-¡Tienes que creerme! -exclamó Kris temblando-. De verdad que yo no dije nada de eso. ¡El señor Wood hablaba solo!

Lindy puso los ojos en blanco.

-Ya, ¿y qué más? -replicó sarcástica.

Lindy había subido detrás de Kris mientras sus padres seguían pidiendo perdón a los Miller. Ahora Kris estaba sentada en el borde de su cama, enjugándose las lágrimas de la cara. Lindy se había cruzado de brazos delante del tocador.

-A mí no me gusta hacer chistes tan insultantes -dijo Kris, mirando de reojo al señor Wood, que yacía desplomado en el suelo, donde ella lo había tirado.

-¿Entonces por qué los haces? ¿Es que querías ponerlos furiosos a todos?

-¡Que no fui yo! -chilló Kris, revolviéndose el pelo-. ¡Fue el señor Wood, no yo!

-¿Cómo puedes ser tan copiona? -dijo Lindy enfadada-. Esa broma ya te la hice yo, Kris. ¿Es que nunca se te ocurre nada original?

-No es ninguna broma -insistió su hermana-. ¿Por qué no me crees?

-Si, claro. -Lindy movió la cabeza, todavía de brazos cruzados-. No te
pienses que voy a tragarme ese cuento.

-¡Lindy, por favor! Tengo miedo. Tengo mucho miedo.

-Sí, ya. Yo también estoy temblando. Dios mío. Sí que me engañaste, Kris. Supongo que me demostraste que tú también sabes gastar bromas.

-¡Cállate! -saltó Kris, con los ojos llenos de lágrimas otra vez.

-Muy bueno lo de las lagrimitas, pero tampoco me engañas. Y menos vas a engañar a mamá y papá. -Se volvió y agarró a Slappy-. Creo que Slappy y yo deberíamos practicar algunos chistes. Después de tu actuación de hoy puede que no te
dejen presentar mañana el concierto.

Se echó a Slappy al hombro y salió de la habitación pasando por encima del señor Wood.




Detrás del escenario de la sala de actos hacía calor y había mucho ruido. Kris tenía la boca seca y no dejaba de ir a la fuente para beber sorbos de agua caliente.

Las voces del público al otro lado del telón parecían rebotar en las cuatro paredes y el techo. La sala se iba llenando, y a medida que aumentaba el ruido, más nerviosa
se iba poniendo Kris, «¿Cómo voy a realizar mi número delante de tanta gente?», se preguntó,
apartando una esquina del telón para asomarse. Sus padres estaban a un lado, en la tercera fila. Al verlos se acordó de la noche anterior. La habían castigado dos semanas por insultar a los Miller y habían estado a punto de prohibirle asistir al concierto.

Kris se quedó mirando a los niños y adultos que llenaban la enorme sala de actos. Reconoció muchas caras. Se dio cuenta de que tenía las manos heladas y la boca seca
otra vez.

«No pienses que es un público -se dijo-. Piensa que son unos cuantos niños con sus padres y que a la mayoría los conoces.»

Pero eso todavía empeoró las cosas. Kris soltó el telón y se apresuró a beber un último trago. Luego tomó al señor Wood de la mesa donde lo había dejado.

De pronto se hizo el silencio al otro lado del telón. El concierto estaba a punto de empezar.

-¡Suerte! -le dijo Lindy, que iba corriendo a reunirse con los demás miembros del coro.

-Gracias -replicó ella débilmente. Levantó al señor Wood y le alisó la camisa.

-¡Tienes las manos mojadas! -le hizo exclamar.

-Nada de insultos esta noche -dijo Kris con severidad. Para su sorpresa, el muñeco pestañeó-. ¡Hey! -gritó ella. No había tocado el control de los ojos.

La noche del muñeco vivienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora