CAPÍTULO 9

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La fiesta terminó con un ánimo peor que con el que empezó. Alan había tenido que desenvolver regalos de desconocidos que probablemente no volvería a ver otra vez. Alyssa había desaparecido mucho antes de todo eso. Pero a Alan ni siquiera toda la situación le incomodó y desagradó como otras veces. Esta vez Dago Saavedra se llevó el premio de la noche. Dos días después sus palabras aún resonaban tan nítidas y claras como aquel día. Se despertaba atemorizado por ellas y se acostaba nervioso con ellas, era incapaz de no pensar en esa oferta. Aunque oferta era un eufemismo cuando no le había quedado otra opción.

Días después seguía queriendo hechizarle hasta el olvido pero ni siquiera pensó en llevar la varita aquel día, no acostumbraba a sacarla fuera de casa. De hecho, ni siquiera pensó que iría a la fiesta. Era un lunático. Aun no podía creer que lo hubiese chantajeado, que tendría que pisar suelo mágico.

El ignorante le había propuesto como si nada hacer trabajo comunitario ayudando en una tienda de pociones nada menos, quitando su poción para la cicatriz estaba sumamente oxidado en esa área. Obviamente Alan se había negado, primero restándole importancia pero al final lo había hecho efusivamente. Apenas resistió el impulso de pasearse como un desquiciado por el despacho del padre de Sofie.

Dago se había mantenido inflexible y al final con toda la educación superflua que poseía le había dado un ultimátum que terminaba con el cierre de su negocio. En ese punto, puede que Alan terminase de quemar sus puentes disponibles porque sin nada de educación le había dicho que podía venir y quemar el local si se lo quería cerrar porque él no pensaba hacerlo. Fue entonces cuando Dago con esa sonrisa socarrona que odiaba le había dicho que lo harían otros por él, que él se dedicaba a cosas más importantes. Así que a Alan no le había quedado más remedio que acceder, aunque eso pusiera en riesgo no solo su vida sino también su cordura.

Se había teletransportado desde su casa hasta el Parque Forestal de Galloway, donde estaba el portal al mundo mágico que mejor conocía. Hacía cinco años que no iba allí. Así que aquí estaba, de vuelta en el mundo mágico, el propio Dago había ido a acompañarlo personalmente. Lo había estado esperando en la ciudad de Botan, donde todos lo habían dado por muerto. Cuando vio la ciudad sintió que casi le fallaban las piernas, fue un momento extrasensorial, todo su cuerpo se puso tenso y listo para hechizar a quien le dirigiese la palabra. Notó las palmas de las manos sudorosas y eso era algo sumamente raro en él, apenas sudaba nunca, prácticamente solo provocaban en él esa reacción física los duelos tan parejos en los que no sabía si viviría o moriría. Aunque quizá, por eso sus palmas sudaban, porque su vida nuevamente estaba en la cuerda floja.

Yon había traído a Alan aquí aquel día pensando que estaba muerto, regodeándose de eso, ni siquiera él se había regodeado nunca de herir a nadie y nunca había matado a nadie. Puede que los hubiera torturado, que se hubiese reído de ellos en ese momento pero su corazón nunca había estado en eso. No podía decir lo mismo de la voz de Yon aquel día. Se había sentido como si muriese por dentro. Las risas y carcajadas, los gritos de júbilo, los sollozos de algunos y el crémor de la guerra todavía resonaban en sus oídos, todavía le asaltaban por las noches en sus pesadillas. Pero el estar aquí, el aspirar el olor de la ciudad, despertaba los recuerdos con mayor fuerza. Era difícil mantener la mente clara y firme donde estaba y no dejarse llevar por la oscuridad de los recuerdos.

—Pareces un gato erizado —comentó Dago como si nada.

—No esperes que venga de buen grado.

Esas fueron las únicas palabras que cruzaron. Dago le hizo señas y lo siguió por la zona comercial. Todo estaba exactamente igual que antes de que todo fuera destruido, incluso pudo atisbar a lo lejos su pastelería favorita. Había ido muchas veces a ella, intentando alejarse del mundo que le comprimía, era como su escondite del mundo. Alejado del instituto pero a la vista de todo el mundo, sin torturas ni prácticas oscuras, tan solo él con sus pensamientos y una taza humeante de café ya fuera verano o invierno. Fue en esos momentos en los que más ansió cambiar de vida. Lo había conseguido después de todo, como un niño lanzando una moneda a una fuente esperando que ésta le concediese sus más tiernos deseos. Pero su vida nuevamente se había vuelto a complicar. No sabía que tuerto le habría mirado al nacer pero estaba seguro de que alguno había.

Bajo máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora