LOS LOBATOS: SON PARTE DE LA MANADA

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El trabajo de repartidor era tan puto aburrido como todos los demás, pero al menos no tenía que llevar un estúpido gorro de perrito caliente, solo el casco de la moto. En mi primera noche me senté en el callejón de la parte trasera del local, donde había un par de cajas apiladas, un cubo de basura y una luz blanquecina que a veces parpadeaba. Me quedé allí fumando, sentado y mirando el móvil, hasta que una hora después tuve que hacer mi primera entrega. El chico me dio dos pizzas calientes y un papel con una dirección, cómo llegara yo a descubrir dónde estaba esa calle, era solo asunto mío.

Volví cuarenta minutos después con un par de billetes arrugados en el bolsillo del impermeable, se los tiré al joven sobre la mesa y él me dio a cambio cinco pizzas tamaño familiar junto con otra dirección, una que, casualmente, sí reconocí. Subí a la moto que acababa de dejar mal aparcada en la entrada y metí las pizzas en la bolsa para protegerlas de la lluvia suave que todavía caía. En menos de diez minutos estuve a las puertas del Luna Llena y bajé los escalones mojados para entrar por la puerta, atravesar el pasillo de pósteres de películas de terror y llegar a una pista de baile completamente vacía. Resultaba extraño ver el local así, con las luces encendidas e iluminándolo todo; casi parecía un sitio diferente, a excepción del olor. Seguía apestando muchísimo a lobo.

—Levi —me llamó una voz desde la parte superior.

Giré el rostro y vi a Farlan en la barandilla. Me hizo una señal para que subiera y después se alejó al interior. Me quité el casco y, con una expresión seria, fui hacia allí. En la sección de la Manada, más suavemente iluminada que el resto del local, había un pequeño grupo de los solteros sentados en uno de los sillones más grandes al fondo. Tim, Porco y Connie.

—Connie —le saludé con un cabeceo al acercarme, porque era de los que me caían bien y de los pocos que parecían más dolidos que enfadados por lo que les había hecho en la bolera.

—Levi —respondió, dedicándome una breve mirada y un asentimiento.

Dejé las cinco pizzas familiares en la mesa frente a ellos, al lado de un par de billetes de veinte que todos fingimos ignorar que estaban allí. Ellos no me lo ofrecieron y yo no los cogí. Fin de la historia.

—¿Eren se pasa las noches hablándonos a todos de cada nuevo trabajo que consigo? —les pregunté tranquilamente, metiendo la mano en el bolsillo del impermeable para sacar la cajetilla de tabaco y el zippo.

—No, le preguntamos nosotros —respondió Farlan, acercándose a la mesa para abrir la primera caja caliente, con una enorme pizza de carne en el interior.

Se oyeron algunos rugidos de estómago cuando el delicioso olor alcanzó el fino olfato de los lobos, que se precipitaron como un trío de enormes y musculosos lobos famélicos para coger una ración cada uno y devorarla en apenas segundos antes de ir a por la siguiente. Porco gruñó con placer y jadeó un poco cuando quiso comer demasiado y se encontró con lo caliente que estaba todavía la pizza.

—Me gustaban más las hamburguesas —me dijo Farlan con la boca llena y una mirada por el borde superior de los ojos—. ¿Qué pasó, te despidieron?

Me encendí el cigarro y eché el humo a un lado.

—Ya sabes lo que pasó —respondí.

—Eren sigue buscando a esos «borrachos» que te robaron. ¿Lo sabías? Va por ahí partiendo dientes y rompiendo cosas mientras pregunta si alguien sabe algo.

Me llevé el cigarrillo a los labios y fumé una calada mientras entrecerraba los ojos para que el humo no me picara. Farlan fue a por la segunda caja de pizza y la puso sobre la primera, ya completamente vacía en apenas un minuto. Dobló una nueva porción y se comió la mitad de solo un bocado.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora