Cap. 16 | Buenos días

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Vicky

Madrid, 27 de diciembre del 2017

Es hora de confesar que en algún momento me imaginé cómo sería la habitación de Edric ahora que vive solo y, joder, es exactamente como mi cabeza tenía pensado. No sé ni si quiera por qué he llegado a imaginar su casa, supongo que desde que me dijo que sí a vernos no he podido pensar en otra cosa. Me daba miedo venir con toda la seguridad del mundo y derrumbarme al verle, por eso me he preparado tanto mentalmente.

Sé qué hace mucho que no nos vemos, que las cosas han cambiado y que tanto él como yo hemos tenido que madurar en algún aspecto. Al final, todo lo que hicimos con 17 años no nos pueden definir durante el resto de nuestra vida; la gente crece, madura y a veces cambia.

Cuando se marchó me dolió, sentí que algo dentro de mí se quedaba vacío y me decepcioné a mí misma. Me decepcioné porque desde que había fallecido mi padre me había prometido ser fuerte, no derrumbarme y mucho menos por Edric, pero no fue así. Acabé rota a pesar de saber desde el principio que teníamos más que escrito nuestro final, aunque ni siquiera conocí nuestro inicio.

Sigue durmiendo al otro lado de la cama y me quedo mirándole. Tiene el sueño igual de profundo que recordaba, a veces me tocaba despertarle porque nunca podía quedarse a dormir, excepto el día de mi cumpleaños que consiguió organizarme una sorpresa y me quedé sin saber que decir.

Trato de no hacer movimientos bruscos para que no se despierte y busco mi ropa interior por el suelo. Si no recuerdo mal las perdí en la habitación y mis pantalones se quedaron en el salón junto con el jersey. Por suerte no hay nadie en su piso y nadie más va a ver mis bragas. También tengo suerte de que su familia se marchara ayer tras pasar aquí la comida de navidad.

Todavía recuerdo que su madre le decía que deberíamos ser pareja si nos llevábamos tan bien, que era raro que Sandra no estuviera celosa... ay, pobre Carmen si hubiera conocido la historia que teníamos su hijo y yo.

Le miro de reojo mientras me subo las bragas. Los recuerdos de la noche se apoderan de mi mente y me dan ganas de despertarle para repetirlo pero mi sentido común sabe que no es el momento y voy hacia la cocina rezando porque tenga café y alguna bollería para desayunar.

—Buenos días —dice su voz de dormido junto detrás de mí.

—Buenos días —respondo dándome la vuelta —, ¿te apetece un café?

—Por favor —responde bostezando y sentándose en una de las sillas que tiene en la cocina.

Me giro a la encimera y vierto un poco de café en una de las tazas que encontré por los armarios, me vuelvo hacia él y se la ofrezco. La coge y se acerca a la nevera para sacar un cartón de leche mientras yo cojo un tarro que pone azúcar.

—Menos mal que anoche no bebimos —digo mientras me apoyo en la encimera tras prepararme mi taza —, porque no me quiero imaginar la resaca que tendría junto al cansancio del concierto.

—Y lo que no fue el concierto —responde antes de darle el primer sorbo al café —. Hay cosas que no cambian.

—¿El qué? —pregunto arqueando una ceja.

—Que se nos dé tan bien lo de anoche —se ríe —. Tranquila, es una broma.

—Lo sé —suspiro y recuerdo a Sergio, pero me callo. Mierda —, en algo debíamos ser buenos.

—En verdad —comienza a decir dejando la taza sobre la mesa —podríamos a ver sido muy buenos en muchas otras cosas.

—Yo no estoy tan segura de ello.

—¿Por qué? —pregunta con total ingenuidad en sus ojos.

—Hombre, es fácil —respondo con serenidad —. No éramos ni seremos una de esas parejas de película que terminan juntos pase el tiempo que pase. Te marchaste y es lo mejor que pudiste hacer, sólo sabíamos estar haciendo daño, discutiendo y siendo como el dicho popular de ni como ni dejo comer —suspiro —. Realmente lo mejor de nuestra extraña relación fue dejarnos ir.

—Lo sé —dice antes de darle otro sorbo a la taza.

—No sé —suspiro —, llega un momento en el que acabas superándolo.

—Supongo —responde en un susurro.

—Debería llamar a Sergio para contarle como me va por Madrid —digo sin pensar y miro el móvil, tengo un par de mensajes suyos. Si no respondo no se agobia, sabe que no estoy todo el día pendiente de él pero pregunta de vez en cuando cómo estoy.

—¿Le vas a contar lo que pasó anoche?

—Creo que eso son cosas que se cuentan en persona —respondo, recordando la forma en que él habló son Sandra. Ha debido de dolerle porque esa media sonrisa suya se ha borrado, algo que disimula dándole un trago al café —. Perdona.

—No —dice él —, si tienes razón. Fui un cabrón y es algo que hay que aceptar.

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