NOSOTROS: ESTAMOS PERDIDOS

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Recuerdo que ese día a principios de enero no fue especialmente diferente a todos los demás. Nevaba mucho y las calles estaban cubiertas de una capa blanquecina, se estaba demasiado a gusto en la cama y Eren roncaba después del polvo vespertino. Me quedé encima de él, bajo el edredón un poco más de lo habitual, con su polla ya flácida todavía dentro y los labios y las nalgas empapadas de viscoso líquido preseminal. El calor del lobo, su fuerte olor y el Valium que le salía de la polla, me habían dejado completamente K.O; por lo que me levanté media hora más tarde de lo habitual para deslizarme como pude al baño, vaciarme, ducharme e ir a prepararme el café y el vaso de leche caliente en las tazas a juego, solo porque a Eren le hacía muchísima ilusión. Salí a fumar afuera con la cazadora sobre el pecho desnudo y unos pantalones de chándal grueso, pisé la nieve acumulada con unas botas sin atar y me acerqué a la barandilla, soltando una bocanada de humo que era mezcla del tabaco y el propio vaho de mi aliento en contacto con la tarde helada.

Los vi marcharse. A lo lejos, en la calle, saliendo juntos de un Refugio todavía a oscuras para poder ir a la última hora de abertura del museo. Mary llevaba un gorro de lana con pompón blanco y Berthold iba con una de sus gabardinas color negro con una bufanda atada al cuello. Se dirigieron al todoterreno del lobo y subieron juntos para desaparecer al final de la carretera. Mary y yo ya habíamos hablado de aquella salida, ella me había invitado y yo lo había rechazado, diciéndole que al único museo al que había entrado en mi vida era una de ciencias naturales al que había ido en infantil solo porque nos daban comida gratis al terminar. Evidentemente, no le di mayor importancia al hecho de que se hubieran ido, porque no era más que una salida tonta para mantener a Berthold entretenido ahora que estaba tan solo en esas fechas de amor y felicidad.

Así que volví a la habitación para tirarme un poco más al lado de mi Eren, nos levantamos juntos para recoger el tupper y comer antes de echarnos en el sofá para la siesta. Cuando llegué al garaje, los lobatos y Farlan ya estaban allí. El Beta me acompañó al almacén y a los recados, contándome su última experiencia con una humana que le había pedido que la abofeteara y le apretara el cuello con las manos hasta casi ahogarla.

-No pienso volver -declaró, negando con la cabeza antes de darle un sorbo a su café bombón-. No entiendo por qué todas las putas locas me tocan a mí ¿Es que ya ningún humano quiere follar normal? -empezó, abriendo las manos con una expresión consternada.

-Pasarse una hora haciendo preliminares hasta que estés tan empapado que podrías llenar una piscina infantil, no es «follar normal», Farlan -le aseguré.

-A mí me gusta así -declaró, hinchando su pecho con orgullo y levantando la cabeza-. Te aseguro que, si te tomas el tiempo necesario, después es todo mucho más placentero. Para ambos...

Resoplé y negué con la cabeza, girando el volante en una curva algo cerrada antes del puente que llevaba a las afueras.

-Era solo una puta lobera a la que le iba lo duro, pasa página.

-Odio a los loberos... -murmuró-. La idea de que me usen me asquea muchísimo.

No dije nada, pero Farlan no era tan inocente como se creía, porque a los Machos no les importaba «usar» a cuantos humanos fuera necesario en su constante búsqueda de compañero. Aunque claro, eso no es algo que ellos fueran capaces de comprender, ya que es parte de su instinto y del Cortejo.

Una vez entregados los tuppers a los lobos hambrientos del almacén, me fui con los dos de sobra para Berthold y Floch. Me sorprendió no encontrarme al lobo en su sitio de siempre, pero creí que quizá la tarde de museo se hubiera alargado un poco. Así que fui junto a Floch y le di el suyo. El SubAlfa estaba donde siempre, fumando con la espalda apoyada en la pared, su cazadora gruesa y un gorro de lana calado hasta las cejas. No tuvimos una conversación demasiado profunda, solo compartimos un par de insulto, el lobo soltó algunos de sus comentarios prepotentes sobre que «la comida que le daban sus humanos era mucho mejor» y finalmente compartí un cigarrillo y un café con Jean. Cuando le pregunté por Berthold, se encogió de hombros y dijo:

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora