En aquella noche, Aoi entró en trabajo de parto. Con gran premura, Yamada la llevó al hospital, esperando que todo transcurriera sin contratiempos.
"Solo rezo para que todo salga bien y así podamos formar la familia con la que siempre hemos soñado", pensaba mientras atravesaban la ciudad.
En su bolsillo, llevaba una pequeña cajita que siempre lo acompañaba, donde guardaba el anillo que tenía la intención de entregar a su amada. Justo en ese momento, Eita llegó al lugar y se acercó a Yamada.
-¿Cómo te encuentras? -preguntó, sin apartar la mirada de él.
-Estoy bien. . . -respondió, aunque la inseguridad se reflejaba en sus ojos-. Solo me preocupa ella. . .
Eita notó la tensión en la mano de su amigo, que la apretaba con fuerza. Colocó una mano en el hombro del peliazul y le sonrió con cariño.
-Todo saldrá bien.
Yamada soltó un suspiro y asintió, sintiendo una pequeña chispa de esperanza.
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Las horas transcurrían lentamente. Akito aparentaba tranquilidad, pero por dentro la preocupación lo consumía poco a poco. A su lado, Eita se encontraba sentado, sumido en el sueño, cuando una doctora se acercó.
- Buenas noches, perdonen las molestias. ¿Alguno de ustedes es familiar de Tsukishiro Aoi?
- Sí, es mi esposa. . . -respondió Yamada, sobresaltado-. ¿Cómo se encuentra?
- Está fuera de peligro, tanto ella como los bebés. -contestó la doctora con una sonrisa tranquilizadora.
Al oír esas palabras, Yamada y Eita se quedaron atónitos. Habían nacido unos hermosos mellizos, el fruto de su amor.
- Doctora, ¿cuándo podré verla?
- Será en el transcurso de mañana. ¿Le gustaría conocer a sus pequeños?
- Claro. . . -respondió, sintiéndose nervioso ante la inminente oportunidad de ver a sus hijos. No sabía cómo reaccionar.
Lo llevaron hasta el área de las cunas, y desde la distancia pudo ver a los pequeños durmiendo, sus manitas entrelazadas, como si no quisieran soltarse.
Una profunda alegría lo inundó; aunque solo los veía a lo lejos, era un momento maravilloso. Eran la viva imagen de Aoi.
- No es inhabitual ver a unos mellizos de esta manera; definitivamente, ha tenido la suerte de tenerlos. Agradezca a su esposa por tan hermoso regalo -comentó la doctora mientras se retiraba.
- Por supuesto que lo haré. . . -murmuró para sí mismo.
Colocó su mano sobre el ventanal, una sonrisa iluminaba su rostro ante la dicha que le ofrecían esos pequeños seres.
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Al día siguiente, Aoi se despertó y encontró a Yamada en la habitación.
-Buenos días, Tsuki -le dijo Yamada con una sonrisa cálida.
-Yamada. . . -Ella extendió la mano hacia él, que la tomó con ternura.
La abrazó con delicadeza, y Aoi se rompió en llanto, mientras él trataba de consolarla, consciente del miedo que la invadía ante lo incierto que podía ser el futuro.
-No llores. Todo estará bien.
Tsuki asintió con la cabeza justo en el momento en que se escuchó un golpe en la puerta. Al abrirse, dos enfermeras entraron con un par de bebés en brazos. Aoi observaba la escena con sorpresa.
-Ellos son. . . -dijo, mirando a Yamada, algo sonrojada.
-Así es, mi amor. Son nuestros hijos.
Una de las enfermeras le entregó a Aoi a la pequeña de cabello azabache, mientras que la otra le pasó a Yamada al bebé pelirrojo.
-Son tan hermosos. . . -decía Aoi mientras acariciaba la mejilla de la niña con dulzura.
-Por supuesto, si su madre es hermosa. . . -respondió Yamada con una sonrisa.
Aoi rió ante el comentario de Yamada y lo miró con cariño.
-No hay que olvidar al padre, que tampoco se queda atrás -concluyó ella con una sonrisa.
Nunca imaginé que podría tener algo tan hermoso como mis hijos; son lo mejor que me ha pasado. Definitivamente, ya no estaremos solos. . .