Capítulo 10

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Era una mañana calurosa, como muchas de aquel verano. Búho acababa de despertar de lo que parecía ser un buen sueño, porque el felino se veía contento. Lila le dió un suave mordisco para alentarlo a levantarse, pero el atigrado marrón no parecía tener ánimo. Tuvo que empujarlo varias veces antes de que el felino moviera la cola en señal de rendición, levantándose al mismo tiempo que saboreaba el aire con mucha concentración.

– Aún es temprano y no hemos comido. – Reclamó Búho, azotando el suelo con la cola antes de empezar a caminar. – Espero que seamos recibidos con una gran pila de comida.–

A medida que avanzaban, Lila podía sentir que el pasto se hacía menos alto, además de que el sonido del agua corriendo en el río y los cantos de las aves se hacían más distantes, apagándose hasta ser reemplazados por el sonido que hacía el viento al pasar por las copas de los frondosos árboles y arbustos, que ya no eran tan abundantes, llegando al punto en el que ya no estaban más en un bosque, sino que en un páramo.

Búho avanzaba a su lado, sin ir muy rápido, pero dando pasos largos y firmes que eran casi el doble de sus pasos. El viento corría hacia la derecha, por lo que Lila no sentía frío, sin embargo, el pelaje espeso pero no extremadamente largo que tenía el solitario se agitaba con fuerza, aunque este no parecía tener ningún problema.

– ¡Ya puedo ver el granero! ¡Estamos llegando! – Exclamó Búho, dando un alegre salto mientras sacudía la cola.

– ¿Donde? Aún no puedo ver nada.– Maulló la minina, tratando de alzar la vista.

– Aún eres muy pequeña para poder verlo desde acá. Cuando estemos llegando lo verás bien.– Murmuró el atigrado marrón antes de avanzar un poco más rápido.

Pasaron por al menos dos colinas más, pero Lila empezó a notar como se hacían más bajas y el viento no era tan fuerte allí. Alzó nuevamente la vista, con la esperanza de poder ver el granero esta vez. ¡Allí estaba!

Parecía una casa como en la que solía vivir, pero era dos veces más grande y de colores marrones y rojizos, con detalles de un sucio color crema, que en algún momento debió haber sido blanco.

– Allí está la valla. Ten cuidado al pasar.– Comentó Búho, tomando impulso y corriendo hasta pasar la gran valla blanca por arriba. Lila hizo lo mismo, pero falló y pasó por abajo.

Finalmente dejaron de caminar y se sentaron en un parche de pasto corto, donde habían algunas flores. Lila no se había dado cuenta de lo cansada que estaba hasta que se acostó, sintiendo un fuerte dolor en sus patas mientras jadeaba. Búho no parecía mucho mejor, pero tampoco estaba tan mal. A ambos gatos le rugía el estómago de hambre.

Entonces, un fuerte bufido de advertencia le hizo colocarse detrás de Búho, que sacaba las garras y se ponía de cuclillas, mirando sin pestañear hacia el frente.

El pelaje del solitario no le dejaba ver del todo, pero Lila podía escuchar las fuertes pisadas de otro gato, que estaba acercándose a ellos. Pocos segundos después, pudo ver bien a un enorme felino de pelaje blanco y corto, cuyas patas parecían ser muy fuertes. Al volver a examinar el aire, se dió cuenta de que era una hembra.

– ¿Necesitas algo? – Maulló la gata, que por su voz y aspecto parecía ser de la edad de Búho. Sus ojos eran verdes como el pasto y expresaban tranquilidad.

– Solo queremos descansar y comer algo.– Maulló Búho a la defensiva, levantándose para atemorizar a la gata con su tamaño.

– No necesitamos pelear por un par de ratones. Tenemos de sobra. Tú y tu amiga podrían entrar y comer algunos.– Maulló la gata blanca.

– Está bien, ¿Pero como sé que no es una trampa? – Preguntó el atigrado marrón.

– No tengo motivo para hacerle daño a dos gatos como ustedes. – Ronroneó la gata blanca.– Mi nombre es Cisne y soy la gata que cuida el granero.–

Los Gatos Guerreros #1 - La Tensión de los Clanes: Zarpas SalvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora