11. ¡Ah! ¡Se fue la luz!

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¿Saben qué es lo que más detesto de las tormentas?

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¿Saben qué es lo que más detesto de las tormentas?

Que a veces son tan malditamente inesperadas.

En cuanto entro a mi departamento el sonido de la lluvia golpeando con los cristales de la ventana hacen eco en todo el lugar
Mi madre no está en casa al parecer, pero aún es temprano, probablemente se retrasó con algo del trabajo y…

—¡Mierda! – grito cuando quedo sumido en total oscuridad.

Se fue la luz.
Saco mi celular del bolsillo y enciendo la lampara lo más rápido que puedo.
Miedo, terror, pánico, Iván, mi mamá.
Puta madre, moriré sólo y en la oscuridad.
Eso de darme de baja de la vida era broma.
Vuelvo a gritar cuando mi celular vibra en mis manos. Suspiro al ver el nombre de Diego en la pantalla.

—Ho… — intento saludar, pero me interrumpe.

—¿Puedes bajar a abrirme? Me estoy mojando —le escucho decir.

—¿Qué carajo haces todavía aquí? – pregunto caminando con cuidado hacia a la puerta.
—Me iba a ir, pero parece que mi auto se puso en mi contra igual que tú y no quiso arrancar – reprimo una risa.
—Vale, espera ahí, ya estoy bajando – cuelgo la llamada sin esperar respuesta de su parte, entre menos utilice el celular en estos momentos, mejor.

Podría dejarlo ahí abajo o decirle que tome un taxi y vaya a casa, pero no soy tan mala persona como para dejar que se empape y corra el riesgo de enfermarse.

Bajo las escaleras rápidamente y al llegar a la entrada veo a Diego recargado en la pared abrazándose a sí mismo. Su mirada se ilumina cuando me ve.

—Pareces cachorrito abandonado – me burlo permitiéndole el paso al edificio.

—Pues mi estrella guardián me abandonó sin más – befa sacudiendo su cabello con su mano.

Lo voy a demandar por atacarme de esta manera.

—Es ángel guardián – corrijo intentando centrarme en cualquier cosa que no sea él y su belleza surreal.

—Pero ahora mismo lo que tengo frente a mis ojos es una estrella — dice con una sonrisa coqueta.

Maldición, la mayoría de sus coqueteos son casi baratos, pero aún así provocan cosquillas en mi estómago.

Probablemente, más que las palabras, sea la manera en que mira lo que provoca estas sensaciones

—¿Vienes o qué? — señalo las escaleras, ignorando por completo su comentario. Él sonríe de lado y asiente antes de seguirme.

El edificio entero está sumido en una oscuridad estresante. El guardia de turno nos proporcionó una lampara de baterías a cada departamento, pero no es suficiente para bajar mi ansiedad.

No puedo moverme libremente sin llevar la lampara en manos.

Diego ha intentado relajar el ambiente con ocurrencias divertidas, pero cuando las risas cesan, el estrés vuelve.

Además de la falta de luz, no he podido comunicarme con mi mamá, parece que la tormenta ya ha cortado la señal telefónica.

—¿No tienes algo más grande? – pregunta Diego al salir del baño.

Le he sugerido que tomara una ducha, porque su ropa estaba algo mojada y podía enfermarse, pero claramente no lo pensé bien, porque es evidente que mi ropa no le va.

Llevo una mano a mi boca intentando no reírme demasiado fuerte por lo pequeña que se le ve mi pijama.

—¿Te parece que tengo ropa para alguien de tu tamaño? – inquiero, niega con la cabeza – Pues lo siento, pero deberás acoplarte un rato a eso, ya he puesto a secar tu ropa, pero tardará un rato teniendo en cuenta que sólo la guindé sobre las sillas de la cocina.

—Mi pantalón no estaba tan mojado, y traigo una sudadera en la mochila. Será mejor que esto – se señala – Sin ofender.

—No me ofende.

Sale de la habitación y entra un par de minutos más tarde ya con su pantalón puesto, sólo que sin camisa. Eso provoca que la sangre se acumule en mis mejillas y desvíe la mirada a mí celular nuevamente.

Dance With MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora