EL OLOR A MACHO: DESCUBRIMIENTO

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El lobo salió de la ducha quince minutos después, desnudo y todavía mojado. Le detuve en seco con un grito cuando alcanzó la mitad del salón.

—¿Qué carajos haces? ¿Por qué no te has secado? —pregunté, mirando el rastro de agua y pisadas que había dejado a su paso —. Pero... ¿eres imbécil? ¡Vuelve al puto baño!

Me levanté del asiento y le acompañé con expresión enfadada al baño. Eren gruñó un poco de esa forma grave y enfadada cuando tiré de su brazo; así que yo solo me enfadé más. Debió ver la pura ira emanando de mis ojos grises, porque levantó la  cabeza con orgullo y volvió hacia el baño como si me estuviera haciendo un favor enorme. Cogí una de las toallas y se la pasé por el pelo de una forma nada agradable, pero quizá así aprendería a secarse antes de salir. Siguió gruñendo, cada vez un poco más enfadado, y yo me estaba estúpidamente excitando por ningún motivo aparente, hasta que le dije con tono serio y frustrado:

—Sigue así y te tiro de puta cabeza por la puerta de incendios... —eso le relajó un poco.

Cuando le sequé como a un niño pequeño, salí del baño y busqué ropa grande que pudiera servirle para que no se volviera a poner la suya mojada. Se la tiré al pecho amplio y musculoso y le solté un rápido:

—No te voy a vestir también —antes de girarme de vuelta a la cocina.

Me metí la mano en los pantalones para recolocarme la polla dura y algo mojada y que no siguiera haciéndome daño contra el vaquero. Resoplé y saqué los dos burritos de carne calientes del microondas, con tan mala suerte que me quemé los dedos y solté un «¡su puta madre!» que debió oírse por todo el edificio. Tuve que respirar y tranquilizarme. No podía enfadarme porque el lobo hubiera vuelto, porque yo era quien le había dejado entrar; ni podía molestarme que fuera tan subnormal que me hubiera mojado la mitad el salón; ni tampoco podía frustrarme el hecho de que me excitara con solo mirarle desnudo y estar cerca porque, básicamente, esa era la razón de que estuviera en mi casa en primer lugar. Así que alcé las manos y asentí un par de veces para mí mismo. Le daría de comer, me lo follaría y después buscaría respuestas de por qué seguía volviendo cuando el Celo había terminado y, lo más importante, una forma de evitar que sus feromonas me afectaran y seguir adelante.

Eren llegó corriendo cuando me oyó gritar, con la camiseta a medio poner y gruñendo con los dientes apretados. Miró a todas partes, como si estuviera esperando ver a alguien más allí al que atacar. Me quedé mirándole y no pude más que cerrar los ojos y negar con la cabeza.

—Siéntate —le ordené, cogiendo el plato, esta vez con un trapo, para dejar los dos burritos calientes de carne sobre la barra de madera de la cocina—. Queman —le advertí.

El lobo tardó un momento en comprender que mi grito no había sido debido a enemigos inesperados, sino a un accidente. Terminó de ponerse la camiseta, una XL de una tienda de segunda mano que, aun así, le quedaba algo apretada y justa. Así de grande era el cabrón. Se sentó y olfateó los burritos humeantes, se oyó un rugido de tripas y cogió uno para llevárselo a la boca y gritar al darse cuenta de que estaba caliente. Mi frustración solo aumentaba y aumentaba...

—Te he dicho que quemaba... —le recordé, pero acepté la realidad y fui a por una cerveza fría a la nevera para dársela y que pudiera refrescarse la boca—. Comida. Quema. Soplar... —le expliqué con señales.

Eren me miró un momento con sus ojos esmeraldas, cogió uno de los burritos y sopló como le había enseñado. Asentí y le hice una señal afirmativa antes de girarme, poner expresión de desprecio y meter la segunda tanda de burritos en el micro. Después cogí una cerveza para mí y la abrí con un ruidoso «click», bebí la poca espuma que brotó y me froté los labios manchados. Me senté frente al lobo y le vi comer mientras yo bebía. Lo hacía lentamente esta vez, aunque se notaba que estaba hambriento y quería meterse más de lo que debería en la boca.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora