Marcos tiene 100 problemas en su vida y Diego puede ser la solución, o un problema más.
Todo depende de qué tan buen compañero de baile sea y de si será capaz de dejar su actitud cautivante y coqueta al menos por dos semanas.
Una personalidad enam...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
No tengo idea de cómo terminé en esta situación.
Diego y yo habíamos despertado gracias a los ladridos de dino pidiendo comida; Claudia nos había subido el desayuno y avisó que saldría a comprar unas cosas, así que estábamos solos, pero a Diego no le gusta estar en su casa sin ella, así que había propuesto ir al estudio desde temprano para hacer el papeleo de los estatales.
Ahora estamos al pie de las escaleras, frente a un hombre alto, corpulento, de cabello oscuro y de mirada filosa, puedo reconocerlo como el padre de Diego gracias a una de las fotos de la sala. No termino de entender por qué cuando Diego lo vio ingresar a la casa su primera reacción fue ponerse delante de mí, cubriéndome por completo ante la mirada de su padre.
— ¿Qué haces aquí? —pregunta Diego, finalmente. Habíamos estado en un silencio bastante incomodo desde que su padre apareció.
— Es mi casa —responde con simpleza.
Es la primera vez que veo al señor Nicolás en persona, y eso es sólo un decir porque apenas y puedo verlo debido a que Diego no me deja ni asomar mi cabeza a aun costado de su cuerpo.
— ¿No vas a presentarnos? —inquiere su padre.
— Ya nos íbamos —responde, con su voz un poco temblorosa. Estoy comenzando a preocuparme.
— Es de mala educación ni siquiera saludar, te lo he dicho —riñe.
El cuerpo de Diego se ha tensado demasiado, no me gusta para nada verlo de esa manera, quiero sacarlo de aquí lo antes posible, así que sólo hago lo que el señor pide.
— Soy Marcos Brower —hablo, asomándome detrás de Diego.
Hago el intento de saludar a su padre con mi mano, pero Diego toma mi muñeca con fuerza, impidiéndomelo. No hace falta decir que estoy confundido por esta situación. El agarre en mi muñeca es firme y eso me sorprende, porque cada que él pone sus manos sobre mí lo hace con delicadeza, como si estuviese tocando la obra de arte más valiosa; ahora mismo me está lastimando.
— ¿Brower? —la voz del señor Ávila parece estar saboreando mi apellido y de una manera en la que no me hace sentir muy cómodo —¿Cómo el bailarín? —cuestiona.
— Sí señor —articulo, a duras penas, porque Diego sigue sosteniendo mi muñeca con fuerza.
— Nicolás Ávila, un placer —se presenta de lo más tranquilo.
— Debemos de ir a estudio, se nos hace tarde —irrumpe Diego, tirando de mi mano para llegar a la puerta.
En cuanto pasamos por el lado de su padre me pasa hacia su otro costado, de manera en la que no tenga ningún tipo de contacto con el mayor; me hace sentir que estoy en peligro y no sé por qué.
Podría estar siendo paranoico, pero conozco a Diego, además de que las cosas que he escuchado de su padre y la relación entre ellos no han sido de lo mejor, aunque no esperaba que se sintiera tan mal estar en su presencia.