Cap. 10: Ya nada es lo mismo

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Lawan

Todos interrumpieron sus conversaciones y clavaron sus ojos en mí nada más entrar en el aula. Nada de «¡Hola, Lawan!», «¿Qué tal, Lawan?», o «¿Me permites lamerte los zapatos para que pueda presumir ante mis amigos, Lawan?», como normalmente. Solo miradas vacías que no expresaban nada. Habría preferido que me ignorasen ante tener que sufrir ese trato insultante.

Lo bueno de tener una amiga que esparce rumores es que siempre estás al tanto de todo lo que pasa con los demás.

Lo malo de tener una amiga así es que se puede volver en tu contra y así los demás estarán al tanto de todo lo que pasa contigo.

Por lo visto Dara no se había callado la boca y toda la clase sabía lo de mi penosa situación. Me fijé en que ninguno de mis fans me sonreía para animarme, ni siquiera me miraban con pena. Sus caras de asco mostraban más cosas de las que podrían decir las palabras.

Caminé un par de metros y dejé mi bolsa en el suelo, apoyada en mi pupitre. Todos me seguían mirando. Tenía ganas de gritarles que se busquen algo mejor que hacer, pero sabía que eso llamaría aún más la atención hacia mí. Aunque me costaba admitirlo, había otra cosa...

No tenía la autoestima suficiente para hacerlo.

Ya no.

Vi que Dara me miraba con una sonrisa malvada y frotaba sus manos como una villana de película. Lo que daría por tirarme encima suyo y arañar esa preciosa cara que tiene...

También miré el segundo pupitre de la primera columna. Estaba vacío. Por lo visto, esa maldita aún no había llegado a pesar de que faltaban unos quince minutos para el comienzo de la clase.

Decidí utilizar ese tiempo para irme a alguna parte donde la gente no me estuviera penetrando con la mirada cada instante. Salí de aula sin decir nada.

A través de la puerta oí que mis compañeros reanudaban sus conversaciones. Sin duda estarían hablando de mí, pero no en el buen sentido.

—¡Señorita Rimfipak!

Ese grito me arrancó de mis pensamientos. Subí la mirada que, inconscientemente, había bajado, y me encontré cara a cara con mi profesora de química.

Era una mujer grande y siniestra que trataba de usted a todo el mundo, siempre daba las peores preguntas en los exámenes y tenía tolerancia cero con cualquier tipo de conducta inapropiada... excepto conmigo.

—¿Adónde se cree que va con esa apariencia? —Ella se cruzó de brazos.

—Así es como vengo vestida cada día, señorita Lim —respondí, confusa—. Usted ya me ha visto otras veces.

—Eso me da igual. —Frunció el ceño—. Hasta que no se quite esa chaqueta chillona, se desmaquille y se destiña el pelo, no quiero volver a verla en este edificio. Estoy convencida de que el señor director apoyará esta decisión.

—¿Qué? A... ¿a qué se refiere?

¿Es que a la vida le parecía que el día no me iba suficientemente mal?

—Lo ha oído alto y claro. —Por un momento pareció que eso era lo último que iba a decir, pero cambió de opinión—. Todos los profesores estamos hartos de usted, señorita Rimfipak. Pero ahora su padre ya no tiene con qué sobornar o a mis compañeros de trabajo. Se acabó soportar su conducta inapropiada, sus terribles notas que dan pesadillas y su apariencia escandalosa. Y eso se aplica a todos los profesores. Por lo tanto, prepárese para una temporada difícil, señorita.

Cuando acabó su discurso de la muerte, pasó por mi lado sin ni mirarme.

¿Los profesores también se habían enterado?

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora