Una pequeña caravana de mercaderes avanzaba lentamente por las calles de Lordaeron en dirección al castillo. Entre los comerciantes que componían la caravana estaba una cara que le sería muy familiar tanto a Jaina como a Uther: el joven Tristan. Su cabello negro como la noche estaba despeinado e incluso se podían ver algunas hierbas verdes enrredadas en su pelo, probablemente por dormir en la hierba, su ropa estaba algo sucia y gastada ya que era la misma que había utilizado desde que salió de Stratholme y sus blancos pies estaban descalsos. Sus unicas pertenencias parecían ser una bolsa de cuero donde llevaba algunas cosas, un arco y un carcaj con un par de flechas restantes.
Pero había algo fundamental que había cambiado en ese niño, y eso era su mirada. Hace unos meses sus ojos brillaban con la inocencia de la juventud, pero ahora ardían como antorchas con un fuego decidido. Se había resuelto a volverse un paladín y por ello había viajado todo este camino hasta Lordaeron.
Por suerte se había encontrado con esta caravana de alegres mercaderes que al verlo viajando solo en estos tiempos tan peligrosos, le habían invitado a acompañarlos al enterarse de que viajaba hacia Lordaeron.
El lider de la caravana se llamaba Bernard, era un hombre calvo y fornido que vestía de forma simple, su caracter era muy alegre por lo que se ganaba rapidamente la amistad de las personas. Viajaba junto a su esposa Lilian, la cual no era la más atractiva de Lordaeron pero tenía una naturaleza amable que de alguna forma hacía imposible odiarla. Después de viajar tanto tiempo junto a esta pareja Tristan había entendido el porqué Bernard se había enamorado de Lilian y le sonrió con aprobación al hombre mientras le levantaba un pulgar de vez en cuando. Lamentablemente no tenían hijos y quizá esa había sido la principal razón de que se encariñaran tanto con ese terco niño por el camino.
-¿Seguro que vas a estar bien solo? -preguntó Bernard con una expresión preocupada viendo como el niño se bajaba del carruaje.
-No te preocupes -dijo inflando su pecho con orgullo- yo se cuidarme solo.
El hombre solo le pudo sonreir mientras negaba con la cabeza. Varias veces había intentado ofrecerle su ayuda al niño pero este nunca aceptó ropa ni dinero de su parte. Incluso cazaba su propia comida ya que al parecer su padre le había enseñado habilidades de arquería y supervivencia. Solo había aceptado comer junto a ellos cuando lograban convencerlo en algunas raras ocasiones.
El niño no había hablado mucho de sus padres pero había mencionado con orgullo que se dirigía a la capital para convertirse en un paladín de la Mano de Plata y proteger a la princesa Jaina. Al principio pensaban que solo estaba bromeando pero ahora que estaban dentro de la ciudad solo podían desearle suerte.
-Si no logras encontrar a El Iluminado puedes buscarnos en la plaza central, estaremos allí por unos días antes de partir de vuelta -Lilian le habló con una mirada preocupada mostrando un cariño maternal que le dificultó al niño rechazar su propuesta.
-E... está bien -respondió apresurado mientras se preparaba para irse cuando repentinamente se detuvo y se inclinó frente a la pareja de mercaderes- ¡Muchas gracias por su ayuda!
Luego de esas palabras, el niño se volteó y salió corriendo sin mirar atrás con la bolsa de cuero al hombro. Aunque le había cogido cariño a la pareja de mercaderes, sabía que debía recorrer su camino por si solo. Su padre siempre le había dicho que un verdadero guerrero era aquel al que las personas acudían por ayuda, una figura heroica que forjaría una leyenda inmortal que perduraría por siglos. Tristan quería ser como uno de esos guerreros de las leyendas. Solo así podría evitar que otras familias sufrieran lo que ocurrió en Stratholme y para eso debía convertirse en un poderoso paladín.
A pesar de su edad y aparente ingenuidad, el niño siempre había demostrado ser muy maduro. Su padre le había criado de tal forma que podría sobrevivir por si solo en el mundo exterior, por lo que era muy consiente de los males del mundo y la corrupción de la sociedad. Sabía que no todo era blanco y negro, habían muchas zonas grises que a menudo se encontraría a lo largo de su vida. Sabía que no poía cambiarlo todo pero al menos protegería a los suyos.
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Arthas: Redención
Hayran KurguCuando una plaga de no-muertos amenazó todo cuanto amaba, Arthas se embarcó en una misión de trágicas consecuencias en busca de una hoja runica lo bastante poderosa como para salvar su patria. Sin embargo, poseer esa espada que tanto ansiaba conllev...