Cap. 14: Enésimo nuevo insti

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Nanno

Dara, de 17 años, ha sido asesinada en su propio dormitorio...

Normalmente de camino a un nuevo instituto repasaba mi brillante estrategia meticulosamente planeada para ver si encontraba algún fallo.

Nunca encontraba ninguno, pero bueno.

Mientras cada vez me acercaba más a mi primer encuentro con Gun, la noticia de la muerte de Dara era lo único en lo que podía pensar. Me imaginaba cómo esa chica había sido asesinada de la forma más terrible posible y he de admitir que escalofríos recorrían mi espalda.

Y lo peor era que hace un par de días había empezado a sentir algo extraño relacionado con su muerte.

Era como si algo me estuviera comiendo por dentro, como si una voz me estuviera susurrando al oído todo el tiempo «Es tu culpa por permitirlo».

Como si yo me sintiera mal a pesar de que a mí nadie me había hecho daño...

Era algo que nunca había sentido antes.

... ¿remordimientos?...

No, imposible.

Sería ridículo.

Aunque sí era cierto que, si me hubiera librado de Yuri antes, Lawan no tendría de dónde sacar sus poderes, lo que significa que Dara estaría más que viva y buscando una nueva fuente de dinero infinita.

En cierto modo, sí era mi culpa.

Cierto, Dara había obrado mal burlándose de Lawan, pero no era Lawan la que se suponía que debía castigarla.

Debía ser yo.

El karma.

Ese era el sentido de mi existencia, ¿no?

Hacer que la mala gente pague por sus actos.

Pero, de todas formas, ¿realmente Dara merecía la muerte por ser una abusona?

Me sacudí la cabeza, tratando de echar esos pensamientos de mi mente.

Cuestionarme las cosas solo me había traído problemas y no podía permitirme generar más de los que ya tenía.

Inspiré hondo para reiniciar mi mente y empecé a pensar en cosas más que estúpidas, pero me daba igual. Eso mantenía mi cerebro ocupado y no le daba la oportunidad de sacar a la superficie algún otro pensamiento macabro relacionado con Dara.

Incluso sería mejor si intentaba olvidar ese nombre.

Sin darme cuenta llegué a mi nuevo instituto.

Nuevo...

Ya había dejado Nuengoli atrás y era poco probable que tuviera la ocasión de volver a ser alumna en ese centro.

Eso no debería importarme. Mi cerebro me decía que era un simple instituto, como todos los demás del mundo.

Un edificio grande que los adolescentes están obligados a visitar durante años para aprender cosas.

Pero es que...

Por alguna extraña razón, Nuengoli no era solo eso. Yo había sido alumna ahí durante poco más de dos semanas, sin embargo...

Dios, ¿lo estaba echando de menos?

Si había alguien capaz de volverme completamente loca, esa era Yuri.

Aun así, algo me susurraba que en ese caso mi némesis no era la que tenía la culpa.

Con el paso del tiempo me estaba volviendo cada vez más emocional.

Eso aumentaba el ritmo con el que perdía mis poderes y acortaba el plazo que tenía para arreglar todo.

De repente caí en que me había parado en la entrada del edificio y la gente tenía que rodearme para entrar y salir. Tratando de hacer parecer que era completamente consiente de que había estado ahí sin moverme un par de minutos como mínimo, me mezclé con la muchedumbre de estudiantes y me metí en el instituto.

Necesité poco tiempo para orientarme en el edificio. Cierto, podía haber preguntado directamente a alguno de los muchos alumnos que pasaban por mi lado, pero siempre había preferido arreglármelas sola.

Una vez encontré con qué lógica estaban ordenadas las aulas, empecé a buscar la 1C. Cuando la vi, puse la mano sobre el picaporte y estuve dispuesta a apretar, pero sentí algo.

Sabía que detrás de esa puerta habría unas veinte caras que nunca había visto. En cierto modo, eso me ponía... nerviosa.

Todo esto con las emociones humanas era ridículo.

Sabía que cuanto más tiempo esperara, más insegura me sentiría, por lo tanto, simplemente abrí la puerta sin ni pensar.

Efectivamente, veinte pares de ojos se giraron hacia mí en el mismo instante en el que entré. Ese «encanto» duró unos cinco segundos, tras lo que todos reanudaron sus conversaciones como si yo no estuviera.

No me lo tomé como un insulto, pero no me lo esperaba. Antes era la chica nueva. Ahora parecía que era tan solo una chica nueva.

Suspiré.

Últimamente todas las cosas que pasaban a mi alrededor eran alarmas que señalaban que debía darme prisa y solucionar el problema. Era como si todo y todos me estuvieran metiendo prisa y gritando: «¡No puedes hacer tu vida normal hasta que Yuri y sus soldados inmortales estén fuera de juego!». Pero eso no hacía más que hacerme sentir presionada y no me daba espacio para pensar en soluciones.

Me acerqué a la persona que tenía más cerca, que era una chica con apariencia genérica y cara olvidable.

—¿Sabes qué pupitre no está ocupado? —pregunté.

Ella ni se dignó a responder con palabras, pues por lo visto eso requería demasiado esfuerzo. Sin ni mirarme y con la vista clavada en el móvil, ella me señaló un sitio que estaba bastante atrás y no muy cerca de la ventana. Eso explicaba el hecho de que estuviese libre.

—Gracias —dije, a pesar de que no estaba segura de si ella me había oído siquiera.

En todo caso no reaccionó.

Fui al pupitre señalado, me senté y esperé a que la clase diera comienzo.

En pocos minutos llegó un hombre alto que sin duda inspiraba respeto. El tutor y profesor de literatura, creo.

Los alumnos se levantaron para saludarle.

—Buenos días, señor Lokfentasi —dijeron todos.

—Buenos días, chicos —respondió el hombre con una amplia sonrisa que parecía ser muy sincera.

Nuestras miradas se cruzaron y la expresión de su cara mostró una gran felicidad por verme.

—Chicos, hoy a nuestra gran familia se une un nuevo miembro. —Hizo una seña hacia mí para que todos pudieran verme bien—. Saludad a Nanno.

—Hola, Nanno. —Esa era sin duda la frase que más veces había oído en toda mi vida.

—Hola a todos —respondí y me senté.

—Bien, ¿quién está preparado para una emocionante lección sobre la literatura italiana del siglo XIV? —preguntó el señor Lokfentasi con los ojos iluminados por la ilusión que le hacía.

—¡Yo! —mintieron todos al unísono.

—¡Genial! —El profesor dio una palmada, aparentemente creyéndose que los alumnos decían la verdad—. Empecemos con uno de los representantes más importantes de esa época: Giovanni Boccaccio...

Los siguientes cuarenta minutos los pasé en clase tomando apuntes sobre la fascinante vida del autor, pero mentalmente estaba en otra parte, como casi siempre.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora