CAPÍTULO 7

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El despacho estaba atestado de papeles. Hacía tiempo que en las estanterías o los cajones no cabía ni un alfiler, al abrirlos incluso se enganchaban, estaban más llenos de lo que deberían incluso con la ampliación mágica. Podrían ampliar el cajón tres o cinco veces más pero al final era contraproducente, no servía de nada un cajón de quinientos metros si luego tardabas en buscar las cosas eones.

El despacho estaba lo más organizado que podía estar dadas las circunstancias, aunque para Yon, quien amaba el orden, el simple hecho de mirar su escritorio le provocaba una migraña. Conforme más trabajo hacía, más rápido llegaban otros.

Sus padres eran casi unos esclavistas. Pero no podía quejarse cuando ellos tenían la peor parte. Había noches que se había encontrado a su padre dormido en una montaña de documentos, otras noches simplemente sobrevivía a base de pociones estimulantes. A veces temía que se volviese adicto a ellas. Su madre en cambio, cuando estaba cargada de trabajo era mejor dejarla a su aire y no verla, se ponía de un humor de perros, era como un volcán en erupción: tenía para todos y nadie podía detenerla.

Desde que lo habían adoptado Yon siempre había tenido el camino marcado.

No le molestaba, no sabía que hubiese sido de él de otra forma y quería a sus padres muchísimo, al igual que lo querían a él.

Desafortunadamente, sus padres no habían podido tener hijos y habían querido adoptar. Esa había sido su suerte. Lo sentía por ellos pero al mismo tiempo había sido algo bueno para él, por eso... por sus padres, haría cualquier cosa. Incluso aburrirse en una montaña de papeles o jugar el papel de ministro de asuntos exteriores del mundo mágico.

A estas alturas, todo era bastante monótono. El año pasado se había dedicado a cambiar el color del despacho una y otra vez hasta que su padre dijo: basta. Los humanos le resultaban algo insulso y monótono de lo que no quería saber nada, por mucho que su madre dijera que su forma de evolucionar fuera interesante. La ciencia al parecer la tenía fascinada. Pero él disfrutaba demasiado de la magia como para disfrutar la falta de ella. Era simplemente eso. Así que había pocas cosas que le llamaran la atención.

Pero ese chico llamado Alan era lo opuesto a él. Era mago. Talentoso además, pero por alguna razón prefería el mundo humano y la compañía de los que eran diferente a él. Y eso iba en contra de todas las políticas que sus padres habían erigido en estos años. Y necesitaba saber porque, porque ese chico prefería a los humanos.

Pero aún así... ¿Qué es lo que iba a hacer con ese tipo? Había llamado su atención, no mucha gente lo hacía. Con lo habilidoso que era sería un desperdicio que estuviera en prisión. Por otra parte... no había encontrado nada en la base de datos, no había nada sobre él ni siquiera en que colegio estudió. Cabía la posibilidad de que hubiese sido criado en el mundo humano pero entonces... ¿quien le había enseñado ese dominio de la magia? Sus padres habían muerto siendo jóvenes... era un misterio. Y la montaña de papeleo que tenía delante era muy aburrida, pensar en Alan Márquez era más... entretenido. Mucho más.

Solo necesitaba un par de escusas para seguir viéndole. Sofie era tan solo una charlatana, odiaba ese tipo pero también eran las más fáciles de manipular así que se aseguraría de mantener el contacto con ella, parecía cercana a Alan.

—Hola —dijo Yon al entrar a su establecimiento favorito dirigido por su persona favorita.

—Bienvenido —dijo Klein—. Oh, eres tu otra vez —gruñó molesto.

Yon se rió, sumamente divertido. Se conocían desde los once años, cuando había ingresado al instituto. Era su profesor de pociones y fitología, no había nadie mejor que él.

Bajo máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora