Mientras Kris miraba horrorizada al sonriente muñeco, el señor Powell apareció de pronto en el umbral.

-¿Estás lista? -preguntó a su esposa.

La señora Powell colgó el trapo que tenía en la mano y se apartó un mechón de pelo de la frente.

-Sí. Voy por el bolso.

-¿Adonde van? -exclamó Kris con voz alarmada y sin apartar la vista del muñeco.

-A comprar algunas cosas para el jardín -dijo su padre, mirando por la ventana-. Parece que va a llover.

-¡No vayan! -suplicó Kris.

-¿Cómo? -El señor Powell se volvió hacia ella.

-¡No vayan, por favor!

Su padre vio entonces el muñeco y se acercó a él.

-¿Pero qué es esto? -preguntó enfadado.

-Creí que te lo querías llevar a la casa de empeños -se le ocurrió decir a Kris.

-Lo llevaré el lunes. Hoy es sábado, ¿recuerdas?

El muñeco pestañeó, pero el señor Powell no se dio cuenta.

-¿Y tienen que salir a comprar ahora? -preguntó Kris con un hilillo de voz.

Antes de que su padre contestara, la señora Powell apareció en la puerta.

-Toma -dijo a su esposo, tirándole las llaves del auto-. Vámonos antes de que empiece a llover.

-¿Por qué no quieres que vayamos? -le preguntó él a su hija.

-El muñeco... -comenzó Kris. Pero sabía que era inútil. Nunca la creerían-. Es igual -musitó.

Un instante después oyó el ruido del auto. Sus padres se habían ido y ella estaba a solas en la cocina con el sonriente muñeco.

El señor Wood se volvió hacia ella lentamente, haciendo girar el alto taburete del mostrador, y clavó en sus ojos una mirada furiosa.

-Te lo advertí -gruñó.

Barky entró brincando en la cocina. Sus patitas resonaban en el linóleo. Se puso a husmear el suelo, buscando las migas del desayuno.

-Barky, ¿dónde estabas? -le preguntó Kris, contenta de tener compañía.

El perro se puso a husmear debajo del taburete del señor Wood, sin hacer caso.

-Estaba arriba, despertándome -dijo Lindy, que en ese momento entraba en la cocina frotándose los ojos. Llevaba unos pantalones cortos de tenis y una camiseta morada sin mangas-. Qué perro más tonto.

Barky lamió una mancha del suelo. Entonces Lindy vio al señor Wood y lanzó un grito.

-¡Oh, no!

-He vuelto -dijo el muñeco-. Y estoy muy descontento con ustedes, esclavas.

Lindy se volvió hacia Kris con la boca abierta en expresión de sorpresa y horror. Kris no apartaba los ojos del muñeco. «¿Qué piensa hacer? -se preguntaba-. ¿Cómo puedo detenerlo?»

No había servido de nada enterrarlo. Se las había ingeniado para salir de la maleta
y liberarse. ¿Acaso no había forma de derrotarlo?

El señor Wood, siempre con su siniestra sonrisa, bajó de un salto al suelo.

-Estoy muy descontento con ustedes, esclavas -repitió con su voz áspera.

-¿Qué vas a hacer? -chilló Lindy aterrorizada.

-Tendré que castigarlas -contestó el muñeco-. Tengo que demostrarles que hablo en serio.

-¡Espera! -gritó Kris.

Pero el muñeco se movió rápidamente.

Tomó a Barky por el cuello con las dos manos y comenzó a apretar, mientras el espantado terrier aullaba de dolor.

La noche del muñeco vivienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora