en vano, estoy en el suelo, es un hecho, el dolor de mis músculos por el terrible descanso me lo confirma.

Alek viene hacia mí luego de remojar una tela en el agua de la ducha y colocármela de nuevo en la espalda, su ceño se frunce con concentración mientras trata de no lastimarme cuando cambia el vendaje y aplica un poco de ungüento en las cortadas.

— Deberías poner un poco de ese ungüento en tu herida de la espalda — sugiero

— Está bien así.

— Entonces tal vez cambiar la venda de la herida del disparo.

— No hace falta.

— Alek...

— Annika, ya lo hablamos, los medicamentos y las vendas son para ti, estaré bien.

No insisto de nuevo, termina de hacer el ventaje en mi espalda y luego se acuesta a mi lado atrayéndome a su pecho mientras coloca su mejilla sobre mi cabeza.

— Deberías tratar de dormir algo — sugiere.

— No puedo dormir, las pesadillas...

— Lo sé, pero igual deberías tratar de hacerlo.

— Tu también deberías dormir.

— Si duermo, ¿quién va a cuidarte?

— Va siento lo mismo contigo, ¿no?

No dice nada más, nos quedamos en silencio mientras mi cuerpo y el de él transpiran por el calor que hace aquí dentro, aún no arreglan el termostato, mi estómago ruge con fuerza a la par del de mi hermano dado que aún no nos han alimentado, mis labios se encuentran agrietados y resecos y hasta tragar saliva representa un gran esfuerzo, la deshidratación nos hace tener mareos constantes y me preocupa bastante cuánto lograremos resistir.

— Cuando era niño y Egor me encerraba, pasaba largo tiempo mirándome frente a un espejo sólo para tratar de imaginar qué tan idéntica a mi serías — rompe el silencio.

— Somos idénticos, Alek.

— No tanto, al parecer preferiste copiarme los ojos azules en lugar de igualarme en altura.

— Mi altura no está tan mal — me indigno.

— Pero tampoco está tan bien — le golpeo el pecho y por primera vez desde que estamos aquí lo veo sonreír, suelta una risa baja y luego vuelve a mirarme dejando el momento gracioso de lado.

— Agradezco a cualquier entidad existente que seas una viva imagen de mamá con todo ese cabello rubio y ojos azules.

— Tú también eres la viva imagen de mamá, somos idénticos, sólo eres una versión más fea.

As de CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora