2. El bufón.

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Jimin no se sentía seguro en ese orfanato. Seguía de pie con su ropa mojada, sus botas llenas de lodo y la sangre seca que se pegaba a sus heridas. No podía mover las piernas, estaba estancado en la entrada del orfanato observando como el chico de los trenes se seguía tapando los oídos, contemplando sus juguetes desparramados en el suelo.

Escuchó varios pasos en el segundo piso, observó la escalera y notó el inminente avance de una mujer que descendía con firmeza, ataviada en un vestido largo que fluía con su paso decidido y acentuado por un delantal. Sin embargo, lo que realmente atrapó su atención fue la joven que la acompañaba. Hacía mucho tiempo que Jimin no se encontraba con una chica, y sus ojos se abrieron de par en par ante la sorpresa al notar su apariencia. Era como si hubiera sido sacada de un cuento de hadas, con su cabello negro y largo que se rizaba suavemente en las puntas. Su piel pálida parecía rozar el límite entre lo etéreo y lo enfermizo. La profunda intensidad de sus ojos color miel contrastaba con la fragilidad de sus pestañas rizadas. Vestía con gracia un vestido azul bebé adornado con una serie de botones que realzaban su figura, mientras una cinta en su cuello completaba el conjunto.

— ¡¿Qué has hecho, demonio?! — Dijo la chica oyéndose enfadada. Se apresuró en bajar las escaleras, deteniéndose frente al chico de los juguetes para cerciorarse de que estuviera bien.

— ¿Has traído a otro huérfano?

La forma en la que la mujer le habló le causó cierto rechazo. No había calidez ni mucho menos empatía por su situación. Ella lo miró como si fuera cualquier cosa, le mostró los dientes y arrugó la nariz al notar su apariencia.

Jungkook lo rodeó con un brazo, sonriendo de medio lado mientras miraba a la mujer frente a ellos. Debía de ser una cuidadora, pero si ellas eran así, no se sentiría para nada a gusto en ese sitio. No tenía ni la menor idea en lo que se había metido.

— Es lindo, ¿dejarán tirado a un pobre chico sin familia? — El tono que utilizaba Jungkook tampoco le gustaba, se burlaba de todo, era malicioso. Parecía divertirse demasiado con lo que estaba pasando y apostaba a que no se lo podría quitar de encima.

— Una boca más que alimentar. — Se quejó la mujer, apretando el rostro de Jimin, revisando sus heridas, cicatrices y sus dientes. Se sintió como mercadería a la cual estaban evaluando—. Pero está bien, hay espacio, ven acá, niño.

La mujer o cuidadora le tomó por el brazo y lo arrastró por los pasillos que parecían eternos. Doblaron por muchas esquinas, lo único que recordaba era los cientos de cuadros de niños en blanco y negro que tenían colgados en las paredes. En ninguno vio a Jungkook, al chico de los trenes o a la chica que parecía una muñeca. Tal vez si los observaba detenidamente, los encontraría.

Llegaron a pasillos estrechos donde la madera crujía bajo sus pies. Todo se veía oscuro a pesar de que estaban en pleno día. La cuidadora lo empujó hacia el umbral de un antiguo baño, una estancia que parecía haber sido relegada al uso de los empleados. De dimensiones modestas, el espacio alojaba una bañera y un lavabo que mostraba el paso del tiempo a través de las manchas de pintura que lo salpicaban. Directamente frente al lavabo, un espejo quebrado en las esquinas reflejaba una imagen fragmentada, y al enfrentarse a su propio reflejo, una oleada de emociones lo invadió, casi haciéndole derramar lágrimas ante la crudeza con la que se percibía.

— Báñate, te traeré ropa. — La cuidadora cerró la puerta de un portazo, Jimin dio un respingo, tratando de calmar su corazón acelerado.

No había dejado de temblar desde que había llegado a ese orfanato. Sabía que tenía que bañarse y se movió con cierta lentitud, dejando correr el agua para llenar la bañera mientras esperaba que la cuidadora llegase con la ropa.

LA CORTE DEL GIRASOL ひまわり KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora