Cap. 3: Amiguitas

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Nanno

Cuando la clase terminó, la señorita Dakbaw se despidió de nosotros y se fue. Todos se reunieron en grupos pequeños o en parejas para hablar. Yo solo desvié ligeramente la mirada hacia la derecha y contemplé a Lawan. Unas diez personas estaban hablando con ella a la vez, pero ella no parecía tener ningún problema en mantener una conversación con cada una de ellas. Cualquiera diría que era imposible hablar con ella a solas, pues todos se le habían tirado encima como si fuera la última humana del planeta, pero yo sabía muy bien qué y cómo decirle.

Me levanté de mi sitio y me acerqué a Lawan. Tuve que empujar a unas cuantas personas para llegar hasta ella, por lo que varios chicos me miraron mal, pero eso era lo último que me importaba. La única persona de esa aula que realmente me importaba era Lawan.

Cuando al fin estaba en la primera fila de fans de la superpopular, fui capaz de distinguir la voz de una chica quejándose de que el profesor de matemáticas explica de pena, otra estaba estresada por no saber qué ponerse para la cita con su novio esta noche y un joven bajito y con gafas intentaba invitarla a un helado.

—Hola. Soy Nanno —le sonreí—. Pareces ser muy maja teniendo en cuenta de cuántas personas estás rodeada. ¿Podrías enseñarme el colegio?

Ella interrumpió su conversación con una chica que le pedía consejo para elegir un perfume y me miró de arriba abajo como para recordarme bien y calcular por mi apariencia si valía la pena perder el tiempo conmigo. Una vez me hubo analizado entera, dijo entre una risa:

—Yo soy Lawan. ¡Y claro que te lo mostraré! ¡Te lo enseñaré tan bien que sabrás hasta dónde encontrar a cada una de las señoras de la limpieza!

A todos les pareció divertida su respuesta, pero yo ni pensé en eso. Me gustaba que Lawan hubiera resultado como todas las chicas populares, teniendo así uno de sus rasgos más característicos: el siempre querer caer bien a todo el mundo con un buen físico.

La chica se levantó de su sitio y se dirigió a todos los que la rodeaban:

—Lo siento, florecillas mías, pero la chica nueva se merece que le presten atención. Os prometo que después continuaremos, ¿os parece bien?

Sin ni siquiera esperar una respuesta de sus fans, Lawan me dio unas palmaditas en el hombro y se dirigió a la puerta. Yo la seguí como una niña obediente.

—Esta es el aula 1B —me contó Lawan con tono de estar confiándome información de alto secreto —. Ahí son todos estúpidos. Ah, ¡no te lo vas a creer! ¡Esta es el aula 1C!

—No me digas —murmuré yo, observando el cartel al lado de la puerta que ella señalaba en el que ponía con letra muy limpia y clara «1C».

—Estos son los baños. —Ella me mostró dos puertas vecinas con un gesto de confianza y entusiasmo de estar enseñándome una escultura de diamantes que había diseñado ella misma —. Mira, ¡incluso tenemos uno para chicas y otro para chicos!

—Qué curioso — dije, pero ella no parecía ni escucharme.

—Ahora bajemos al piso inferior para que pueda enseñarte las aulas de ahí. ¿Sabes que ahí está incluso el despacho de la psicóloga?

—No, no lo sabía —respondí.

Quedaban cinco minutos hasta que empezara la próxima clase. Realmente no quería que esto fuera una pérdida de tiempo, por lo que decidí acelerar las cosas. Si le seguía la corriente a esa chica nos pasaríamos así hasta el día del Juicio final.

—Bueno, Lawan, cuéntame algo sobre ti —dije—. ¿Qué te interesa?

—Me encanta escuchar las canciones de Billie Eilish una y otra vez— empezó a contarme ella—. Oh, ¡también me gusta mucho maquillarme!

«Se nota», pensé.

—Soy súper fan de la película Mi primer beso — prosiguió —. ¡Me parece preciosa! Las películas de romance americanas son las mejores.

—Muy cierto —dije, a pesar de que sentía completa indiferencia hacia todas las películas, independientemente de su género o país de origen—. ¿Y qué es lo que no te gusta?

—Uf, son demasiadas cosas para contarlas... —Justo cuando la conversación tomó la dirección que más me convenía, Lawan exclamó— Vaya, mira, ¡es el despacho de la psicóloga! Su nombre es Lamai Citwithya. Es muy maja, pero creo que habla mucho y escucha poco. Odio a ese tipo de personas, ¿y tú?

—Yo... —Ni siquiera tuve tiempo de formular la frase en mi cabeza.

—¡Pasemos a saludarla! Yo sé que ella siempre está encantada de verme —dijo Lawan con orgullo.

—Podemos hacerlo más tarde. —Traté de salvar la conversación—. Ahora quiero conocerte.

—Ah, ¡qué amable por tu parte! —Ella me mandó un beso por el aire.

—Ibas a hablarme de lo que no te gusta —le recordé.

—Ah, sí, es verdad. Bueno, como decía, hay muchísimas cosas que odio. Por ejemplo, muchas personas me tratan como si fuera estúpida. ¿A ti te parezco estúpida? ¿A que no?

—En absoluto. —Asentí en señal de estar de acuerdo.

—Además, los profesores dan demasiados deberes. —Ella hizo una cara de asco—. ¡Casi no tengo tiempo para mí misma!

La escuché atentamente y creo que eso se reflejó en mi cara, porque ella sonrió con satisfacción.

—Continúa, por favor —la animé.

—En casa también me dan muchas tareas —dijo ella con desagrado—. Tengo que hacer mi cama cada día, ¿puedes creértelo? ¿Para qué mi padre ha contratado criados? ¿Para que se paseen todo el día por la mansión sin mover un dedo? ¡Ja!

Me quedé en completo silencio.

—La vida es supercomplicada, ¿sabes? —Lawan siguió quejándose—. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? ¡A veces simplemente me quiero morir!

Chica que lo tiene todo y no aprecia nada de lo que tiene. Mmm... ¿de dónde me sonará eso?

—¿Estás segura de lo que has dicho? —pregunté con cautela.

—¿Que la vida es terrible? — Lawan puso los ojos en blanco como si la respuesta fuera obvia—. Sin duda.

—No, me refiero a lo de querer morirte —concreté.

—Ah, eso. Pues depende. Cuando salgo con amigas no mucho, pero cuando me hacen barrer mi cuarto de verdad que me quiero morir.

Niña estúpida que habla sin pensar. De mis favoritas.

Por fuera permanecí seria, pero por dentro sonreía. Lawan me había dado justo lo que había estado buscando durante toda esa conversación.

—La clase está a punto de empezar —dije, comprobando la hora en mi móvil—. Será mejor que volvamos, no sea que lleguemos tarde.

—¡Oh! Sí, claro, supongo que tienes razón. —Soltó una risa nerviosa tratando de disimular el obvio hecho de que no le importaría saltarse la clase entera y el resto de la jornada escolar—. Vamos.

Nos dirigimos de vuelta a nuestra aula. Por el camino no pude evitar que una ancha sonrisa se apoderara de mis labios.

Esto iba a ser divertido.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora