25. Roma

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Me he pasado varias noches llorando. Llorando otra vez por él. Y nos odio. A él y a mí. Odio los recuerdos que vuelven a mí, tanto los malos como los buenos.

Joder, Damiano.

Reviso de nuevo el móvil para ver si tan siquiera ha visto alguno de mis mensajes. Pero, obviamente, no lo ha hecho. No he vuelto a saber nada de él desde que se levantó de la mesa y desapareció. No puedo culparle. Yo también me sé la de huir. Pero es tan testarudo que tengo ganas de salir a buscarlo.

Suena una llave entrando en la cerradura y por un instante guardo esperanza. Oigo unos pasos que se acercan a mi habitación y, más tarde, dos golpes en la puerta.

Contengo la respiración.

Pero no es él.

Lo sé.

Es Jacopo.

- A mí tampoco me responde a los mensajes - me dice como si supiera que eso es lo que más me preocupa.

- Sus razones tendrá - suelto casi sin querer.

Jacopo alza una ceja y me mira como si entre todas las reacciones esa fuera la que menos se esperase.

- Estaba enfadado - se justifica - Todavía lo estoy.

- ¿Conmigo? - le pregunto.

- No - niega al momento.

- ¿Con tu hermano? - le vuelvo a preguntar.

- No - se contiene por un momento - Con la vida y con el puto destino que parece que esta empeñado en que más que mi amiga seas ... mi cuñada.

Y Jacopo se relaja y sonríe. Y yo tengo ganas de llorar. Sus palabras me ablandan, me deshacen y siento como si un peso enorme se me quitara de encima.

- Anda, ven aquí - y Jacopo me recoge entre sus brazos y yo lloro como una niña pequeña.

- ¿Cómo lo vamos a hacer? - y se lo pregunto porque no sé cual es la respuesta.

Jacopo no responde porque quizá él tampoco la sabe.

- Venga, vamos - me incita a salir de la cama - ¿un helado?

Y sin muchas más explicaciones Jacopo me saca de la cama y de casa.

No necesita decir nada más porque sus ojos y sus acciones dicen mucho más que él. 

Perdón por los bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora