CAPÍTULO 2

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Alan se despertó con el sonido del despertador del móvil, pronto tendría que cambiarlo porque ya empezaba a aborrecer la melodía, sería la quinta vez que la cambiaba por lo menos. Estiró el brazo, palmeando la mesita de noche todavía con los ojos cerrados hasta que finalmente consiguió agarrar el teléfono y apagar la alarma.

El manejo del teléfono se había vuelto algo mecánico después de tres años. Tuvo que reconocer que era bastante útil. De alguna forma, los humanos siempre se las apañaban para confeccionar cosas útiles.

Su rutina era bastante simple: desayunar, cepillarse los dientes, ducharse, vestirse, ponerse unas lentillas, tapar la cicatriz del rabillo de su ojo izquierdo y rizar levemente su pelo.

En cuanto supo que lo estaban buscando cambió su apariencia todo lo que pudo, sobre todo sus rasgos distintivos. Por eso, había ido casi de inmediato a la óptica más cercana para comprar unas lentillas. Lo mejor hubiera sido adquirir unas verdes o incluso azules pero no pudo deshacerse de toda su persona, por lo que adquirió unas marrones oscuras que oscurecían el tono de sus ojos marrón, nada más que un cambio sutil pero contaba con que la mayor parte de la comunidad mágica no conocería ese invento. Al fin y al cabo, los inventos de los humanos siempre se consideraban invasivos, vulgares y anticuados.

Su pelo fue probablemente el cambio más sencillo, apenas lo rizaba levemente con su varita. Su cabello era sumamente liso, así que algo tan sutil hacia una gran diferencia. Le había costado acostumbrarse a esa apariencia, pero nadie parecía notar nada extraño en eso.

En cambio, el mayor desafío lo presentó su cicatriz. Nunca había podido usar ningún hechizo porque la cercanía a su ojo lo complicaba todo, un hechizo mal ejecutado y podría quedarse ciego. Además, si sospechaban de él sería fácil para ellos eliminar el hechizo y ver lo que se ocultaba detrás. Estuvo sin salir de casa tres días pensando en una solución, esperando a que la facción de Yon no les diera por llamar a su puerta. Fue viendo unos anuncios en la televisión que encontró su solución, parecía que le hablaba directamente a él: «¿Quieres cubrir tus imperfecciones e incluso cicatrices? ¿Quieres cambiar tu aspecto?» Claro, en ese punto obvió muchos detalles como verse irresistible y tener una piel de terciopelo pero en general había asentido efusivamente al televisor, como si la mujer del anuncio pudiera verle.

No podía negar que incluso después de cinco años se seguía ruborizando un poco a la hora de comprar maquillaje. La primera vez estuvo tan nervioso que compró el primero que vio, como si así nadie se fuera a dar cuenta de lo que compraba. Al aplicárselo había acabado con un pegote naranja en su perfil izquierdo que no pudo corregir con nada, tuvo que volver a la tienda y aplicarse diferentes tonos por las manos. Había querido que la tierra se lo tragara cuando una dependienta se acercó a él para ofrecer su ayuda en encontrar el tono correcto.

Durante una temporada estuvo aplicándose el maquillaje pero seguía notándose una diferencia con el resto de piel y podía verse ligeramente la línea diagonal que se extendía desde su rabillo hasta la esquina de su ceja si uno se fijaba mucho. Considerando que había toda una facción buscándolo por todos lados supuso que lo mejor era no arriesgarse.

Al pasar por una tienda esotérica vio un caldero entre varios cachivaches. Entró un poco a tientas al establecimiento, pasó por los diferentes pasillos hasta encontrar el caldero en exposición y lo observó. Lo cierto es que se veían parecidos al que usaban en clase, no es que fuera un experto en calderos ni mucho menos y suponía que a Klein, su profesor de pociones, le estaría dando un ataque solo de imaginar lo que tenía en mente pero sus opciones eran las que eran, no había mucho que pudiese hacer.

Bajo máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora