Capítulo 19

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                                  Madisson

— Hola —dije secamente al ver a Rachel.

— Hola, ¿está Derek? —me preguntó con una amplia sonrisa.

—Sí —dije y cerré la puerta. Fui al salón donde Derek se encontraba tumbado en el sofá viendo la televisión.

— ¿Quién era? —me preguntó.

— ¿A quién te refieres? —cogí una revista de encima de la mesita de té y me senté en uno de los sillones.

— A la persona que ha llamado a la puerta.

— Ah, era Rachel —dije de manera indiferente.

— ¿Y por qué no la has hecho pasar? —preguntó mientras se levantaba apresuradamente y corría a la entrada.

— Ha preguntado si estabas en casa, no ha dicho nada sobre entrar —protesté.

— Hola Rachel —le escuché decir cuando hubo abierto la puerta— Pasa anda.

— Gracias, ya creía que me ibais a dejar fuera —soltó una tonta risotada.

— La próxima vez me encargaré de que así sea —murmure para mi.

— Bueno, ¿estás listo?

— Sí, solo necesito coger mis llaves —le contestó
Derek.

— Vale.

Volvió al salón y cogió sus llaves de encima de la mesita de té. Después se acercó a mi y se inclinó levemente.

— Si necesitas lo que sea, llevo el móvil encima,
¿vale? —dijo apartándome un mechón de pelo de la cara y poniéndolo tras mi oreja.

— Tranquilo, no me pasará nada —lo dije mirando el azul intenso de sus ojos.

— Vale, pues, hasta luego pequeña —me dio un beso en la frente y volvió con Rachel.

Escuché cerrar la puerta de la entrada y fue entonces cuando me levanté apresuradamente del sillón y me acerqué a la ventana del salón el cual daba al patio de la casa.

Desde ahí pude ver como Rachel y Derek entraban en el coche de este. No pude evitar fijarme en la falda que ella llevaba. No tenía nada en contra de las minifaldas, pero no entendía cómo alguien se podía poner algo tan corto. ¿Cómo hacía para sentarse? Si apenas le cubría de pie, si se sentaba se le vería todo, y si trataba de cruzar las piernas la falda se le subiría hasta arriba.

Sacudí la cabeza y cerré las cortinas. Tenía que dejar de pensar en ello, tenía mejores cosas que hacer, por ejemplo, prepararme para mi cita con Bell el cual no tardaría mucho en llegar.

Fui al cuarto de baño y miré mi reflejo en el espejo.
Cogí el delineador de ojos negro. La raya que me había hecho a la mañana casi se había borrado por completo en la linea del agua, así que volví a dibujarlo para que quedase bien marcado. Volví a ponerme un poco de gloss y me acomode el pelo con las manos.

En cuestión de pocos minutos volvió a sonar el timbre y esta vez sabía que sería mi cita.

— Hola Bell —lo saludé al abrir la puerta.

— Hola nena —dijo y me dio un corto beso.

— ¿Nena? —inquirí arqueando una ceja.

— Sí, nena, ¿no te gusta?

— Sí, sí que me gusta —admití con una pequeña sonrisa. Me hice a un lado y dejé que entrara— Necesito un minuto para coger mis llaves.

— Vale, yo te espero aquí —cerró la puerta con la mano.

Subí las escaleras y entré en mi habitación. Cogí mi mochila de clase y busqué en ella mis llaves pero no había rastro de ellas. ¿Por qué uno nunca encuentra lo que necsita cuando lo necesita?

Comencé a revolver los cajones de mi mesa de estudio pero tampoco estaban ahí. Si mi madre estuviese ya las habría encontrado en cuestión de segundos.

Las madres tenían esa mágica habilidad de encontrar aquello que no encuentran sus hijos. Me preguntaba si yo también desarrollaría aquella habilidad al tener mis propios hijos.

Estaba revolviendo el cajón de los vaqueros cuando de pronto dos fuerte brazos me rodearon la cintura.

— En realidad, no tenemos por qué salir, podríamos quedarnos aquí, a solas —murmuró en mi oído y después me dio un suave beso en el cuello.

— Anda, para —dije estremeciéndome.

— Podríamos pasar un buen rato —acercó su cuerpo aun más al mío.

— En serio, para —agarre sus muñecas— No puedo.

— Está bien —murmuró. Me giró y me miró directamente a los ojos— Lo siento.

— Tranquilo —le sonreí tratando de quitar tensión al asunto.

— Es solo que llevaba tanto tiempo queriendo salir contigo que ahora no quiero perder ni un instante para disfrutar de todos los actos de amor que me gustaria compartir contigo.

— Estás hecho todo un poeta —reí— Pero vas a tener que esperar para algunos de esos actos de amor —le di un toquecito en la nariz con el dedo indice— Aun
no estoy lista para ellos.

— Lo sé, lo entiendo —asintió— Bueno, ¿vas a tardar mucho? Me estoy aburriendo de esperar —se mordió el labio.

— Tranquilo, ya las he encontrado —dije enseñándole el manojo de llaves que estaba en el bolsillo de uno de los vaqueros.

— Bien, ¿y a dónde vamos?

— ¿Qué te parece al café Garden? Podemos pedir una de esas exquisitas malteadas de chocolate.

— Querrás decir dos —me corrigió— No pienso compartir una napolitana contigo —fingí estar indignada— Y sabes que tu tampoco
compartirías el tuyo con nadie —puntualizó
haciéndome reir.

— Es cierto.

Salimos de la casa y cerré la puerta con llave. Nos montamos en la moto de Bell y fuimos hasta la cafetería de la que previamente habíamos hablado.

Aparcó la moto y fuimos hacia la puerta de la estancia, me rodeó la cintura y entramos.

Lo que no sabíamos era que alguien se había dado cuenta de nuestra llegada.

Enamorada de mi hermanastro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora