Cap. 20: Tirones del pasado

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Nanno

Cuando llegué hasta el aula, no dudé en entrar a pesar de que sabía lo que me esperaba dentro.

En efecto, tal y como había predicho, todos empezaron a mirarme de reojo y a murmurar, pero yo fingí no darme cuenta. A veces me resultaba divertido hacerme la tonta.

En casi tres miserables semanitas había logrado que la clase entera me odiase no solo por ser amiga de Gun, sino porque todos los que habían intentado fastidiarme habían sufrido una desagradable consecuencia por ello.

El karma en acción.

Me senté en mi sitio mientras los demás seguían con sus conversaciones animadas. Sin duda estaban planeando la peóxima beoma que iban a gastarme, pero eso no me preocupaba ni lo más mínimo. Sin dificultad alguna yo detectaría lo que tenían en mente para mí y haría que el tiro les saliese por la culata.

Al fin y al cabo, ese era el plan original, ¿no?

Hacer que cada vez que me intenten fastidiar de alguna forma las cosas les salgan mal. Así mis queridos compañeros aprenderían a portarse mejor con la gente, o mejor dicho con Gun. Ellos les contarían a los alumnos de otras clases las cosas extrañas que les han ocurrido y de esa forma podría acabar con el acoso escolar que sufría Gun.

Saqué mis cosas de literatura. Para no aburrirme mientras esperaba el comienzo de la clase empecé a hojear el libro, pero ninguna de las lecciones era capaz de retener mi atención por más de tres segundos.

Mi móvil vibró en el bolsillo de mi falda. Era un mensaje de Gun.

¡Hola, amiga! Puede que vaya a llegar un poco tarde para la primera clase. Algo ha pasado con mi alarma. ¿Podrías decírselo al señor Lokfentasi, porfis? Estoy segura de que él lo entenderá.

Suspiré a través de mis labios sonrientes. Desde que yo era alumna en ese instituto, Gun no había llegado ni una sola vez a tiempo a clase. Ella tenía la extraña suerte de que, casi cada vez que llegaba tarde, era para la clase del señor Lokfentasi, el más comprensivo de todos los profesores.

Iba a volver a adentrarme en la aburrida lectura, pero mi móvil me lo impidió.

Comprobé qué pasaba y vi que La chica nueva había vuelto a publicar algo.

Abrí el enlace del tweet y me quedé de piedra.

La noticia a la que me había llevado el link hablaba de cómo los estudiantes del internado Pantanawittaya se habían rebelado contra sus estrictas reglas gracias a la llegada de dos alumnas nuevas: Nanno... y Yuri.

Un momento.

¿Qué?

Compartiendo esa noticia, Yuri se estaba incriminando a sí misma.

No tenía sentido.

Ella nunca haría nada que pudiera perjudicarla, aunque eso lograra dañarme a mí.

Siempre velaba por sí misma primero.

Unos minutos más tarde, la puerta se abrió y entró «el padre de todos los maestros», como le habían apodado mis compañeros.

Con una amplia sonrisa, el señor Lokfentasi nos saludó. Por las expresiones de los demás alumnos, podía deducir que ellos estaban encantados de verle.

Yo levanté la mano.

—¿Tienes algo que compartir con nosotros, Nanno? —me preguntó el profesor, invitándome tranquilamente a hablar.

—Sí, gracias. Gun me ha pedido que le diga que puede que llegue un poco tarde — dije.

—¿Un poco? Es broma, ¿no? —oí a alguien quejarse.

—Kanda, no está bien hablar así. —El señor Lokfentasi no parecía estar riñéndola, más bien le estaba enseñando cómo hacer lo correcto.

—Lo siento, profesor —Kanda bajó la mirada, aparentemente arrepentida—. No volverá a ocurrir.

—Me alegra oírlo. —El señor Lokfentasi asintió, aceptando su disculpa—. El colegio no es solo un lugar para aprender qué es un logaritmo o en qué año Cervantes fue a la cárcel, sino también para convertirnos en mejores personas.

Un murmuro de aprobación recorrió el aula.

He de admitir que estaba de acuerdo con la forma en la que el profesor veía las cosas. La mayoría de los maestros están centrados en su propia asignatura y nada más, pero el señor Lokfentasi insistía en hacer de sus alumnos miembros dechados de la sociedad.

Cuando cambiara de instituto, tal vez, y solo tal vez, le echaría un poco de menos.

La clase habitual dio comienzo.

Mientras toda la clase discutía con la mayor emoción del mundo uno de los capítulos del «Decamerón», noté que mi móvil empezó a vibrar, lo que hizo que toda la clase se girara hacia mí.

—Nanno, deberías tener el móvil sin volumen durante las clases —me dijo el señor Lokfentasi, un poco decepcionado.

—Lo sé, discúlpeme —respondí—. Se me ha olvidado quitar el volumen.

Miré la pantalla y vi que me llamaba un número desconocido.

—¿Lo puedo coger? —pregunté tímidamente.

El señor Lokfentasi consultó su reloj.

—¿Sabéis qué? Quedan dos minutos para que la clase acabe. Os dejaré terminar un poquito más pronto de lo que deberíamos si me prometéis que seréis silenciosos y no molestaréis a los demás que estudian.

Todos estuvieron encantados con la idea y le dieron mil gracias al buen profesor.

Cuando él se fue, yo también salí del aula. Como habían colgado, volví a llamar y esperé.

—¿Diga? —Oí una voz de mujer—. ¿Quién es?

—Dígamelo usted —respondí—. Me llamó hace un par de minutos.

—Oh, ¡sí! Perdón, se me había olvidado. Últimamente tengo tanto trabajo que ni siquiera recuerdo dónde pongo mis gafas... Por cierto, ¿dónde están mis gafas?

—¿Puedo ayudarla con algo? —No pude evitar poner los ojos en blanco.

—Sí, sí, sí, disculpe, suelo irme mucho por las ramas... Me llamo Aranya Lekhanukar, soy la secretaria del director del instituto Nuengoli.

¿Me buscaban desde Nuengoli?

Inconscientemente, tensé mi cuerpo, pues sabía que, si me habían contactado desde un instituto en el que ya deberían haber olvidado mi existencia, la cosa iba mal.

— Bien, ¿qué ocurre? —Traté que mi voz no revelara mis preocupaciones internas.

—¿Es usted Nanno?

—Sí —dije lentamente.

—Se nos ha notificado que usted ha cambiado numerosas veces de instituto y eso le ha resultado sospechoso a nuestro director. Ha investigado y ha llegado a información extraña. ¿Sabe que en el sistema consta que usted se ha matriculado en institutos que dejaron de existir en los noventa?

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora