-¡Ah! -Al sentir la fuerte mano en la muñeca Kris se giró bruscamente
lanzando un grito.

Se llevó la sorpresa de ver a Lindy agachada a su lado. Era ella quien la tenía agarrada. Kris apartó la mano de un tirón. La luz de la luna iluminaba la maliciosa sonrisa de su hermana.

-¡Caíste otra vez!

-¡No me asustaste! -dijo Kris, pero su voz no era más que un trémulo
susurro.

-¡Tremendo brinco has dado! -exclamó Lindy encantada-. Creíste que era el muñeco el que te agarraba.

-¡No! -Kris se fue corriendo a la cama.

-De todas formas, ¿qué hacías levantada? ¿Qué hacías con Slappy?

-Nada. Había... había tenido una pesadilla -contestó Kris-. Sólo me levanté a mirar por la ventana.

Lindy soltó una risita.

-Tenías que haberte visto la cara.

-Me voy a dormir. Déjame en paz -le espetó Kris, y se tapó con el embozo hasta la barbilla.

Lindy sentó al muñeco en la silla y volvió también a su cama, todavía riéndose del susto que le había dado a su hermana.

Kris ahuecó la almohada y miró hacia la ventana. La cara del muñeco estaba medio oculta en las sombras, pero sus ojos brillaban como si tuvieran vida y la
miraban como si intentaran decirle algo.

«¿Por qué sonreirá así», se preguntó Kris, frotándose la nuca donde todavía sentía
los pelos de punta.

Se tumbó en la cama, se tapó y se dio media vuelta, evitando la intensa mirada del muñeco. Pero a pesar de estar de espaldas, notaba su vista clavada en ella. A pesar de
tener los ojos cerrados y las mantas hasta la cabeza, se imaginaba la sonrisa torcida y aquellos ojos que nunca pestañeaban, que la miraban fijamente, muy fijamente...

Se sumió en un sueño intranquilo y tuvo otra oscura pesadilla. Alguien la perseguía. Alguien diabólico la perseguía. ¿Pero quién?

El lunes por la tarde Lindy y Kris se quedaron en el colegio después de las clases para ensayar el concierto de primavera. Eran casi las cinco cuando llegaron a su casa
y se sorprendieron al ver el coche de su padre en la puerta.

-¡Qué pronto que volviste! -exclamó Kris al verle en la cocina, ayudando a su madre a preparar la cena.

-Me voy mañana a una conferencia de ventas en Portland -dijo el señor Powell mientras cortaba una cebolla en el fregadero con un cuchillo pequeño-, así que hoy sólo he trabajado media jornada.

-¿Qué hay para cenar? -preguntó Lindy.

-Pastel de carne -contestó su madre-. Si es que tu padre consigue cortar la cebolla.

-Hay un truco para no llorar cuando se corta cebolla -dijo el señor Powell con las mejillas empapadas de lágrimas-. Ojalá lo supiera.

-¿Cómo fué el ensayo del coro? -preguntó la señora Powell mientras amasaba con las manos una enorme bola roja de carne picada.

-Un aburrimiento -se quejó Lindy, abriendo la nevera para sacar una lata de Coca-Cola.

-Sí. Cantamos un montón de canciones rusas y yugoslavas -añadió Kris-, y son muy tristes. Todas tratan de ovejas y cosas así. Bueno, la verdad es que no
sabemos de qué tratan porque no están traducidas.

El señor Powell empezó a echarse agua en los ojos enrojecidos y llorosos.

-¡No lo soporto! -se quejó, y le tiró a su esposa la cebolla a medio pelar.

-Llorón -dijo ella moviendo la cabeza.

Kris subió a su habitación, tiró la mochila en la mesa que compartía con Lindy y dio media vuelta para bajar otra vez. Pero algo le llamó la atención junto a la ventana.

Se giró y se quedó sin aliento.

-¡Oh, no! -Kris se llevó las manos a las mejillas con cara de sorpresa.

Slappy estaba sentado en la silla delante de la ventana, sonriéndole con su habitual mirada fija.Y junto a él había otro muñeco igual de sonriente. Los dos estaban tomados de la mano.

-¿Qué está pasando aquí? -gritó Kris.

La noche del muñeco vivienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora