10. Tarrare.

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Normalmente, Jimin podía controlarse en espacios cerrados, había pasado mucho tiempo como un prisionero en la casa del hombre al que ni siquiera le conocía el nombre, nunca perdió el temperamento en momentos complejos, sin embargo, se sentía débil, había vomitado demasiado y su ropa estaba sucia.

Empujó la puerta varias veces para ver si cedía con su peso, pero no le quedaban fuerzas. Se cayó como un saco de papas al suelo y no pudo levantarse de nuevo.

La única opción que le quedaba era hablar, esperando que alguien se detuviera a ayudarle. Cada vez que escuchaba pasos, alzaba la voz pidiendo ayuda, pero los niños únicamente reían y corrían apenas lo oían. Tampoco tenía los ánimos de gritar con más fuerza por si una cuidadora le rescataba. Esperaba sentirse mejor para simplemente escalar por arriba del cubículo, sin depender de nadie.

- Qu'est-ce que tu fais là?

Jimin se arrastró para pegar su oreja en el cubículo contiguo, parecía que alguien le estaba hablando, pero no podía discernirlo, porque lo hacían en otro idioma.

- ¿Hola? - Su voz se oía apenas, tenía la garganta dolorida.

- Ah... eres tú. - Su acento extranjero se marcaba demasiado. El chico se paró en el retrete y le miró por arriba del cubículo del lado. Claramente, era guapo, como todos los que estaban arriba en la jerarquía. Sus ojos, de un tono gris realmente precioso, contrastaban perfectamente con la tonalidad de su cabello, un castaño que rozaba sutilmente el matiz del rojo, evocando la imagen del pelaje de un zorro. Sus rasgos se veían enmarcados por lentes de media luna que reposaban con gracia sobre su rostro, mientras que su nariz, prominente y ligeramente torcida, confería un carácter distintivo. Asimismo, sus labios, de trazo fino, completaban aquel conjunto de detalles que componían su apariencia única.

- ¿Ayúdame?

Estaba cansado, pero no quería seguir mendigando por ayuda. Tarde o temprano alguien le tendría que abrir por obligación, eso era lo que pensaba.

- Mm, bueno, pero mañana quiero que me des tu porción de pan, petite grenouille.

- Claro, lo que quieras...

El chico sonrió satisfecho y volvió a bajarse del retrete, desapareciendo por unos segundos para salir a abrirle la puerta.

Jimin ni siquiera tenía ganas de apartarse de la puerta, dejó que el chico lo liberase de su encierro y se quedó por unos cuantos segundos todavía sentado en el mismo sitio. Estaba seguro de que su apariencia era horrible, su aliento al menos lo sentía fatal.

Todavía sonriendo, el chico se agachó para analizarlo más de cerca. No tenía una sonrisa desagradable como la de Jungkook cuando estaba siendo malicioso, era un gesto normal, casi tan amigable como Dante, pero diferente.

- Deberías lavarte esa cara, petite grenouille. - El chico sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón, tendiéndoselo para que se limpiara la cara. Jimin lo recibió con dudas, pero no dijo nada.

Una vez Jimin había escuchado a su padre hablar de los franceses, según él, en algún momento serían pisoteados por Alemania como cucarachas, y de alguna manera él había parecido contento de sólo pensarlo. No entendía el motivo de su felicidad, pero apostaba a que había tenido una mala experiencia con algún francés, lo que no era excusa suficiente para soltar un comentario tan frívolo.

Cuando recién se quedó en la casa del hombre extraño, escuchó por la radio que Francia estaba en posición de apoyar a Checoslovaquia, la cual estaba en riesgo de ser invadida por Alemania. Poco tiempo después, escuchó que Francia y otros países estaban optando por el apaciguamiento, algo que en su momento no entendió, porque le parecía un concepto desconocido, pero estaba seguro de que pronto llegarían nuevas noticias de aquel país que se le hacía tan lejano.

LA CORTE DEL GIRASOL ひまわり KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora