La Chica Scamander y el Cáliz de Fuego.

Capítulo XLVII

Scamander torcía un pedazo de tela de su falda, muy en el fondo algo le inquietaba. La mano calida de su madre detuvo su acto.

-¿Todo bien?-susurró su madre dirigiéndo una mirada notoriamente preocupada.

-Si...-murmuró dejando caer sus manos.

Los minutos pasaban tortuosamente lentos, la multitud de las gradas estaba atenta a quien pudiera parecer primero. Entre el silencio el canto de un cuervo se hizo presente, haciendo saltar a Scamander.

Es...es igual a aquella vez

Su mente trataba de alejar aquellos malos recuerdos cuando el cuervo la seguía en su primer año. Pero pronto hubo chispas rojas en el cielo estrellado, el primero había caído. Muchos vieron como traían a la señorita Fleur. Hermione soltó un: Lo sabía.

Varios minutos más tarde otras chispas brotaron dentro del laberinto. Los profesores habían traído a Krum, todos los compañeros de Viktor parecían decepcionados.

-Uno menos-dijo Ron.

Ahora solo se debatía entre Harry y Cedric, ambos campeones de Hogwarts. Las manos de Scamander empezaron a estar frías. Pero el contacto con su madre traían calor a sus palmas.

Minutos pasaban, minutos de tensión y silencio.

Y Harry cayó de bruces, y el olor del césped le penetró por la nariz. Tenía cerrado los ojos. No se movió. Parecía que le hubieran cortado el aire. La cabeza le daba vueltas sin parar, y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric. Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro. El horror sufrido y el agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de la frente.

El estrépito lo ensordeció y lo dejó más confundido: había voces por todas partes, pisadas, gritos... Permaneció donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pesadilla que pasaría...
Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.

-¡Harry!, ¡Harry!

Abrió los ojos. Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.
Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto. Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric aún con más fuerza. Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.

-Ha retornado -susurró Harry-. Ha retornado. Voldemort.

-¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.

-¡Dios... Dios mío, Diggory! -exclamó-. ¡Está muerto, Dumbledore!

Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche:
«¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!». Scamander se detuvo en seco. Aquellas palabras hicieron que viera a Cho Chang, ella también se había detenido en medio del gran gentío.

-Suéltalo, Harry -oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó. Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.