Capítulo 21 | Inicio

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Vicky

18 de octubre del 2014

No soy capaz de dejar de maldecir la hora a la que accedí a tomar un par de cervezas ayer. Maldita la hora en la que no me marché cuando el resto de clase dijo que se iba. Maldita la puñetera hora en la que pensé que quedarnos a sola no tenía por qué convertirse en algo incómodo. Maldita la jodida hora que pensé en tomarme otra más mientras nos contábamos lo primero que se nos pasaba por la cabeza. Maldita la hora que me quedé sin aliento frente a mi portal por tener a Edric tan cerca. Mierda.

Joder, malditas todas esas horas. Desde que comenzamos a beber hasta que nos despedimos, porque todo lo que podía irse de madre se fue de madre. Joder, joder y joder, en mil sentidos. Si tuviera que definir lo que pasó diría que las cosas se nos fueron mucho más que de madre.

Para ponernos en contexto, el ambiente invitaba a quedarse, a sentarse en la terraza a tomar más de una caña pero era lo normal, era el típico viernes por la tarde y todo el mundo habíamos decidido celebrar que era el inicio del fin de semana. La gente comenzaba a brindar y nuestra mesa, con más de quince personas, no iba a ser menos.

Había gente por todas partes. Salían con maletas para volver a su casa o para dejarla unos días, con botellas de alcohol para comenzar la previa, o alguno de esos maquillajes que a mí me resultarían imposibles de imitar por mucho que siguiera un tutorial paso a paso. Creedme, lo he intentado.

Hace ya unas cuantas semanas que Edric y yo comenzamos a hablar un poco más, pero seguía siendo la mínima relación cordial entre compañeros de clase. La verdad es que es cierto que despierta algo en mí desde hace un tiempo pero sin mayor importancia, es sólo un compañero más y punto ¿para qué meterse en líos totalmente innecesarios? Suficiente tengo ya con mi vida.

Ahora lo pienso y me quiero dar dos tortas. He acabado en un lío de los gordos porque en teoría iba a ser como cualquier otro viernes, habían decidido ir a tomar unas cañas donde siempre porque no piden el DNI y la mayoría tenemos 17 años. En teoría iban a ser un par de cervezas, pero al final fueron más de dos, comenzamos a beber a la hora de comer y, más o menos, terminamos sobre las nueve de la noche. El sol estaba escondido y las farolas ya hacían acto de presencia con su luz.

Cuando nos quedamos con únicamente nuestra compañía mutua fuimos hablando más y más y más, hasta llegar a contarnos todas esas cosas no le cuentas a tus padres. Aunque todavía no sé si era el alcohol o fue cosa de esa extraña sensación de confianza que me transmite, cosa que no sé si realmente existe. No fui la única que estuvo hablando, él también lo hizo de más pero dudo que se acuerde y yo no seré quien se lo pregunte.

La conversación cada vez iba dando tumbos, de un extremo a otro, hasta que tomó ese giro brusco a la izquierda cuando nos paramos en mitad de la calle después de pagar nuestras últimas rondas. Sé que se estaba despidiendo por la situación pero era incapaz de escuchar lo que decía, únicamente podía estar mirando a su boca y viendo cómo movía los labios, pero sin prestar atención. Quería besarle, es algo que no voy a negar porque ahora mismo querría hacerlo incluso estando sobria.

—Buen fin de semana, Vicky —fue lo que logré escuchar cuando volví a la realidad y le miré a sus ojos marrones. No debí de hacerlo.

Tuve que alzar un poco la vista porque mi estirón se está retrasando o nunca va a llegar. Le miré y, antes de poder responder, se lanzó. ¿Él? ¡Sí! De repente su metro setenta y poco estaba a la altura de mi metro sesenta. En mi cabeza era imposible que aquello pudiera suceder y ahora no sé si quiero que vuelva a ocurrir.

Bueno, sí quiero que vuelva a pasar pero dudo que sea lo correcto. No lo es.

—¿Hay alguien en tu casa? —preguntó cuándo fuimos capaces de separarnos. Únicamente negué con la cabeza, tenía las palabras atascadas en la garganta —Podrías invitarme a la última ronda —fue tan directo que un escalofrío me recorrió la espalda y erizó toda mi piel.

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