LA MANADA: DE PICNIC

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Antes del final de la semana ya tenía un nuevo trabajo. Era en un furgón de comida en la ciudad, al lado del parque, haciendo sándwiches, hamburguesas y perritos calientes para los borrachos y trasnochadores que pasaban por allí. Estaba mal pagado, era aburrido y tenía que soportar a los idiotas que venían a hacerme bromas y a los indecisos que se pasaban diez minutos para decidir entre tres tipos de comida; pero lo peor de todo era que tenía un «uniforme» de camiseta naranja y un gorro, un jodido gorro, de perrito caliente. Yo odiaba aquel empleo con toda mi alma, pero a Eren le gustaba; no solo por la comida, sino porque estaba dentro de la ciudad y podía venir a verme más a menudo tras sus «trabajillos». La primera noche se trajo con él a Reiner, el lobo miró el gorro y alzó las cejas, pero evitó hacer ningún comentario al respecto. Les invité a doce perritos calientes tamaño maxi y un par de cervezas frías. Eren me dio un par de caricias, compartimos un momento bastante íntimo, pero, por desgracia, nada sexual, y me dio un último abrazo antes de tener que despedirse.

—Levi huele a comida... —ronroneó. Yo puse cara seria y le aparté de mal humor.

Después de que se corriera la voz sobre mi nuevo empleo allí, los Machos solteros no dejaron de aparecer como buitres alrededor de un cadáver, como putos tiburones al oler la sangre. El primero de ellos fue Farlan. Llegó al segundo día, aparcó el Toyota todoterreno negro a un lado y salió con una camisa hawaiana abierta, la cadena plateada al cuello y unos pantalones cortos de baloncesto.

—Hola, Levi—me saludó, quedándose a un par de pasos y mirando distraídamente la lista de comida que había pintada en el furgón—. Bonito gorro.

—Que te follen, Farlan —respondí con una expresión seria de párpados caídos.

El lobo gruñó un poco por lo bajo, pero fue apenas una leve e insignificante advertencia antes de pedirme tres hamburguesas dobles y una cerveza fría. Esperó pacientemente a que friera la carne y lo montara todo, mirando cómo lo hacía y olfateando el delicioso aire que salía del furgón mientras su estómago empezaba a rugir con hambre. Le entregué las tres hamburguesas enormes apiladas en una cestilla de plástico con una servilleta y su cerveza. Farlan me enseñó un billete cualquiera que había encontrado en su bolsillo y ni esperó a que lo rechazara antes de coger la cesta. Se puso en la mesa alta de bar que había a un lado y empezó a devorar la comida como si no hubiera probado bocado en días, dando grandes mordiscos a las hamburguesas y apenas masticando antes de tragar. Miraba a la comida o al furgón, pero nunca a mí, hasta que terminó todo y tiró la cesta a la basura portátil que había a un lado de la furgoneta; entonces se limpió las manos con la servilleta y se acercó a donde yo estaba fumando distraídamente, con la mirada perdida en la carretera.

—¿Qué pasó en la gasolinera? —me preguntó, quedándose a mi lado, pero a un par de pasos, mientras se cruzaba de brazos—, ¿no era un contrato de varios meses?

—No, era un contrato para cubrir unas vacaciones —respondí sin mucho interés, echando el humo del cigarro hacia el cielo de la noche.

—Entonces, ¿el humano volvió a su puesto?

Fumé otra tranquila calada y la solté.

—¿No tienes que ir a hacer tus cosas de la Manada, Farlan? —pregunté, señalándole su Toyota todoterreno con un gesto de la cabeza.

El lobo asintió, comprendiendo que no necesitaba ni quería su interés ni sus preguntas. Que fuera a preocuparse por los compañeros de los demás Machos, esos que iban a los picnics y a la bolera con ellos.

—Ahora que das comida, estás bastante jodido, Levi —me advirtió en voz baja.

—Yo siempre estoy jodido —respondí sin mucha emoción—. Para eso tengo a Eren.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora