Cap. 11: Malvenidos, cambios

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Nanno

Mirando a través de la ventana de mi sala de estar, pensaba en Lawan. Ahora ella tenía la posibilidad de rehacer su vida, pero todo lo que hizo dejó una marca imborrable.

Todas las cosas materiales que amaba más que a su propia familia se habían desvanecido.

Todas las personas a las que despreció por estar por debajo de ella tendrían la oportunidad de vengarse.

La gente que trataba de hacerse sus falsos amigos la abandonaría y ella se quedaría completamente sola... a menos que cambiara y dejara que los demás deseen conocerla mejor por su corazón.

En una ocasión normal me sonaría como una victoria para mí... pero ese caso no era uno normal.

Hace unos días en el instituto yo me escondí en el último cubículo del baño. Así pude oír sin ningún problema la conversación que tuvo Lawan por teléfono, por lo que averigüé cosas que ni se me había pasado por la cabeza que eran posibles.

Los padres de Lawan estaban divorciados y ella no podía ver a su madre.

¿Y si eso tenía algo que ver con que se volviera una princesa?

Ese hecho era algo vital.

Algo vital de lo que no estaba informada.

Revisé todo lo que ponía en la carpeta de Lawan, pero no encontré nada al respecto.

El importante dato del divorcio de sus padres había sido completamente omitido.

¿Y lo más extraño?

Ese tipo de accidente no ocurría por primera vez.

Ya había tenido malas experiencias por culpa de la falta de datos que me podrían servir en las carpetas de los objetivos.

No hace mucho, por ejemplo, intenté ayudar a una chica maltratada por sus supuestas «amigas» sin estar al tanto de su naturaleza vengativa.

Resultado: una némesis inmortal y casi todopoderosa a la que tenía que eliminar antes de que yo perdiera mis propios poderes.

También traté de castigar a una mujer por causarle parálisis a su hija sin saber que la chica era una asesina.

Resultado: acabé muerta.

La información en algunas de las carpetas que había recibido últimamente tenía muchos más puntos flacos de los que solía tener.

Yo conocía personalmente al demonio que me enviaba todo lo que necesitaba saber sobre mis objetivos. Él llevaba haciendo su trabajo desde hace muchos más años que cualquier humano pueda comprender y nunca había cometido errores. ¿Por qué últimamente hacía su trabajo peor que un becario novato?

Suspiré. Intenté imaginarme que seguramente estaría cansado o de mal humor. Aun así, la situación seguía sin cuadrarme. ¿Que tantas veces se repita el mismo accidente?

Algo ocurría. Iba a averiguar lo que pasaba de un modo u otro, pero en aquel entonces debía pensar en los problemas que más me amenazaban.

El problema que más me amenazaba.

Yuri.

No sabía dónde estaba ni cuantos peones para su ejército había conseguido reunir hasta el momento. Tenía claro que cuanto más tiempo esperaba, más poderosa se volvía ella y más debía apremiarme yo.

A pesar de que todo lo que pasaba a mi alrededor me estaba gritando al oído «¡Date prisa!», no se me había ocurrido nada que pudiera hacer por el momento. Por lo tanto, decidí esperar a que Yuri diera el siguiente gran paso.

Me giré y caminé hasta la mesa. Cogí la carpeta de Lawan y la miré fíjamente durante un minuto para recordarla. Al fin y al cabo, esa era la última vez que podría verla.

Cogí mi mechero y prendí fuego a una de las puntas. Observé cómo las llamas la consumían, tras lo que se desintegró en el aire y desapareció. Esa era la forma que tenía para enviar las carpetas que ya no me servían de vuelta al infierno.

Cogí la siguiente carpeta de la pila. Saqué el papel de su interior y me encontré cara a cara con la chica más fea del universo.

Miré su foto durante más tiempo del que pretendía y leí la información que más me importaba:

Nombre: Suny, Gun

Objetivo de la misión: Ayudar

Razones para estar incluida: Acoso escolar

Esa parecía ser fácil. A mi parecer no requeriría demasiado tiempo...

Me senté y empecé a leer el resto de la información que había sobre Gun, tratando de recordar cada minúsculo detalle de su extraordinariamente aburrida vida. Lo que estaba haciendo tenía un nombre y era una práctica poco aceptada por la sociedad.

Masoquismo.

Cuando me enteré de que tuvo que ir al logopeda por cuatro años por ser incapaz de pronunciar bien ciertos sonidos, se había apuntado a clases de balé, pero la maltrataban por su sobrepeso y que, en general, había fracasado en todo lo que había intentado hacer, no me pareció que mi vida hubiese cambiado mucho.

Supe que seguir leyendo sobre la penosa vida de Gun significaría llevarme a depresión de forma voluntaria. Dejar de pensar en ella me iría bien, por lo que me levanté de mi sitio y salí de mi piso.

Quería ir a Nuengoli para cancelar mi matrícula y quitármelo de encima. Tenía que hacerlo para poder así aparecer como la «chica nueva» en el instituto de Gun sin problemas.

Mientras caminaba hacia el despacho de la directora, me encontré solo con un par de señoras de la limpieza que trabajaban un sábado desesperadas por el sueldo y una profesora que parecía tener cierta prisa para salir del edificio. Me pregunté qué hacía ahí en un día de descanso.

Sabía que la directora estaría en su despacho, pues me habían dicho que ella pasaba ahí parte de su tiempo libre los fines de semana por ser increíblemente trabajadora. Eso me convenía bastante...

—Hey, Nanno.

Fui bruscamente arrancada de mis pensamientos. Miré a mi derecha y me quedé... cómo describirlo... No lo sé, pero «sorprendida» se queda corto.

—¿Lawan? —Traté que mi pregunta sonase como un saludo—. ¿Acaso te has enamorado tanto del instituto que vienes aquí incluso los fines de semana? ¿Me permitirás ser tu dama de honor en la boda? —la molesté para disimular que encontrármela me había pillado desprevenida.

—No —me respondió ella con una sonrisa de hielo.

Un tipo de sonrisa que nunca habría esperado ver en su boca.

Hice una mueca decepcionada. No estaba segura de si se refería a que no había nada entre ella y el instituto o me estaba negando el honor de asistir a la boda.

—Yuri me ha pedido que te transmita un mensaje —explicó ella.

—¿Quién es Yuri? —pregunté con inocencia.

—No te hagas la estúpida, Nanno. Lo sabes muy bien. Ella no parará hasta que toda persona en este mundo encuentre justicia y tú no serás un obstáculo para ella. Que te vaya bien el día, bruja.

Ella pronunció la última palabra extremadamente despacio, una pista que decía que la usaba en sentido literal.

Sin darme tiempo para pensar qué responder, pasó por mi lado.

Me di la vuelta para seguirla con la mirada, pero ya no estaba.

Por un momento pensé que había desaparecido tras la esquina, pero me di cuenta de que eso no era posible, pues nos habíamos encontrado en la mitad del pasillo.

Había solo una explicación posible.

Yuri había vuelto a regalar poderes por aquí y por allá.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora