Capítulo 3 | El hombre misterioso

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"𝑵𝒐𝒕𝒉𝒊𝒏𝒈 𝒘𝒆 𝒔𝒂𝒚 𝒊𝒔 𝒈𝒐𝒏𝒏𝒂 𝒔𝒂𝒗𝒆 𝒖𝒔 𝒇𝒓𝒐𝒎 𝒕𝒉𝒆 𝒇𝒂𝒍𝒍𝒐𝒖𝒕"

𝐓𝐚𝐲𝐥𝐨𝐫 𝐒𝐰𝐢𝐟𝐭


Tiffany se arrepintió de haber aceptado un segundo después de haberlo hecho y lo mismo ocurrió con el correr de los días tras la conversación con Kelly. Cuando su mejor amiga la llamó el jueves de la semana siguiente diciendo que la cita tendría lugar al otro día volvió a arrepentirse, y así continuo, mientras elegía que ponerse, optó un sencillo vestido negro que no revelaba demasiado y que en realidad no usaría en una cita, mientras se maquillaba y peinaba su larga melena rubia el arrepentimiento seguía presente.

Era un sentimiento que experimentaba al recordar lo que había aceptado, pero que cuando pensaba en cuál era la otra alternativa se esfumaba de la misma forma que aparecía: en un santiamén.

Sí, quizás una cita a ciegas no era lo mejor. Una cita de hecho era lo último que Tiffany deseaba ahora mismo, pero debía pensar con claridad y ver el vaso medio lleno, ¿Qué importaba si la cita era un desastre? De todas formas, su vida amorosa ya lo era, y de seguro esta decisión iría a la lista de aquellas cosas que a Tiffany le encantaría cambiar.

Pero ahora, en el preciso momento en que ocupaba una mesa cerca de la entrada del bar donde sería la cita, tras un viaje de quince minutos en un Uber, y paseaba la vista por cada hombre que cruzaba esa puerta, trató de pensar que solo era una cita y ya.

Bebería un par de tragos con un extraño que no le provocaría nada, porque hacía mucho tiempo que ningún hombre le provocaba cosas, se reiría de sus malos chistes y antes de que el reloj diera las once de la noche ella estaría de regreso en su piso. Se cubriría con su manta de felpa rosa pastel, ordenaría helado y lo devoraría mirando una sitcom de los ochenta.

Algo amargo bajó por su garganta al percatarse de lo que pensaba. Habían pasado años desde la última vez que había sentido cosas por alguien, y ni siquiera se trataban de sentimientos, no, se trataba más bien de cosas físicas. Si no fuera gracias a sus propios conocimientos, también habrían pasado años desde su último orgasmo, pero para su suerte se las apañaba bastante bien.

La universidad no fue el mejor lugar para las citas, luego de todo el drama con sus padres no se sentía ella misma y se encerró en un caparazón que comenzó a resquebrajarse cuando entabló relación con Kelly, pero aun así no tenía ánimos de citas, de chicos y mucho menos de rollos de una noche.

Las cosas cambiaron al mudarse a Nueva York, de vivir en una pequeña ciudad como lo era Virginia a pasar a un lugar con más de ocho millones de habitantes, era indudable que en ese mar de personas podría conocer a alguien lo suficientemente capaz de provocarle cosas en muchos aspectos.

Pero nada resultaba. Tiffany se había esforzado por tener citas que siempre fracasaban, rollos de una noche con los que terminaba asqueada y no quería volver a ver, e incluso había salido con un par de hombres, pero lo máximo que esas relaciones habían durado era tres meses. Como si todo tipo de relación en su vida tuviera fecha de caducidad, ella decía que el destino se empañaba en arruinar su vida amorosa pero muy en el fondo sabía que el problema lo tenía ella, aunque para ser honestos, no era lo suficientemente valiente para enfrentarse a ella misma.

Por eso, había dedicado la mayor parte de su adolescencia y adultez en pensar en su futuro profesional, ¿Qué más daba si no tenía sexo en meses? Lo importante era conseguir el puesto de sus sueños y que valoraran su trabajo de una buena vez. Aunque eso estaba un poco demorado, pero de todas formas las citas no entraban en la ecuación.

Tiffany se miraba al espejo todas las mañanas y se regalaba una sonrisa luego de decir una simple palabra: "feliz". Porque así se había convencido siempre de que estaba bien y que jamás necesitaría de alguien.

Cuando una joven que atendía el bar pasó cerca de su mesa, le pidió si podía traerle un trago, había llegado media hora antes que el horario acordado para la cita y pensó que quizás si se embriaga solo un poco la conversación con el extraño sería llevadera. El bar que su mejor amiga había elegido era tranquilo, lo cual lo agradeció internamente, se encontraba en el centro de Manhattan, en una calle transcurrida, pero había muchos otros bares más llamativos, por lo que no se encontraba lleno de personas.

Había llego antes de lo acordado porque estaba nerviosa, o al menos eso se repetía una y otra vez mientras estaba en alerta viendo a todos los hombres que entraban al bar. Lo cierto era que quería corroborar a quién sería su cita, aunque no tuviera una remota idea de a quién se encontraría, Tiffany creyó que así podía evaluar con anticipación a los hombres que aparecía, su mejor amiga le dijo que él la encontraría sin problemas, lo cual le pareció lo suficiente extraño para que al recordarlo se pidiera otra margarita.

Apuró el trago y resopló con pesadez, en un intento de esconder sus nervios que iban cada vez en aumento.

Si alguien me hubiera dicho meses atrás que ahora estaría a punto de tener una cita a ciegas, definitivamente me habría reído en su cara, pensó. Porque si alguien había perdido toda esperanza de salir con un hombre decente, definitivamente era ella.

Decente.

Se mordió el labio inferior al recordar la forma en que le suplicó sin descanso a su amiga que le encontrara alguien lo suficientemente decente y ordinario para que la cita sea lo más normal posible. No se trataba de que no confiara en Kelly, de haber sido necesario de seguro le confiaría su vida, pero no necesitaba empeorar las cosas a como ya estaban.

Cuando regresó a ver la hora en su móvil, constató sorprendida que era la hora exacta en que su cita se llevaría a cabo, lo que quería decir que en cualquier momento el hombre misterioso se haría presente. Lo que hizo que el pánico la invadiera, aunque relajó sus músculos y reguló su respiración, pero era inútil intentar realizar los ejercicios de respiración que había aprendido en la única clase de yoga a la que había asistido ese año.

Por primera vez deseo con todas sus fuerzas que la dejaran plantada y así podía volver a donde su mejor amiga para darle la mala noticia, dejarse consolar por ella y volver a su vida normal, pero en ruinas.

Aunque un segundo después un sentimiento de culpa la invadió, Kelly solo había tenido una buena intención, algo malvada, pero buena en fin porque lo único que quería era ayudarle.

El sentimiento se esfumó en cuanto lo vio atravesar la puerta de entrada.

Llevaba el cabello rubio prolijamente peinado hacia atrás, sedoso, espeso y brillante, una barba de un par de días que lo hacían ver increíble, un traje azul aciano que resaltaba sus ojos como el cielo y se amoldaba a su cuerpo, de casi dos metros, esculpido por el gimnasio. Camino con paso ligero y seguro hacia donde ella se encontraba, la había visto ni bien entró al lugar, Tiffany se caracterizaba por resaltar entre los demás a sus ojos y cuando la vio su sonrisa ocupó toda su cara.

A medida que la de Tiffany se desvanecía.

Porque si él estaba aquí eso solo significaba una cosa. Tendría una cita a ciegas con su ex.

—Hola, Tiffany. Tanto tiempo —la sonrisa del rubio se extendió hasta enseñar sus dientes blancos y perfectos.

Tiffany quiso huir.

Tyler Jones parecía decidido a quedarse.



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