CAPÍTULO 16

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El sonido del cuchillo cortando en finas láminas y el del mortero era todo lo que se escuchaba en la trastienda de Klein. Alan debía estar haciéndolo mejor estos días si Klein lo dejaba solo, antes solo respiraba encima de su nuca.

Alan no podía decir lo satisfactorio que era simplemente tener su aprobación con todo lo que había pasado, aunque nunca pudiese saber quién era realmente. Sentía que las cosas estaban donde debían estar, quizá por eso, no había querido aceptar la oferta que Dago le tendió el otro día.

Nunca antes había estado tan calmado haciendo pociones y cortando ingredientes. Quizá se debiese a la especie de tregua que había establecido con Dago. Desde entonces tenía menos preocupaciones, ya no esperaba que Dago fuese a cortarle la cabeza a la primera de cambio. Eso no había impedido que a veces se burlaran uno del otro o quisieran matarse por lo estúpidos que podían llegar a ser, pero eran más bromas o comentarios que harían unos amigos, se podía decir que habían perdido la hostilidad del inicio. Así que, eran amigos y no al mismo tiempo si eso tenía sentido.

Los comentarios de Deneb seguían circulando por su mente tanto que había llegado a sopesarlo. Al fin y al cabo, follar con alguien solo porque le apetecía tampoco era algo malo —aunque nunca le hubiesen gustado los rollos de una noche— pero quizá así los pensamientos desaparecerían. Era un aspecto que solo había considerado, sabía que tan solo complicaría más las cosas y conseguiría confundirse así mismo en el proceso.

—Mierda —masculló entre dientes acunando su dedo.

Tan centrado había estado en sus pensamientos que el ángulo del cuchillo se le había deslizado ligeramente y había cortado su dedo. No era profundo pero aún así había un hilo de sangre saliendo, y algunas gotas habían contaminado los ingredientes, así que ya no servían y tendría que picar otros ochenta gramos de patas de araña. Casi le dolía más tener que picar las patas por lo asquerosas y peludas que eran que el corte en sí. Claramente nunca había sido un fanático de los insectos.

—Te has vuelto a cortar —dijo Klein sorprendiéndole.

—Nunca me he cortado.

Klein se aclaró la garganta y señaló sus manos.

—Tienes algunas pequeñas cicatrices en tus dedos que opinan lo contrario.

—Es cierto —dijo mirándose las manos—, siempre me olvido de ellas.


Dago había pasado a recoger a Alan para cenar como los dos martes pasados. No fue algo que hubiesen pactado, pero poco a poco parecía que se estaba convirtiendo en una especie de tradición. Alan ya había esperado que viniese, su jornada laboral parecía terminarse con su llegada. Y Dago parecía haberse propuesto llevar cada vez a Alan a un sitio que no conocía para cenar, como si de esa forma estuviese enseñándole todo lo que se perdía del mundo mágico. Quizá por eso el jueves pasado, Alan invitó a Dago a cenar a un sitio que esperaba que no conociese en el mundo humano. Sorprendentemente aún no se habían matado. De alguna forma, estaban equilibrando la balanza entre ellos.

Dago había aparecido con una mochila cargada a sus espaldas. Por primera vez desde que Alan lo conocía iba vestido con ropa informal, no había rastro de esa corbata ni de esos trajes variantes del gris perla al negro que llevaba todo el tiempo. Esa vez llevaba un jersey blanco y unos pantalones vaqueros, para la mayoría eso aún sería medio formal pero para Dago era... todo un cambio. Alan había expresado su deseo de verlo fuera de esos trajes y bien, el color blanco le sentaba de maravilla.

Bajo máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora