10. Damiano

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Las noches en aquella casa se sentían diferentes. Cuando el éxito explotó en sus vidas se esforzaron por mantener los pies en el suelo, por no olvidar sus inicios ni a las personas que habían estado siempre para ellos. De ahí nació la creación de este refugio: un lugar donde trabajar y componer pero también una pequeña burbuja en la que conservar su esencia. Un espacio donde el tiempo y su realidad se detenían para poder ser simplemente unos veinteañeros de los que ponen música alta, comen pizza sin parar y se bañan a medianoche en la piscina rodeados de los amigos de toda la vida.

En Milán se sentía más libre, más joven y quizá más despreocupado. Embriagado por lo cotidiano esta era una de esas noches mágicas de verano, una de esas en las que el tiempo parece detenerse y todo se vuelve perfecto. Estaba por primera vez en mucho tiempo viviendo el tiempo presente, disfrutando de sus amigos y, por supuesto, de una Roma que irradiaba alegría y atraía todas las miradas de la mesa.

Mientras todos reíamos y charlabamos animadamente, noté que Roma estaba especialmente cercana a Aless, uno de mis mejores amigos. Se reían juntos, compartían secretos y gestos cómplices. Intenté ignorar ese sentimiento incómodo que crecía dentro de mí, pero mientras todos seguían hablando yo me sentía cada vez más distante observando a Roma y Aless sin poder evitar sentirme inseguro y, también, un poco traicionado.

Abandoné la terraza cabreado con el mundo pero, sobre todo, con Aless quién me había servido como paño de lágrimas en múltiples ocasiones. Él que era de las pocas personas que sabía cómo me había sentido todo este tiempo y que, en cambio, estaba tan cercano y amigable con Roma. Jugando como si de una más se tratase. Como si ella no fuera importante.

Regresé a la terraza aún más cabreado que cuando había decidido levantarme en busca de un helado. Cuando regresé Roma estaba sentada al lado de una silla vacía y di gracias a los dioses porque Aless se había desvanecido. No mentiré: apresure el paso para sentarme a su lado.

- ¿Quieres? - le pregunté ignorando que ya llevaba dos cucharas en la mano.

Roma me miró con sorpresa, pero luego asintió con una sonrisa.

- Es de nata - continué hablando tratando de que mi voz sonara casual

- Mi favorito - apuntó como si ninguno de los dos supiéramos ya esa información.

Mientras compartimos la tarrina de helado, sentí que el ambiente se volvía más íntimo y cómodo. Los celos se desvanecieron un poco, y en su lugar emergió la conexión especial que siempre había tenido con Roma.

- Gracias por el helado y... por el fin de semana - dijo Roma, rompiendo el silencio.

- No me des las gracias, siempre querré compartir momentos contigo - respondí, tratando de ser sincero sin revelar demasiado.

Roma me miró fijamente, y su expresión se suavizó.

- Damiano, ¿sabes qué nunca has dejado de ser importante en mi vida, verdad? - preguntó ella con tal dulzura en su voz que hizo que mi corazón diera un vuelco.

- Lo sé, Roma, y tú también has sido, eres y serás importante para mí - respondí, tratando de contener la emoción de mis palabras.

Roma sonrió y asintió, y en ese momento sentí que el mundo se detenía. De repente lo de Aless había dejado de importar y lo único que importaba era el momento presente, compartiendo un helado con la persona que significaba tanto para mí.

Continuamos hablando y riendo como siempre, como si nada raro hubiera pasado, como si aquel pequeño paso no estuviera significando un puto mundo para mí. Ya no me sentía inseguro porque entendí que lo que había entre Roma y yo era especial y valioso, independientemente del nombre que le fuéramos a dar. Me di cuenta de que no necesitaba preocuparme por cómo Roma interactuaba con los demás, porque lo que compartimos era único.

En el futuro se dibujaban muchas incógnitas pero una única certeza: nuestra amistad siempre sería un pilar fundamental de mi vida. Y, en esa noche de verano, aprendí que compartir un helado con Roma podía ser el gesto más significativo de todos.

Perdón por los bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora