El Imperio Vampiro

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Mevely Lamar'knory

Observo desconcertada como innumerables imágenes desagradables aparecen en mi mente. Me llevo ambas manos a la cabeza para calmar el terrible dolor que penetra mis cien.

Siento que la cabeza me va a estallar en algún momento. Mis piernas fallan y caigo al suelo de la biblioteca. Me sorprende por un segundo que no hayan llegado los sirvientes o las doncellas, cuando me doy cuenta que ningún sonido a salido de mi boca.

Estoy considerando el hecho de que moriré por el insoportable dolor que atraviesa mi cabeza cuando, de repente, se detiene.

Comienzo a respirar con rapidez sin dejar de sostenerme la cien. Con esfuerzo observo al repugnante ser que se ha colado en el palacio.

El hombre frente a mi no se ha movido ni un centímetro mientras yo me retorcía de dolor en el suelo. Sus fríos ojos verdes me observan impasibles desde el sofá.

— ¿Dónde está, Drastyan? — me pregunta con un tono gélido y autoritario.

Lo observo furiosa, con el ceño fruncido.

《¿Quién rayos es Drastyan?》

Lo conoces, es tuyo desde hace más de dieciséis años.

Me quedo helada al escuchar ésa voz profunda e inexpresiva muy cerca de mi.

Observo hacia todas las direcciones, buscando, como en aquel sueño, pero no hay nada.

Vuelvo a escuchar ésa risa hueca y carente de alegría.

Eres tan tonta. . .

Se burla la voz de mi cabeza.

— ¿Qué quieres? — espeto con molestia.

Tú sabes a quién se refiere el rey, princesa.

— No conozco a ningún Drastyan, no puedo conocerlo porque no he salido nunca de los límites del castillo.

Mientes — me acusa con una siseo —. No necesitas salir del palacio para conocer al príncipe de los vampiros imperiales.

Príncipe de los vampiros imperiales.

— ¿El príncipe sin nombre se llama. . .?

Tin tin tin. . . Tenemos una ganadora — dice con tono burlón — ¿Pensaste que tú príncipe no tenía nombre en realidad?

Meneo la cabeza, desconcertada.

— No, pero. . .

Pero eso ya lo sabías ¿No? Sabías que tú maravilloso príncipe se negaba a decir su nombre, pero si te contó muchas otras cosas ¿No?

— ¿Por qué me dices eso? — le pregunto con impaciencia —. Tú siempre insistias a que él era para mí o algo así. . . ¿Por qué utilizas ése tono amargo para referirte a. . . A él?

Lo hizo raro y luego lo hizo peor. . .

— No entiendo — retrocedo asustada.

Su tono de voz no me gusta, es opaco y amargo. Y me gusta aún menos cuando el panorama frente a mi cambia drasticamente.

No sé en qué momento llegué a las mazmorras. Estoy de pie frente a esa puerta. . . Frente a esa al final del pasillo. . .

Cambió la historia, princesa, la oscuridad no ve la luz porque no tiene ojos para ver lo que hay detrás del telón negro que se oculta entre las sombras. . .

— ¡No entiendo las adivinanzas! — protesto.

¿Ves a la que me refiero? — dice con tono divertido, burlón y amenazante —. Son iguales. . .— escupe con acidez.

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