—Dago, tengo que entrar a trabajar —se quejó Alan cuando Yon lo abrazó por la espalda.
—¿Quieres que me quede?
—No, ves a hacer tu turbio trabajo —susurró.
—No es turbio —protestó—, y te echaré de menos.
—Echarás de menos burlarte de mí.
—Es lo mismo —dijo Yon dándole un beso en la mejilla.
Lo cierto era que después de todo el fin de semana que habían pasado en casa de Alan relajándose viendo películas malas con palomitas y besuqueándose, como si la mismísima Sofie las hubiese puesto —no se les ocurrió nada mejor que estar calentitos bajo las mantas mientras los truenos sonaban en el exterior—, les había costado separarse e iniciar la semana.
Resultó que Yon no era tan valiente cuando había una película de miedo por el medio. Maldijo a los humanos y sus ideas horrendas más veces de las que Alan pudo recordar luego. Alan simplemente aprovechó para reírse a carcajadas de él, sin admitir que él también tenía miedo y lo estaba ocultado, a pesar de saber lo que ya pasaba en la película.
Yon se había quedado a su casa a dormir, dos días juntos íntegros y aún no se habían matado. Toda una proeza. No habían hecho nada más que besarse aunque Alan mentiría si no se le hubiese pasado por la cabeza lo que Deneb tan efusivamente le había gritado por teléfono cuando se había enterado de sus planes. Le había dado mil consejos absurdos e igual de innecesarios, y un 80% involucraban alcohol o sexo. Alan había deducido que Deneb tenía algún tipo de fetiche con atar a la gente a la cama, pero eso no iba a suceder. De cualquier forma, ni el diablo susurrante de Deneb había conseguido que hicieran nada.
Alan también le había preguntado como se suponía que tenía que llamarlo: Yon o Dago. Dago le había dicho que era preferible que solo le llamase Yon en la privacidad porque ese era únicamente el momento en el que podía comportarse y ser como él mismo, para todos los demás era Dago. Algo bastante fácil de entender aunque para Alan, llamarle Yon en la intimidad era algo muy íntimo, lo sentía como si fuera su nombre de pareja, y le mandaba escalofríos por la espina dorsal cada vez que lo pronunciaba. Iba a volverse loco, casi podía ver las chispas que le producía.
—Tortolitos —gruñó Klein—, vais a espantarme a la clientela. Tú entra —ordenó señalando a Alan— y tú lárgate —dijo dándole un ademán con la mano.
Yon se fue sin querer llamar la atención de la gente fuera, no quisiera que pensaran que Klein estaba en contra de uno de los dignatarios del gobierno. La sociedad podía ser muy cruel a veces y boicotear a negocios que no lo merecían y Yon no quería que a Klein le fuera mal el negocio, todo lo contrario. Además, Alan no se lo perdonaría, se había encariñado bastante con el hombre y su trabajo. El otro día le había dicho que no hacía falta que viniese, que al fin y al cabo no tenía sentido que lo hiciera cuando no tenía pensado cerrarle el local del mundo humano. Pero Alan se había negado. Eso sí, ya solo iba la mitad de las veces, en esta época tenía mucha faena en la floristería. Klein no había tenido problemas en darle días, al fin y al cabo, ni siquiera le pagaba aunque todas las semanas le daba alguna poción curativa como recompensa y Alan dudaba de que fuera a resfriarse o herirse tantas veces en su vida al ritmo que iba creciendo su despensa.
Alan estaba colgando su abrigo cuando Klein entró detrás de él con aspecto enfadado, cerrando la puerta con fuerza y sobresaltándolo. Se cruzó de brazos y lo miró fijamente desde la puerta sin decir nada. La distancia que los separaba era de unos seis metros y aún así se sentía un aura imponente proveniente de él.
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Bajo máscaras
Teen FictionFINALISTA DE LOS WATTYS 2023 Alan Márquez, anteriormente conocido como Enzo Serra o sucesor del bando oscuro, huyó del mundo mágico al mundo humano cuando se le dio por muerto. Tras cinco años del final de la guerra nadie conoce su paradero y contin...