NOSOTROS: LA MANADA

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Erwin estaba trabajando en su despacho, como siempre. Cuando abrí la puerta sin avisar, lo sorprendí con la cabeza gacha y un purito humeando entre su dedo índice y anular. Alzó al instante sus ojos, mirándome por debajo de sus rubias cejas. Pasé el umbral con una expresión indiferente y calmada en el rostro y cerré la puerta a mis espaldas antes de acercarme a una de las sillas. No olía tan fuerte al Olor a Macho del Alfa porque la ventana que daba a la calle estaba abierta para dejar salir aquella peste a humo, llenando el despacho de un frescor muy diferente a la calidez que ahora reinaba en el edificio repleto de calefactores y gente.

—¿Puritos, Erwin? —fue lo primero que le pregunté, haciendo referencia al cigarro entre sus dedos.

El Alfa siguió mirándome fijamente con una expresión muy seria, entonces se incorporó un poco y recostó la espalda en el sillón.

—Dejé de fumarlos por Mary —me dijo con su voz pausada y grave—. Odia el olor a tabaco.

—Qué romántico... —murmuré, sacando mi propia cajetilla para buscar un cigarrillo y ponérmelo en los labios antes de encenderlo con el zippo—. Fumar a escondidas en el despacho y no dejarme hacerlo a mí, es la típica cosa hipócrita que me espero de ti.

—Si vienes solo para insultarme, Levi, es mejor que te vayas.

—No, no vengo solo a insultarte —respondí, soltando el humo hacia el techo antes de recostarme un poco en la silla—. Me han dicho que algunos Machos te están perdiendo el respeto, Erwin.

El Alfa no respondió al momento, movió un poco los labios como si valorara seriamente lo que decir y terminó por darle una calada al purito, echando el humo azulado hacia un lado.

—¿Eso te hace feliz, Levi? —me preguntó.

—La verdad es que sí —reconocí—. Empezaba a pensar que yo era el único que se daba cuenta de que eras un idiota.

Erwin asintió lentamente. Estaba muy serio, pero, al parecer, ya no tenía ganas de enfadarse conmigo. Ladeó el rostro hacia la ventana y fumó otra calada.

—Usa el puto cenicero —fue lo que dijo, haciendo un vago gesto con la mano del purito hacia la vasija de vidrio que había robado de la cocina.

Me incorporé lo suficiente para acercar la mano y golpear el cigarrillo antes de manchar nada. Dejándome caer de nuevo en el respaldo, chasqueé la lengua y entreabrí los labios, soltando algo de aire. Aquello me estaba costando mucho más de lo que creía. Había guardado la esperanza de encontrarme con el Erwin enfadado, ese que me haría cambiar de idea y me demostraría que estaba cometiendo un error, porque se merecía pasarlo mal; por desgracia, el Erwin razonable era un poco más complicado de odiar. Solo un poco.

—Querías disculparte, ¿no? —le pregunté.

El Alfa me miró por el borde de los ojos.

—Sí —afirmó—, eso quería hacer.

—Bien, pues adelante —le animé.

Erwin no lo hizo al momento, quizá sospechando que se trataba de una trampa y que solo quería humillarlo un poco más antes de irme con una sonrisa en los labios y un portazo. No voy a mentir, lo hubiera hecho en otro momento, quizá hacía unos meses, pero no ahora. El Alfa cogió una bocanada de aire y se acercó al escritorio para echar la ceniza del purito en la vasija, después se quedó con los brazos apoyados y la mano del cigarro alzada, casi al lado de su rostro.

—Habían secuestrado a mi compañera y yo estaba muy preocupado. Solo era capaz de pensar en lo peor y escucharte hablar como si ella no te importara una mierda, me puso muy furioso. Sé que todo lo que dijiste era cierto, sé que esperar era lo más razonable y sé que cometí un error muy grave al querer ir a salvarla yo solo. Sé que solo tratabas de impedir que hiciera una estupidez al subirte al capó de mi coche y sé que sin ti estaría muerto. Siento mucho haberte pegado y amenazado y me arrepiento de todo corazón, Levi. —Se detuvo ahí, tragó saliva y, apartando un momento la mirada, dio otra calada al purito antes de soltar el humo—. Es evidente que no era mi intención expulsarte de la Manada —continuó, volviendo a mirarme—, y creo que ya no es ningún secreto lo mucho que... valoro tu opinión y tus consejos.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora