Ni Celeste, ni Becca, ni quiera Val intentan detenerme cuando les digo que voy a escapar de la escuela para buscar a la supuesta novia de Matt.
De hecho, ellas se ofrecen para venir conmigo. Las guio lo mejor que puedo hacia la escuela donde Gia estudia.
Esta vez nos toma tres horas llegar, porque nos perdimos durante un tramo y tuvimos que recurrir al GPS en el teléfono de Val y los conocimientos sobre escuelas afuera de la ciudad de Penny.
Cuando finalmente llegamos, la escuela está cerrada, y sé, por la vez que estuve aquí con Matt, que aún faltan dos horas para que salgan por el almuerzo. Pero yo no tengo dos horas, ni siquiera tengo un minuto porque mi sangre esta hirviendo y mi cabeza da vueltas.
Rodeamos la gigantesca institución y casi doy un salto de alegría cuando descubro un campo de tenis en la parte trasera, justo a un lado de un jardín con sofás de piedra para disfrutar de la sombra de un enorme roble.
El campo de tenis está rodeado por una cerca de alambre de unos tres metros de altura. No parece estar electrificada, pero sí es delgada y tiene un acceso fácil a uno de los edificios del campus.
—Lo que sea que estés pensando —dice Celeste—. Desiste.
—Jamás.
Quejándose y moviéndose de un lado a otro finalmente acceden a darme una mano para cruzar la cerca. Primero verificamos que no tenga electricidad y cuando notamos que es cien por ciento segura, Becca, que es la más fuerte de las tres pone sus manos a la altura de sus rodillas para ayudarme a catapultarme. Pongo mi pie sobre sus manos unidas y cuando ella cuenta hasta tres y alza las manos se me hace más fácil meter la punta de los zapatos en las ranuras de la cerca y escalar.
—Ten cuidado —pide Celeste.
Subir una cerca no es tan fácil como parece, mis manos sudan y se deslizan y mis piernas arden con la fuerza que pongo para estabilizarme y que mis zapatos no se deslicen ni se salgan de las ranuras. Al llegar a la cima todo es más fácil, me sostengo de la enorme barra de metal que sostiene el alambre, cruzo las piernas hacia el otro lado y, bueno, me caigo.
Es más bien como un deslice constante. Mis manos se aferran al metal intentando frenar el impacto. Y a pesar de que lo hacen (mis piernas llegan a salvo al suelo), mis uñas se rompen y consigo unos cuantos cortes en los brazos.
—Oh Dios mío, Julieta, ¿estás bien?
Asiento hacia las tres que están del otro lado de la cerca, cubriéndose la boca con las manos.
Y corro.
La primera parte de mi plan demencial está hecha. Ahora sólo necesito saber a dónde ir y encontrar a Gia antes de que alguien llame a la policía, o a mis padres, o a mi escuela o a quien sea.
A la izquierda está el edificio que vimos antes de cruzar. Hacia adelante, un edificio incluso más grande, con un camino sin obstáculos, donde no hay lugar para esconderse, hacia la derecha, el jardín que vimos al entrar y un enorme muro de concreto imposible de cruzar.
Me detengo sólo un momento, insegura, escondida detrás de un arbusto. Y es como si la suerte estuviera de mi lado por primera vez. Una muchedumbre de chicos con sus informes impecables sale del edificio a mi izquierda para dirigirse hacia uno más que se distingue a varios metros a la derecha, adelante del jardín.
Mi corazón late incontrolablemente y mis manos se cierran en puños mientras decido como abordar a Gia, que es una de las que camina en ese grupo.
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Dicen que es A.M.O.R
HumorJulieta Kloss no cree en el amor... O eso es lo que ella dice. En el Instituto San Javier tiene una identidad secreta conocida como La Vendedora de Romances, una traficante de cartas. Aunque solo dos personas conocen la verdadera identidad de La Ven...