El baile de máscaras

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Drastyan Valmir

Suspiro escuchando el testamento que me dice Gaen sobre lo estúpido que es mi plan para ir a ver a la princesa de Ghianya en su fiesta de cumpleaños.

- Si crees que es tan descabellado ¿Por qué rayos vienes? - le pregunto enarcando una ceja.

Es la verdad, no ha dejado de quejarse y tratar de hacerme entrar en razón, pero se niega a regresarse.

Vamos por la mitad del camino al castillo de Crayrus. Me muero de ganas por ver a la princesa Mevely, no he podido dejar de pensar en ella.

Solo es una humana, pero tiene algo que no me deja olvidarla.

- Porqué quiero conocer a la chica que te trae babeando - comenta con obviedad.

Killan se ríe.

La energía extraña que sentí en ellos días atrás ha desaparecido. Siguen siendo mis amigos. Mis muy viejos amigos, literalmente.

- Entonces cállate si no quieres que te mande al pozo de los neófitos- me burlo dándole un empujón.

- Ni se le ocurra alteza - chilla entrecerrando los ojos - si yo me muero, usted se viene conmigo - me amenaza de volviéndome el empujón.

- ¿Y estar contigo toda la eternidad? - cuestiono con burla -Yo paso.

- De todos modos eres inmortal, idiota - se burla Killan - nos aguantaras de todos modos.

- No se porque los tengo como amigos - suspiro con dramatismo exagerado.

- Porque más nadie te aguanta - se mofa Killan.

Las choca con Gaen y yo ruedo los ojos.

Payasos, eso es lo que son mis amigos.

- Viejos del infierno - mascullo.

- Hijo del diablo - me devuelve Gaen.

- Mal encarnado - le sigue Killan.

- Y todos somos. . . - alargo.

Todos repetimos al mismo.

- Hijos del Mal.

Y nos echamos a reír mientras continuamos fastidiandonos mutuamente hasta llegar al árbol de roble, a veinte metros del castillo del maldito del rey Cryrus.

Desde donde estamos se pueden oír las voces de las personas que se encuentran dentro y la suave música de fondo que, me imagino, le da ambiente al cumpleaños de la princesa.

La princesa. . .

Suspiro mentalmente recordando lo que sucedió anoche en el bosque. Frunzo el ceño, yo no la quiero, no me gusta. . . ¡Es una humana! Lo único interesante de ella es el extraño golpeteo de su corazón contra su pecho.

Eso y el impresionante deseo que siento hacia ella. Lo admito, la deseo como no he deseado nada en toda mi vida. . . Tampoco es que sea mucha, la verdad.

Según mis amigos, estoy enamorado por el simple hecho de haberle robado su virginidad, hecho que no me perturba en lo absoluto.

Pero yo no estoy enamorado de ella, repito, no me gusta. Al contrario, hay algo que me hace odiarla. La detesto, la detesto mucho porque me confunde.

La otra vez en el bosque, cuando la vi por primera vez, me hizo algo que me dejó totalmente desconcertado y aturdido. No se pasó, pero no había podido olvidarla en todo ese día. Por esa razón fui ayer a su habitación. Juro que pensé que podía matarla, de hecho, lo iba a hacer.

Pero no pude. No lo logré. La rabia y el repudio que sentía hacía ella se convirtió en deseo. En un deseo carnal mezclado con otra cosa que no me apetece averiguar.

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