EL EXILIO: PERO SIENDO BUENO

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El viernes en el desayuno, revisé el correo para comprobar que seguía sin mensaje alguno. A esas alturas estaba seguro de que la clase estaría vacía y que mis intentos de hacerme un hueco en el mundo de los charlatanes y timadores no iba a tener éxito. Chasqueé la lengua y metí el móvil en el bolsillo del pantalón corto antes de coger mi enorme taza de café frío. Eren me miraba desde el otro lado de la mesa de la cafetería, con su vaso de leche vacío en frente y sus ojos esmeraldas de largas pestañas.

—Los labios, fiera —le dije, refiriéndome al hecho de que se los había manchado y ahora tenía una sombra blanca sobre ellos.

Eren se lo lamió como un niño pequeño y después se pasó la mano para secarse. Asentí en señal de aprobación y le recompensé con una caricia de mi pierna contra la suya bajo la mesa, a lo que el lobo ronroneó por lo bajo, de forma casi inaudible. A los Machos no les gustaba hacer aquello en público, a no ser que ese público fuera la Manada. No era algo que hubiera leído, eso lo aprendí por pura observación. Los lobos reservaban los ronroneos y muestras de afecto para la privacidad, allí donde no les importaba parecer vulnerables. El resto de ocasiones, siempre mantenían aquella fachada de hombres serios, grandes e intimidantes; algo con lo que, sinceramente, podía identificarme con ellos.

Un comentario por lo bajo interrumpió mis pensamientos. Giré el rostro para mirar al hombre que nos observaba desde un par de mesas de distancia y que había dicho: «No puedo creer que les dejen entrar aquí. Qué puto asco». Terminé mi café y me levanté de la mesa, haciéndole una señal a Eren para que hiciera lo mismo. Antes de dirigirnos a pagar, me acerqué a aquel hombre mayor que estaba tomando un café de media tarde con la frígida de su mujer. Ambos nos miraron y empezaron a tener miedo, algo que solía pasar cuando un lobo enorme y con cara de muy mal humor se acercaba; entonces ya no eran tan valientes.

—¿Tienes algún puto problema con que venga a desayunar con mi lobo? —le pregunté.

El hombre nos miró a ambos y cerró sus labios finos y viperinos, terminando por tragarse sus palabras y negar con la cabeza. Su mujer parecía estar a punto de sufrir un infarto, mirando alrededor con cara de miedo como si intentara llamar la atención de los demás clientes para que fueran a su rescate.

—Vaya, Eren, parece que hoy nos van a invitar al café —le dije al lobo, acariciando su barriga bajo la camiseta corta y apretada.

El lobo gruñó en respuesta con su cara de mafioso. Con una sonrisa, me lo llevé de allí y salimos a la calle fresca y agradable. El cielo se había cubierto de nubes y una brisa suave arrastraba un agradable aroma a humedad, así que Eren me había acompañado aquel día en los recados. Fuimos a la lavandería y después nos pasamos por la tienda de comida para llevar a recoger nuestro pedido diario. De vuelta a casa, el móvil empezó a vibrar en mis pantalones y, sin mirar el número, se lo entregué al lobo.

—Aquí Eren —respondió. Tras un breve silencio, agachó la cabeza y puso una expresión preocupada—. ¿Y Franz? Se llevan muy bien. —Asintió lentamente y gimoteó por lo bajo.

Fingí que ignoraba la conversación, sacando las llaves para abrir el portal del edificio antes de cruzar dentro. Era la misma conversación de todos los días; Erwin llamaba a Eren para decirle que habían fallado en otro de los estúpidos intentos por dar de comer a Berthold, Eren se ponía triste y se preocupaba más, jodiéndome la comida con sus quejidos lastimeros y su cara de pena.

—Berthold no quiso las pizzas. Las dejó sin comer en la tienda de caramelos —me explicó cuando colgó el teléfono.

Solté un murmullo, ya con un cigarrillo en los labios, y continué desenvolviendo el papel albal de la bandeja de carne con arroz y verdura.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora