Capítulo 18 (Parte 2)

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En un claro escondido, en lo profundo del bosque, Jaina yacía arrodillada, con la fría bruma blanca enroscándose a su alrededor como un manto. Una inquietante calma se cernía, disipada únicamente por el susurro de las hojas en la copa de los árboles a merced del viento y el fugaz eco de sus propios latidos. Su brazo derecho, envuelto en una corriente inusual de escarcha, resonaba con un extraño equilibrio entre poder y fragilidad. La fusión de energía elemental parecía haber dejado una marca imborrable en su carne, una amalgama sutil de energía y humanidad.

La majestuosa presencia del señor elemental Sephir resonaba a su lado, su figura imponente irradiando serenidad en medio del caos en el que ella estaba sumergida.

«Jaina, has agotado tus propias defensas. Tu determinación es admirable, pero el equilibrio es frágil»

Resonó su voz, contenida en ecos antiguos.

Jaina, luchando por mantener la compostura, buscó en la sabiduría del elemental un eco de tranquilidad.

-Sephir, nunca... había sentido algo así. ¿Qué ha sucedido?

Su voz, entrecortada por el dolor, estaba llena de urgencia y temor, reflejando una extraña noción de excelsitud y vulnerabilidad.

El elemental, inmutable en su sabiduría, consoló su angustia.

«La energía elemental es paciente, como el invierno incólume. Pero su fuerza es desgarradora cuando se desencadena sin la moderación adecuada. Debes hallar la entereza en tu interior, y buscar el equilibrio entre el poder y la prudencia. Esto es parte de tu camino.»

Las palabras del elemental reverberaban en el claro, infundiendo las sombras del bosque con un aire de expectación y dificultad. Jaina, enfrascada en una mezcla de dolor y resignación, asintió con determinación.

-La historia está cambiando... ya no se si conozco lo que está por venir pero debo ser más fuerte si quiero proteger lo que amo ¿Cómo puedo recomponerme?.

Sephir, satisfecha por la actitud de la maga, habló con una calma inquebrantable anhelando incursionar en las complejidades de la magia y el destino.

«Debes hallar el remanso interior, la resonancia que equilibre el poder que yace en ti. La energía elemental puede ser caprichosa, pero tú eres la alianza entre la visión y la sabiduría. Tu juventud no es tu perdición, sino tu fortaleza. Halla la calma y bebe de sus aguas para hallar la reconciliación con el poder que te ha dado tanto y te consume lentamente»

En la penumbra del claro, la majestuosa presencia del señor elemental de hielo, Sephir, se atenuó en un guiño parpadeante de luz y oscuridad, como si los ecos de sus palabras fueran llevados por la bruma hacia una vasta distancia de los senderos de Azeroth.

La maga se hallaba rodeada por el calmo susurro de las hojas y el reconfortante murmullo de los arroyos cercanos, una armonía terrenal que parecía borrar las sombras de sus inquietudes, al menos por un breve instante. Su cuerpo herido descansaba postrado, imbuyéndose lentamente de la quietud que parecía emanar de las raíces centenarias de los árboles.

Elevó su mirada hacia las estrellas fugaces que resplandecían en el dosel nocturno del bosque mientras la energía elemental, cantarina y etérea, serpenteaba sutilmente a su alrededor dibujando una sinfonía de esperanza y misterio en el aire. Una danza en la que los límites entre la carne y la magia parecían fundirse en un único flujo.

Bajo la dócil luz de las lunas de Azeroth, Jaina cerró sus ojos entrando en un estado de tranquilidad casi palpable. Su adolorido cuerpo que había sido marcado por la desafiante energía elemental, se sumergía en la quietud que parecía emanar de la tierra misma.

En medio de esa paz, la maga volvió a abrir sus ojos azules donde se reflejaban los destellos fugaces que iluminaban el cielo, le gustaba cómo las estrellas danzaban alegres en la vasta cúpula nocturna. Le hacía olvidar por un momento todos los problemas que le esperaban allá afuera.

A su alrededor, la energía elemental se tejía en una cadencia sutil, cual efluvio misterioso, urdiendo una sinfonía que hablaba de los misterios de lo arcano. Era como si los límites entre su ser y el poder indómito se fundieran en una alianza única, en la que la esencia de ambos fluía juntamente en una danza armoniosa de vigor y vulnerabilidad.

En ese fugaz instante, Jaina encontró no solo una conexión con lo insondable de la magia elemental, sino también un abrazo sereno entre la fuerza que la desafiaba y el anhelo de equilibrio que moraba en su interior. Podía sentir como la esencia elemental que pululaba en cada fibra de su ser se fusiona lentamente con su espíritu pero aunque no estaba muy segura de que podría acarrear este cambio, sabía que lograría su objetivo.

La próxima vez que se encontrara con él, habría dominado ese poder y lo derrotaría. Ella era indirectamente responsable de la caída del reino Elfo y por tanto debía compensarlo dentro de sus posibilidades.

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Mientras tanto, en las afueras de Quel'Thalas las fuerzas de la Alianza aseguraron a los supervivientes de los Altos elfos mientras vigilaban con recelo la barrera oscura que sellaba el bosque. Solo en la corta batalla que habían librado, experimentaron el terror de enfrentarse a la plaga sufriendo numerosas bajas. No habían tenido tiempo de reorganizar sus fuerzas siendo tomados con la guardia baja por el enemigo, pero gracias a la indispensable ayuda del paladín de la Mano de Plata, Alexandros Mograine, resistieron las interminables legiones de muertos.

Mograine arrugó la frente algo alterado ante la vista del campo de batalla. Sus hombres estaban apilando los putridos cuerpos de sus enemigos para quemarlos, dejarlos tirados solo haría que la plaga se expandiera más rápido o que incluso se levantarán más tarde bajo la influencia de la magia nigromantica. En cualquier caso prefería deshacerse de ellos para evitar posibles futuros problemas.

Viendo cómo las montañas de carne podrida empezaban a arder su mente entró en una profunda reflexión. Todos habían visto como ese extraño mago había enfrentado al comandante enemigo en un duelo de poder. Las imágenes de la lucha no eran claras por la distancia pero lo poco que había podido ver estaba grabado a fuego en su mente y solo podía pensar en si esa persona estaba de su lado. De no ser así ¿Cuál era su objetivo?

-Mi señor, la líder de los Elfos ya se recuperó.

El paladín se dió la vuelta cuando la voz de uno de sus hombres interrumpió su tren de pensamientos. No resolvería nada reflexionando sobre cosas que estaban fuera de su mano, era mejor que dedicará su tiempo a algo que le proporcionará resultados más tangibles. Debía interrogar a los elfos y averiguar que había ocurrido en ese lugar.

Ese día uno de los líderes de la Mano de Plata, Alexandros Mograine se reunió con el elfo que ostentaba actualmente el mayor rango entre los supervivientes, Sylvanas Windrunner. La historia que le fue contada por la general forestal le dejó sin palabras y horrorizado ante la simple idea de el príncipe Kael blandiendo la hojarruna contra los suyos. El tiempo que los Altos Elfos habían pasado encerrados en sus tierras había sido un infierno en la tierra.

El lugar que debía de haber sido su refugio no fue más que una prisión y en quien habían depositado su confianza, su carcelero más cruel.

Al parecer Lordaeron estaba enfrentando una vez más a un enemigo que amenazaba la existencia del Reino. Ni los Orcos que habían escapado del continente le parecían tan temibles como éste cáncer que se estaba gestando justo al lado de sus tierras.

Pero lo que más le intrigaba era que ni siquiera la general forestal sabía de la identidad del mago que había ayudado en la batalla. Al parecer no podría darle personalmente las gracias a ese individuo como se debe.

Arthas: Redención Donde viven las historias. Descúbrelo ahora