Capítulo VII

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Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas. Pero, de vez en cuando, se veían tiendas tan obviamente mágicas que a _____(Tn) no le sorprendía que el señor Roberts recelara. En medio
del prado se levantaba una extravagante tienda en seda a rayas que parecía un palacio en miniatura, con varios pavos reales atados a la entrada. Un poco más allá pasaron junto a una tienda que tenía tres pisos y varias torretas. Y, casi a continuación, había otra con jardín adosado, un jardín con pila para los pájaros, reloj de sol y una fuente.

-Siempre es igual -comentó el señor Weasley, sonriendo-. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos. Ah, ya estamos. Mirad, éste es nuestro sitio.

Habían llegado al borde mismo del bosque, en el límite del prado, donde
había un espacio vacío con un pequeño letrero clavado en la tierra que decía «Weezly».

-¡No podíamos tener mejor sitio! -exclamó muy contento el señor Weasley-. El estadio está justo al otro lado de ese bosque. Más cerca no podíamos estar. -Se desprendió la mochila de los hombros-. Bien -continuó con entusiasmo-, siendo tantos en tierra de muggles, la magia esta absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de ser demasiado difícil: los muggles lo hacen así siempre... Bueno,
Harry, ¿por dónde crees que deberíamos empezar?

Harry no había acampado en su vida: los Dursley no lo habían llevado nunca con ellos de vacaciones, preferían dejarlo con la señora Figg, una vecina
anciana. Sin embargo, entre él y Hermione fueron averiguando la colocación de la mayoría de los hierros y de las piquetas, y, aunque el señor Weasley era más un estorbo que una ayuda, porque la emoción lo sobrepasaba cuando trataba de utilizar la maza, lograron finalmente levantar un par de tiendas raídas de dos plazas cada una.

Se alejaron un poco para contemplar el producto de su trabajo. Nadie que
viera las tiendas adivinaría que pertenecían a unos magos, pensó _____(Tn), pero el problema era que cuando llegaran Bill, Charlie y Percy serían once. También Harry y Hermione parecía haberse dado cuenta del problema: le dirigió a Harry una risita cuando el señor Weasley se puso a cuatro patas y entró en la primera de las tiendas.

-Estaremos un poco apretados -dijo-. Entrad a echar un vistazo.

_____(Tn) se inclinó, se metió por la abertura de la tienda y se quedó con la boca abierta. Acababa de entrar en lo que parecía un anticuado apartamento de tres habitaciones, con baño y cocina. Curiosamente, estaba amueblado de forma muy parecida al de la tía abuela de _____(Tn), una bruja soltera y bastante mayor.

-Bueno, es para poco tiempo -explicó el señor Weasley, pasándose un pañuelo por la calva y observando las cuatro literas del dormitorio-. Me las ha prestado Perkins, un compañero de la oficina. Ya no hace cámping porque tiene lumbago, el pobre.

Cogió la tetera polvorienta y la observó por dentro.

-Necesitaremos agua...

-En el plano que nos ha dado el muggle hay señalada una fuente -dijo Ron, que había entrado en la tienda detrás de Harry y no parecía nada asombrado por sus dimensiones internas-. Está al otro lado del prado.

-Bien, ¿por qué no vais por agua Harry, ______(Tn), Hermione y tú? -El señor Weasley les entregó la tetera y un par de cazuelas-. Mientras, los demás buscaremos leña para hacer fuego.

-Pero tenemos un horno -repuso Ron-. ¿Por qué no podemos
simplemente...?

-¡La seguridad antimuggles, Ron! -le recordó el señor Weasley, impaciente ante la perspectiva que tenían por delante-. Cuando los muggles de verdad acampan, hacen fuego fuera de la tienda. ¡Lo he visto!

Después de una breve visita a la tienda de las chicas, que era un poco más pequeña que la de los chicos pero sin olor a gato, Harry, _____(Tn) Ron y Hermione cruzaron el campamento con la tetera y las cazuelas.

Con el sol que acababa de salir y la niebla que se levantaba, pudieron ver el mar de tiendas de campaña que se extendía en todas direcciones.

Caminaban entre las filas de tiendas mirando con curiosidad a su alrededor.

Hasta entonces ______(Tn) no se había preguntado nunca cuántas brujas y magos habría en el mundo; gracias a su abuelo había conocido a muchos magos de diferentes países. Los campistas empezaban a despertar, y las más madrugadoras eran las familias con niños pequeños. Un pequeñín, que no tendría dos años, estaba a gatas y muy contento a la puerta de una tienda con forma de pirámide, dándole con una varita a una babosa, que poco a poco iba adquiriendo el tamaño de una salchicha. Cuando llegaban a su altura, la madre salió de la tienda.

-¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Kevin? No... toques... la varita...de papá... ¡Ay!

Acababa de pisar la babosa gigante, que reventó. El aire les llevó la reprimenda de la madre mezclada con los lloros del niño:

-¡Mamá mala!, ¡«rompido» la babosa!

Un poco más allá vieron dos brujitas, apenas algo mayores que Kevin. Montaban en escobas de juguete que se elevaban lo suficiente para que las niñas pasaran rozando el húmedo césped con los dedos de los pies. Un mago del Ministerio que parecía tener mucha prisa los adelantó, y lo oyeron
murmurar ensimismado:

-¡A plena luz del día! ¡Y los padres estarán durmiendo tan tranquilos!
Como si lo viera...

Por todas partes, magos y brujas salían de las tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de que aquello no podía funcionar. Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una lumbre de color morado brillante, en tanto que un grupo de brujas norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto de las brujas de Salem.» Desde el interior de las tiendas por las que iban pasando les llegaban retazos de conversaciones en lenguas extranjeras, y, aunque ______(Tn) no podía comprender ni una palabra, el tono de todas las voces era de entusiasmo

-Eh... ¿son mis ojos, o es que se ha vuelto todo verde? -preguntó Ron.
No eran los ojos de Ron. Habían llegado a un área en la que las tiendas estaban completamente cubiertas de una espesa capa de tréboles, y daba la
impresión de que unos extraños montículos habían brotado de la tierra. Dentro de las tiendas que tenían las portezuelas abiertas se veían caras sonrientes.

De pronto oyeron sus nombres a su espalda:

-¡Harry!, ¡______(Tn)!, ¡Ron!, ¡Hermione!

La Chica Scamander y el Cáliz de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora