Capítulo 11

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El sudor caía por su frente y por su torso desnudo. Se había quitado la camiseta para evitar empaparla durante los viajes que hacía hasta la calle para retirar la maquinaria que quedaba. Suspiró al dejar por fin en el suelo el viejo horno que arrastraba y se la frente con la palma de su mano. Al alzar la vista vio aquella silueta que desde las últimas semanas para él era inconfundible. El rubio se encontraba fumando mientras se movía al ritmo de lo que sea que estuviese escuchando en sus articulares. Zoro no pudo evitar sonreír y acercarse a la escena que tenía delante. Estiró su mano para alcanzar uno de los aparatos del otro y así asegurarse de ser escuchado.

-Por fin estoy terminando de quitar los trastos de la habitación. Tu padre debe odiarte mucho para mandarte una tarea así, cejas de remolino.

El cocinero se sobresaltó unos segundos y cuando pudo procesar lo que acababa de escuchar no pudo evitar soltar una carcajada. -Sin duda el viejo es un hueso duro de roer. Pero no es mi padre, es mucho mejor que ese bastardo. -Soltó de pronto.

-Oí lo siento. No quise...

Otra carcajada. -Tranquilo marimo, puedes relajarte, está bien. ¿Se puede saber qué haces aquí ganduleando?

El aludido frunció el ceño. -¿Ah? ¿Gandulear? ¡Idiota! ¡Llevo aquí horas y casi he terminado de deshacerme de tanto trasto viejo! ¿Ni siquiera piensas agradecer un poco mi esfuerzo? -Susurró.

Sanji se acercó a él sonriendo mientras revolvía la mata de pelo verde del contrario. -Debo admitir que me has sorprendido. ¿Estás feliz ahora?

-Bastardo. -Se quejó Zoro apartándose de su toque. Sin embargo, por dentro sentía que el corazón estaba a punto de salirse del pecho.

Se sentía algo avergonzado por la acción del cocinero. Él no era ningún chiquillo al que debía felicitar por lo que hacía para que se sintiera mejor pero, no podía negar que ver al contrario sin dejar de sonreír, era suficiente para no buscar pelea por lo que acababa de suceder. Al fin y al cabo, parecía que por fin Sanji aflojaba un poco el trato que había mantenido con él desde el incidente de la fiesta. 

Maldita sea. 

¿En qué momento había decidido confesar sus sentimientos a su amigo Kid? Y para su mala suerte, la persona a la que se lo había confesado realmente no era nada más ni menos que quien menos debía enterarse. Ni siquiera tenía claro que aquello que dijo fuera verdad. Tal vez se había precipitado debido a los efectos del alcohol pero, lo que estaba claro era que entre el cejillas y él pasaba algo y estaba seguro de que no era el único que se sentía así. Al menos, en el fondo de su corazón, eso esperaba.

-Oi cactus. No es necesario que me mires de esa forma. -Dijo el menor rascándose la nuca algo nervioso.

Dirigió su vista por todo el cuerpo del contrario al darse cuenta de que solo llevaba unos pantalones cortos de chándal y tragó en seco disimuladamente. A pesar de que no era la primera vez que podía deleitarse con el físico del peliverde, la mañana que amanecieron en su casa le había lanzado las cosas tan rápido a la cara que apenas recordaba ningún detalle. Y la noche en casa del espadachín tras la fiesta, Sanji se había asegurado de que Kid vestía adecuadamente a su amigo antes de meterle en la cama pero, no había querido mirar. Observó de arriba a abajo y no pudo evitar dar un pequeño brinco al ver la gran cicatriz que atravesaba de forma diagonal el torso del otro.

Zoro vio la reacción ajena y supo inmediatamente qué pensaba el hombre que tenía delante. -No te preocupes por esta vieja herida. Hace tanto tiempo que casi ni lo recuerdo. Fue un accidente que sucedió hace años. -Dijo en voz baja como si no se sintiera del todo cómodo hablando de ese tema.

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