EL VÍNCULO: ALGO QUE DA MIEDO

1.5K 204 85
                                    

Eren cambió desde entonces. Aquella mañana, cuando sin casi darme cuenta, busqué su calor y su cuerpo entre las mantas; me dio la vuelta, no me mordió ni gruñó y apenas se corrió dos veces antes de esperar a que terminara la inflamación para apartarse e irse al baño. Yo me quedé en la cama, mirando cómo se iba para volver y tumbarse de lado en la cama, de espaldas a mí. Me enfadé, por supuesto. Me levanté y fui a la cocina para prepararme un café en mi máquina nueva, me fumé un cigarro y dejé el vaso de leche en la barra de la cocina. Eren apareció vestido, se lo bebió poco a poco y fue hacia el sofá sin decir nada, sin si quiera mirarme. Cuando volví de hacer las compras, seguía allí, mirando la tele y sentado. Dejé el plato de arroz con carne sobre la mesa y se levantó para solo comer la mitad, con la cabeza gacha y dando cortos sorbos a la cerveza. Fruncí el ceño y apreté los dientes, pero me mantuve en silencio. Cuando se vistió, volvió para simplemente decirme.

—Eren se va —sin caricia, sin acercarse más de lo necesario para que le viera.

—Pásalo bien —murmuré.

Él asintió y se fue. Aquella noche no vino a verme a la tienda de caramelos, no vino a buscarme si quiera. Cuando llegué a casa ya estaba allí, en el sofá, tras haber dejado otra vez la mitad de las chuletas que le había comprado. Las tiré con enfado a la basura, de forma muy ruidosa para que lo oyera bien; antes de dirigirme directamente a la cama. Tras media hora o un poco más, vino para desvestirse y tumbarse dándome la espalda. Aquello se repitió varios días, hasta que mi enfado se fue diluyendo, dejando tras de sí preocupación y una leve angustia; como la espuma que las olas del mar dejaban tras cubrir la arena de la playa. Miraba a Eren y me preguntaba qué rayos le estaba pasando, por qué ya nunca ronroneaba ni se acercaba más de un paso, por qué ya solo quería follar por la mañana y solo porque yo le buscaba; corriéndose apenas dos veces antes de quedarse jadeando y sin ganas. Sin mordiscos, sin gruñidos, sin tratar de someterme, sin nada. Yo era demasiado orgulloso para preguntarle, demasiado orgulloso para demostrarle que me importaba aquel puto juego al que estaba jugando. En teoría, eso era lo que yo quería. Un lobo que no me hiciera gastar demasiado en comida, que no me molestara con sus estupideces y que impregnara la ropa que yo le daba. Sí, eso era lo que yo quería.

El problema fue cuando me di cuenta de que ese Eren no me gustaba. Ese Eren que no me miraba y no me gruñía para que le prestara atención, que no me abrazaba y me acariciaba... Quería enfadarme, pero no podía sentir nada más que una angustia que me comía por dentro a cada minuto que pasaba. Quizá fuera normal, después de todo, a veces los lobos daban un paso atrás en los Vínculos con sus humanos. No era siempre lineal, a veces tomaba giros, desvíos y rutas alternativas antes de volver al mismo punto o avanzar. Pero, yo sabía que había sido esa noche en la bolera. No había sido un cambio en un momento tonto, ni un giro progresivo hacia un lado; había sido una frenada en seco y había dado marcha atrás de una manera arrolladora. Eren ya no me quería como antes. Y si ya no me quería, no tenía sentido quedarme.

Una noche que volvió a dejarse el tupper que le había preparado sobre la mesa, volví a casa antes que él del trabajo. Cogí un par de mis cosas, las metí en una bolsa y las dejé al lado de la puerta. Me fumaría un último cigarro, me tomaría un café, me prepararía algo para el viaje y me iría para no volver. Ya lo había hecho antes, y, además, con mucho menos dinero del que había ahorrado. Así que las cosas irían bien. Estaba seguro. Me senté en la silla de la barra y miré la casa en penumbra, quizá echando un último vistazo a la que había sido mi casa durante los últimos años, ahora infestada de plantas, con una televisión enorme, un sofá nuevo y cómodo, muchos electrodomésticos de última tecnología y un fuerte olor a lobo. Empecé a respirar más fuerte cuando pensé que no volvería. Cuando pensé que jamás vería a Eren de nuevo. Ese pedazo de cabrón... me había jodido la cabeza con sus feromonas. Eran como una droga. Cuando lo tenía, no me importaba, pero cuando me faltaba, sentía una necesidad agónica de tenerle cerca. Pensar en alejarme me producía una profunda angustia; pero era lo mejor, porque la única forma de dejar una adicción, era hacerlo en seco. Cuando los temblores y el sudor frío pasaran, me sentiría mucho mejor.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora