Capítulo XLI

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Todos se levantaron tarde el 26 de diciembre. La sala común de Gryffindor se encontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos salpicaban las desganadas conversaciones. El pelo de Hermione volvía a estar tan enmarañado como siempre, y ella confesó que Scamander había empleado grandes cantidades de poción alisadora; «pero es demasiado lío para hacerlo todos los días», añadió con sensatez mientras rascaba detrás de las orejas a Crookshanks, que ronroneaba, Mankie al verlo le dio un pequeño golpe en la cabeza.

Ron y Hermione parecían haber llegado al acuerdo de no tocar más el tema de su disputa. Volvían a ser muy amables el uno con el otro, aunque algo formales. Ron y Harry las pusieron al tanto de la conversación entre Madame Maxime y Hagrid, pero ellas no pareció encontrar tan sorprendente la noticia de que Hagrid era un semigigante.

—Bueno, ya me lo imaginaba —dijo Hermione encogiéndose de hombros—. Sabía que no podía ser un gigante puro, porque miden unos siete metros de altura. Pero, la verdad, esa histeria con los gigantes... No creo que todos sean tan horribles. Son los mismos prejuicios que tiene la gente contra los hombres lobo. No es más que intolerancia, ¿verdad?

Scamander solo asintió dejándola hablar. Daba la impresión de que a Ron le hubiera gustado dar una respuesta mordaz, pero tal vez no quería empezar otra discusión, porque se contentó con negar con la cabeza cuando Hermione no lo veía.

Había llegado el momento de pensar en los deberes que no habían hecho durante la primera semana de vacaciones. Una vez pasado el día de Navidad, todo el mundo se sentía desinflado. Todo el mundo salvo Harry, que otra vez comenzaba a preocuparse y eso Scamander lo notaba.

—¿Pasa algo?—preguntó Naum alzando su vista del libro.

Scamander veía a Harry preocupada y eso no se escapó de la vista de su novio.

—No, solo pensaba.

El frunció el ceño, soltó un "Cómo digas" y volvió a sus deberes.

El problema era que, una vez terminadas las fiestas, el 24 de febrero parecía mucho más cercano, y dentro de ella crecia la incontrolable preocupacion por el bienestar de Harry.

Harry no olvidaba la pista que le había dado Cedric, pero los sentimientos de antipatía que éste le inspiraba entonces le hacían rechazar aquella ayuda siempre que fuera posible. En cualquier caso, le parecía que, si de verdad Cedric hubiera querido echarle una mano, habría sido algo más explícito. Él, Harry, le había explicado qué era exactamente a lo que se iba a enfrentar en la primera prueba... mientras que la idea que Cedric tenía de justa correspondencia consistía en aconsejarle que se tomara un baño.

Y así llegó el primer día del segundo trimestre, y Scamander y los demás se fueron a clase con el habitual peso de los libros, pergaminos y plumas, pero Scamander cargaba el peso en el estómago de la preocupación por Harry.

Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología. Con aquel tiempo nadie tenía muchas ganas de que llegara la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque, como dijo Ron, los escregutos seguramente los harían entrar en calor, ya fuera por tener que cazarlos o porque arrojarían fuego con la suficiente intensidad para prender la cabaña de Hagrid. Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.

—Daos prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.

—¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está Hagrid?

La Chica Scamander y el Cáliz de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora