16. Damiano

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No me gustan las fiestas y, sin embargo, estaba en una de ellas.

No me gustan las fiestas, ni las discotecas pero todos se habían empeñado en pasar nuestra última noche en un sitio donde no cabía ni un simple alfiler. En nuestro reservado los estrechos sofás de cuero negro rodeaban una mesa llena de copas a medio beber y yo me había hecho fuerte en una de las esquinas, un punto negro para los miembros de seguridad que me permitía fumar a escondidas para sobrellevar mi ansiedad.

Entre calada vi alejarse a Roma junto a Vic, ambas iban escaleras abajo hacia la zona donde se concentraba todo el mundo. Desde mi posición tomé conciencia de una realidad que me resultaba abrumadora y es que ya había muchas cosas que no conocía de Roma. Desconocía por qué se sabía la canción que cantaba con Victoria cuando no correspondía al que era su género favorito, no sabía en qué momento había desterrado las converses para ponerse tacones, ni en qué momento había dejado la timidez a un lado para bailar como lo estaba haciendo.

- El rey de la fiesta - Leo se sentó a mi lado con una cerveza en la mano.

Me señalé el tatuaje que dejaba claro mi amor por ese trámite social y di otra calada al cigarrillo. 

- Tío, tienes que darle un poco de espacio - aparté la mirada de Roma para prestarle atención a lo que Leo me decía - La vas a gastar solo de mirarla.

Pero me dio igual. Mis ojos la seguían por toda la pista de baile, apagué el cigarro, le robé la cerveza a Leo para beber un sorbo y me levanté. Bajé cada escalón sin apartar mi vista de ella, como si fuera el faro que guiaba mi camino. Roma, como siempre, esbozó una sonrisa al verme, un gesto instantáneo lleno de dudas.

Y, en ese momento, decidí acabar con todo. Sin contención.

Lo iba a hacer por ella. Pero también por mí. Por las dudas que no me dejaban dormir. Porque en sus ojos leía su miedo pero en su boca veía sus ganas. Lo hice por el Damiano adolescente que un día sintió pánico y huyó. Lo hice por la Roma que había dejado atrás. Lo hice por las expectativas que no llegamos a cumplir y que ahora iba decidido a por ellas.

Iba a colocar una bomba a las puertas de su muralla.

Mis labios encontraron los suyos y ya no quise pensar más. Intenté decirle sin palabras todo lo que habíamos callado. Saboreé cada segundo dentro de su boca y solo dejé de besarla para poder ver su expresión. Roma respiraba de forma agitada e inquieta, con miedo pero también con emoción. La abracé, la sostuve contra mi pecho con un corazón que latía incontrolable, nos mecimos despacio al son de la música como un mar en calma justo antes de estallar la tormenta. La mire a los ojos, puse mi pulgar sobre su labio inferior y le mordí la boca.

- Damiano... - Roma colocó una mano entre nosotros.

- Lo sé - admití - pero me importa una mierda cada una de las razones por la que esto pueda ser un error.

Su respuesta llegó en forma de beso y fue como si algo detonase en mi interior. 

Perdón por los bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora