8. Damiano

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"Nadie me conoce como tú", la frase se repetía una y otra vez en mi cabeza. Una y otra vez. ¿En qué momento me pareció buen momento soltar semejante...? Semejante verdad. Porque eso es lo que era.

Roma era una de las pocas personas que mejor me conocía en el mundo. Estaban mis padres, el "en ocasiones" insufrible de mi hermano y ella. Daba igual que el tiempo y el espacio nos hubiera separado por un momento convertido en años, sé que envuelto en una multitud sería capaz de encontrarme con sus ojos y en un cruce de miradas saber lo que estaba sintiendo. Porque éramos como un boomerang que por muy lejos que se lanzara siempre acababa por regresar.

Apoyé la cabeza contra el cristal y en silencio volví a mi música, a la canción que escuchaba en repeat, a la banda sonora de mi recuerdo favorito.

Era una noche de verano, de esas en las que no corre el aire, de las que se hacen eternas. Roma y yo éramos dos jóvenes que estaban por iniciar el verano de su vida, lo habíamos planeado durante meses. Ella en España, yo en Italia intercambiando innumerables mensajes a través de los que planear cada instante. Roma había llegado apenas hacía dos días y esa era nuestra primera noche juntos y a solas. Roma estaba preciosa y yo me sentía el chico más afortunado del universo porque con ella a mi lado me sentía invencible.

- Veo que eres un chico de palabra - me dijo al verme aparecer vestido de blanco.

- Lo mismo digo, señorita - Roma vestía un vestido blanco que la hacía aún más preciosa.

Esta había sido una de sus ocurrencias. Juntos habíamos elaborado un listado de cosas que teníamos que hacer antes de que acabase el verano. Entre ellas vestir de blanco durante toda una noche de verano para creernos unos de esos pijos que veranean en islas y se pasan el día en barco.

- ¿La llevas contigo? - me preguntó.

Y saqué del bolsillo de la camisa una lista plegada en 4 trozos y un bolígrafo de un tamaño ridículo.

- ¿Quieres hacer los honores? - le extendí la nota.

Y así fue como tachamos nuestro primer cometido de una lista de planes que nunca llegamos a cumplir.

Aunque aquella misma noche cumplimos con varios: vestimos de blanco, bailamos en la playa, recorrimos las calles del pueblo de madrugada, nos contamos e inventamos historias para no dormir, nos bañamos con la luz de la luna y reímos sin parar cómplices de algo que llevaba meses germinando entre nosotros.

Ninguno de los dos lo había dicho en voz alta pero era más que obvio que ese verano no iba a ser como el anterior. La relación de Roma con Jacopo no era como la que tenía conmigo y eso era algo que se podía sentir, una tensión que era casi masticable y que las miradas de mis padres insinuaban que no era yo el único que se estaba percatando de ello. Llevaba meses sintiendo mucha ansiedad, intentando encontrar mi rumbo y encontrando en Roma mi paz. Un mensaje suyo era capaz de calmarme y cambiar el rumbo de mi día. Y ahora que por fin la tenía a mi lado mi corazón explotaba de felicidad. Y aunque ella no lo sabía, yo ya había hecho mi propia lista para cumplir ese verano.

Esa lista seguía en mi móvil. Como un martirio con el que fustigarse cada vez que abría la aplicación de notas del móvil. "Roma pero al revés", había llamado así a la nota. "¡Qué originalidad la mía!", pensé. Una lista, cuatro puntos: Besar a Roma (check), Decirle lo mucho que me gusta (check), Decirle lo mucho que me gusta sin palabras (check), No cagarla.

- ¡Eh, tío! - me sacó Jacopo de mis pensamientos - Ya hemos llegado.

Y de repente supe que Roma ya no estaba a mi lado sino preocupándose porque todo el mundo tuviera su equipaje y sus cosas antes de salir del tren.

- Perdona por lo de antes - me disculpé ante mi hermano.

- No pasa nada - sonrió olvidándolo todo en un segundo - Pero hazme y hazte un favor. Deja de mirar así a Roma, por el bien de todos.

Perdón por los bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora