24. Damiano

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La extraña y confusa dualidad entre sentirse cómodo en la incomodidad. Damiano miraba a su alrededor para encontrarse con una calma tensa con la que se sentía extrañamente como en casa. Se sentó en el sofá de cuero negro y se autoconvenció de que esta había sido su mejor decisión.

Una chica joven le recibió con una agradable sonrisa, era rubia, con los ojos azules y desprendía paz. En cierto modo le recordó a Victoria y eso hizo que se relajara un poco. Esto sería como una charla entre amigos. Con la diferencia que ni eran amigos ni se conocían. Suspiró.

- ¡Hola! - le saludó ella - Yo soy Sara - le extendió la mano - Encantada.

- Mucho gusto - apretó su mano - Damiano.

Sara se colocó tras la mesa y rebuscó entre sus carpetas hasta dar con lo que estaba buscando. Escribió algo rápidamente para luego dejar el boli a un lado.

- ¿Qué tal estás? - preguntó con una sonrisa

Damiano abrió la boca para automáticamente decir "bien" pero ella le cortó antes.

- No digas bien - pidió - Cuéntame qué te ha llevado a venir aquí.

- Necesito poner en orden mi vida - se sinceró - desde hace un tiempo siento que estoy perdido y me he acomodado en ese sentimiento. Es como.... si el dolor fuera también mi alivio.

Y ahí fue cuando comenzó a hablar, cuando pudo escuchar en voz alta todo aquello que no se había atrevido a decir. Así fue como le contó todo a una total desconocida. Habló de sus miedos, de sus preocupaciones, de ese agujero instalado en el pecho, del desasosiego, de la alargada sombra del fracaso y de su debilidad disfrazada de tristeza.

- Son muchas cosas - respondió Sara después escucharme hablar por más de 20 minutos sobre todas mis preocupaciones - Pero las iremos haciendo frente una a una - sonrió - el primer paso ya lo has dado estando aquí y siendo mucho más consciente de lo que crees de tus problemas.

- ¿Entonces tengo arreglo? - pregunté.

- Por supuesto - y supuse que lo decía en serio - Arreglemos esto - se señaló la cabeza - para luego dejar a esto - apuntó al corazón recordándome a Roma.

Suspiré.

- Antes de terminar la sesión - miró a su reloj viendo que aún podía arañar 5 minutos más - puedes hablarme de ella.

Levanté la ceja y me dejé llevar por la sorpresa. En ningún momento había mencionado que existiera un ella.

- Siempre la hay - respondió Sara como si hubiera leído mi mente - Bueno, o él.

- Se llama Roma - confesé.

- Es un buen nombre - aseguró.

- La conozco desde... desde siempre - resumí - Es mi mejor amiga. Crecimos juntos. Tuvimos una historia hace tiempo. No salió bien. Y ahora ha vuelto... con todo.

- ¿Qué pasó? - se interesó.

- La engañé.

Y decirlo en voz alta dolió tanto como me imaginé.

Perdón por los bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora