Cap. 2: Lawan

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Nanno

Me senté en el pupitre que me pertenecería durante un par de semanas como mucho. Saqué el libro de biología, una libreta y un bolígrafo. Abrí el libro por la página que me indicó la chica del pupitre de al lado y empecé a apuntar todo lo que estaba escrito en la pizarra, tal y como haría una alumna ejemplar. La lección era sobre la biocenosis.

Miré a mi alrededor, buscando a una persona en particular. No tardé mucho en encontrarla, pues por su apariencia destacaba del resto.

La chica se había teñido la mitad superior del cabello de amarillo ocre, mientras que la inferior tenía un color azul turquesa bastante aceptable. Todo su pelo estaba recogido en un moño con un tamaño exagerado que estaba atado con un lazo marrón. Sus puntas caían por los dos lados de la cabeza de la chica.

Se había puesto tanto maquillaje que estaba convencida de que la cara oculta bajo esa espesa capa de polvos y corrector era completamente diferente a lo que parecía a primera vista. Tenía el rostro de un color pálido innatural, obra de una excesiva cantidad de sombra blanca.

Sus párpados eran de un azul que se encontraba entre lo claro y lo oscuro. La raya que se había hecho doblaba el tamaño de una raya normal.

Sus pendientes, que estaban a poco de alcanzar sus hombros, parecían ser de oro puro, al igual que su colgante y sus múltiples pulseras.

Por encima de la camisa del uniforme llevaba puesta una chaqueta de cuero roja cuya única función era ser llamativa.

Si cualquier otra alumna llegara a clase con esa apariencia, la mandarían directa a casa antes de poder abir la boca para explicarse.

Pero esa chica era la excepción de todas las normas.

Ella era Lawan Rimfipak.

Pero siendo sinceros, no era su nombre el que más importaba, sino el de su padre.

Anurak Rimfipak.

Él era un empresario muy conocido por sus riquezas que trataba de darle de todo a su hija, por lo que una generosa parte de sus ganancias iba directa al caro bolso de piel de serpiente de Lawan, y de ahí, a la tienda de ropa más lujosa.

Por ese motivo, los profesores no podían permitirse ni un solo comentario sobre la escandalosa apariencia de Lawan, ni podían ponerle sus merecidas notas bajas.

El día que fui a matricularme, oí a muchos estudiantes cotillear sobre esa chica. Gran parte de ellos opinaba que ella lograría aprobar porque su padre amenazaría o sobornaría a los profesores, iría a una buena universidad porque su padre haría una «donación» al director y fundaría su propia empresa con el dinero paterno.

Dicho en pocas palabras: esa chica tenía ya la vida montada, todo gracias al trabajo duro y el buen corazón de su padre, que no quería que a su hija le faltase de nada. Se rumoreaba que el motivo de eso era que él mismo tuvo una infancia difícil respecto a la situación económica.

No me cabía ninguna duda de que ella lo lograría todo sin hacer nada... a menos que alguien decidiera tomar medidas.

Una vez saqué la conclusión de que Lawan tenía exactamente la misma apariencia que en las fotos que había visto de ella, dejé de mirarla para no causar sospechas y reanudé mi tarea anterior de buena alumna estudiosa.

Cuando la mitad de los datos de la pizarra más todo lo que iba diciendo la profesora sobre el tema estaba en mis apuntes, la señorita Dakbaw dijo:

—Bien, chicos, cerrad los cuadernos y los libros. Me gustaría comprobar qué habéis aprendido en la clase de hoy.

El miedo se hizo visible en las caras de todos mis compañeros sin excepción. Vi cómo algunos listillos escondían sus apuntes debajo de los pupitres o mantenían sus libros ligeramente abiertos con el dedo. Oí cómo unos cuantos se hacían la promesa de ayudarse unos a otros. Pero la mayoría estaba completamente en shock sin tener ni la más remota idea de qué hacer y solo observaba con terror cómo la maestra borraba lo que estaba escrito en la pizarra.

Cerré mi cuaderno y mi libro sin preocuparme por nada.

—¿Alguien puede decirme qué representa la biocenosis? —preguntó la profesora.

Yo levanté la mano sin dudar. Dos chicos siguieron mi ejemplo. Tenían cara de tener confianza plena en sus conocimientos, pero era obvio que se atrevieron a demostrarlo solo porque lo hice yo primero.

—Me alegra que no tengas miedo de que te examinen, Nanno. —La profesora me regaló una bonita sonrisa alentadora—. Responde, por favor.

—La biocenosis es el conjunto de poblaciones biológicas que coexisten en el espacio y el tiempo —dije tranquilamente.

—Wikipedia —me insultó el chico que tenía detrás.

Fingí no haberlo oído.

—¡Muy bien! —me felicitó la señorita Dakbaw—. Ahora que alguien me diga, por favor, quién acuñó ese término.

Esta vez fui la única que levantó la mano.

La señorita Dakbaw parecía estar un poco apenada porque nadie deseaba responder, pero sus ojos brillaban por la felicidad que le causaba que la alumna nueva se adaptara tan bien.

—Nanno —me invitó a hablar.

—Karl Möbius, zoólogo y ecólogo alemán —respondí.

La profesora siguió haciendo preguntas y diciéndome que contestara, pues yo era la única candidata. Cada vez que yo respondía, ella me felicitaba por mis respuestas cortas, precisas y, sobre todo, correctas.

—¿Cómo es que se las sabe todas? —oí una voz masculina preguntar.

—Ni idea —le respondió otra persona, probablemente su amigo—. ¿Sabes qué es lo más ridículo? ¡Que ha llegado a mitad de clase!

—Voy a pedirle que me dé clases particulares. —Una tercera voz se unió a la conversación.

—¿Tanto te interesa la biología? —le molestó el chico que habló primero.

—¿Qué? No, definitivamente no. Pero quién sabe, puede que las clases particulares logren acercarnos...

—¡Ni se te ocurra! ¡Me la pido yo! —le cortó el segundo chico.

—Tonterías, ¡es mía! —dijo el primero.

—¿Hay algún problema, chicos? —les interrumpió la profesora.

Ellos parecieron acabar de darse cuenta de que estaban en clase.

—No, en absoluto, señorita —afirmó uno de los chicos.

—Os pido que, por favor, os guardéis las conversaciones para el recreo —dijo la profesora con amabilidad—. Pero como ya veo que os morís de ganas de hablar, ¿por qué no me contáis lo que habéis aprendido sobre la biocenosis?

—Eh... —respondieron los tres al unísono.

Como la profesora ya había acabado de examinarme y ahora toda su atención la tenían los tres muchachos que no sabían decir ni jota, pude centrarme en escuchar lo que se susurraban mis demás compañeros.

—¿Cómo es que es tan lista? —oí una voz femenina en alguna parte detrás de mí.

—Hace trampa —aseguró otra chica.

—¿No ves que tiene el libro y el cuaderno cerrados?

—Se habrá hecho chuletas. —La segunda persona parecía estar muy convencida de lo que decía.

—¿Y cuándo crees tú que ha tenido tiempo de hacerlas? —La primera chica aún dudaba.

—¿Es que no lo veis? Está con el móvil, obviamente —se metió el chico que me llamó Wikipedia unos minutos antes.

Dejé de escuchar porque estaba segura de que todo el resto de la conversación sería igual. En lugar de eso, me centré en mis propios asuntos.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora