-Se los advertí -gruñó el señor Wood por encima de los aullidos del pequeño terrier-. ¡Ahora haran lo que yo les diga, o sufrirán todos sus seres queridos!

-¡No! -exclamó Kris.

Barky lanzó un agudo lloriqueo de dolor que hizo que Kris se estremeciera.

-¡Suelta a Barky! -gritó.

El muñeco se echó a reír. El perro lanzó un ronco jadeo. Kris no pudo soportarlo más. Las dos hermanas se arrojaron contra el muñeco. Lindy lo tomó por las piernas.
Kris agarró a Barky y tiró.

Lindy arrastró al señor Wood al suelo, pero sus manos de madera no soltaban el cuello del perro. Barky forcejeaba por respirar. Sus aullidos se convirtieron en un
apagado quejido.

-¡Suéltalo! ¡Suéltalo! -chilló Kris.

-¡Se los advertí! -ladró el muñeco, dando patadas para soltarse de Lindy-. ¡El perro debe morir ahora mismo!

-¡No! -Kris soltó al jadeante perro. Agarró las muñecas del señor Wood y tiró con todas sus fuerzas hasta lograr separarlas.

Barky cayó al suelo resollando y salió disparado hacia un rincón. Sus patas resbalaban en el suelo durante la huida.

-¡Me las van a pagar! -amenazó el muñeco. Se libró de Kris de un tirón y le lanzó un fuerte golpe en la frente con su mano de madera.

La niña gritó de dolor y se llevó las manos a la cabeza. Oyó que Barky ladraba detrás de ella.

-¡Suéltame! -ordenó el señor Wood, volviéndose hacia Lindy que todavía lo tenía sujeto por las piernas.

-¡Ni hablar! Kris, agarrale los brazos.

Su hermana, con la frente aún dolorida, se lanzó a agarrar los brazos del muñeco. Pero él bajó la cabeza y cerró de golpe las mandíbulas de madera en torno a su mano.

-¡Aaah! -aulló Kris, apartándose.
Lindy lo levantó por las piernas y estampó al muñeco contra el suelo.

El señor Wood lanzó un furioso gruñido, sin dejar de dar patadas.
Kris se arrojó de nuevo contra él. Le agarró primero un brazo y luego el otro. Él bajó la cabeza para morderla otra vez, pero la niña lo esquivó y le inmovilizó los brazos a la espalda.

-¡Se los advierto! -bramó el muñeco-. ¡Se los advierto!

Barky ladraba y brincaba muy nervioso en torno a Kris.

-¿Y ahora qué hacemos con él? -gritó Lindy por encima de las furiosas amenazas del señor Wood.

-¡Fuera! -contestó su hermana. Se había acordado de pronto de las dos apisonadoras del solar de al lado-. Vamos -apremió a su hermana-. Lo aplastaremos.

-¡Se los advierto! ¡Tengo poderes! -chillaba el muñeco.

Kris abrió la puerta sin hacerle caso y se llevaron fuera al cautivo. El cielo estaba de un color gris carbón. Una lluvia ligera comenzaba a caer y la hierba ya estaba
mojada.

Por encima de los arbustos que separaban los dos jardines se veían las dos enormes apisonadoras amarillas, una en la parte trasera y otra en un lado del solar.
Parecían bestias gigantescas aplanándolo todo a su paso con sus descomunales rodillos.

-¡Por aquí! ¡Deprisa! -gritó Kris-. ¡Vamos a tirarlo debajo de ésa!

-¡Sueltenme! ¡Sueltenme, esclavas! ¡Es su última oportunidad! -El muñeco giró bruscamente la cabeza intentando morder a Kris.

Un trueno restalló a lo lejos. Las niñas echaron a correr con todas sus fuerzas, resbalándose en la hierba húmeda. Cuando estaban a pocos metros de la apisonadora
vieron a Barky, que correteaba delante de ellas moviendo la cola como loco.

-¡Oh, no! ¿Cómo pudo salir? -dijo Lindy.

El perro las miró, con la lengua fuera. Iba brincando alegremente justo enndirección a la rugiente apisonadora.

-¡No, Barky! -chilló Kris horrorizada-. ¡No! ¡Barky, no!

La noche del muñeco vivienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora